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Una gruta hecha por el arte de la naturaleza

La Grotta Azzurra, en la isla de Capri, es un espectáculo exclusivo




CAPRI.- La lancha de motor, con capacidad para unas treinta personas, comienza a alejarse del muelle repleto de turistas recién desembarcados de un crucero que pugnan por encontrar espacio a bordo. El sol, alto en el horizonte, baña con una luz diáfana la amplia bahía y acaricia placenteramente la piel.
Mientras la embarcación toma distancia del puerto, en este espléndido día de primavera, el paisaje de Marina Grande se presenta cada vez más impactante, con su arquitectura de reminiscencias griegas y la colina que trepa hacia el pueblo de Capri, ciudad cabecera de la isla que lleva el mismo nombre.
Cuando abandonamos la bahía, se vislumbra en el horizonte, separada por la Bocca Piccola, el estrecho que divide la isla de Capri con el continente, la Punta Campanella en la afamada Costa Amalfitana. La embarcación toma la dirección opuesta siguiendo la costa norte de la isla y a poco de navegar se puede observar el Palazzo a Mare, seguramente la residencia preferida del emperador Augusto.
Se trataba de una villa romana abierta, de la que quedan pocos vestigios, formada por un conjunto de ambientes dispersos en un amplio parque con belvedere. Adosado a la villa se encuentra el Bagni de Tiberio, diminuta caleta que era utilizada como acceso directo al Palazzo, y lugar de recreación de los emperadores.
A partir de este sitio, la costa comienza a elevarse vertiginosamente formando monumentales acantilados que buscan las alturas del monte Saloro que, con sus 586 metros de altura, es el punto culminante de la isla.
Al monte Saloro se accede desde Anacapri por una telesilla para gozar de la vista más hermosa que pueda imaginarse.
Después de navegar unos treinta minutos en un mar azul y calmo comenzamos a advertir el destino de nuestra excursión.
Lo anuncia un gran conglomerado de lanchas y otras tantas barcazas más pequeñas esperando su turno para ingresar en el lugar que se ha transformado en un sinónimo y, seguramente, la atracción más conocida de la isla de Capri: la Grotta Azzurra.

Sitio mágico

De hecho, el descubrimiento moderno de la gruta en 1826 impulsó el desarrollo turístico de Capri. Está probado que la gruta era ya conocida en la antigüedad, como lo atestiguan los restos de construcciones romanas tanto en el exterior como en el interior de ella.
Si bien los isleños conocían la existencia de la gruta, ésta había dejado de ser frecuentada durante siglos, hasta que por indicación de un pescador, el poeta alemán Augusto Kopisch queda deslumbrado por la belleza y la magia del sitio, y lo divulga profusamente cuando regresa a su país, lo que genera una corriente de artistas, principalmente alemanes, que visitan la isla: Hans Christian Andersen, Mendelssohn, Maria Starke, o el francés Alejandro Dumas que la describe con exaltación en una de sus obras.
Una vez frente a la entrada de la gruta debemos transbordar a las embarcaciones de remo más pequeñas, que son las que pueden ingresar por la diminuta entrada que parece jugar a las escondidas con las olas: cuando éstas se retiran, la abertura, que no tiene más de dos metros de largo por uno de alto, se hace visible. Cuando la ola regresa, la entrada queda prácticamente oculta por el mar.
Un par de botes nos preceden para ingresar y mientras escuchamos las instrucciones del batelero que aconseja mantenernos lo más agachados posible para no golpear la cabeza con las rocas, observamos cómo es la técnica para ingresar en la gruta.

Paseo en penumbras

El bote se coloca frente a la entrada esperando que se libere cuando el agua se retira. En ese preciso instante, a fuerza de remo y tomándose de cadenas que se encuentran a cada lado del ingreso, el bote se zambulle en una oscuridad total. Si no lo hace en el poco tiempo impartido, se ve impulsado por el agua hacia arriba para chocar contra las rocas. Súbitamente todo cambia, la luz desaparece, los sonidos modifican su intensidad y registro, el golpe del remo sobre el agua que en el exterior pasaba inadvertido, adquiere una amplitud extraña dimensionada por el eco que se produce en el interior de la bóveda, y por la ausencia temporal del sentido visual que agudiza al auditivo.
Lentamente, a medida que la pupila se va acostumbrado a la penumbra, el telón se levanta dando paso a un espectáculo único que va colmando nuestra capacidad de asombro.
El interior de la gruta tiene 54 metros de largo, 15 de ancho, 30 de alto, con una profundidad del agua que varía entre los 14 y 22 metros. Debía encontrarse a nivel del mar, pero en épocas geológicas remotas alguna fractura del terreno hizo bajar su nivel quedando la entrada prácticamente bajo el agua. Por esta razón, la luz no ingresa directamente en la gruta, sino que lo hace por reflexión en las azules aguas del Mediterráneo, lo que sería la causa del extraño fenómeno óptico que se produce, y que tiñe las paredes y el techo de un azul intenso, mientras que los objetos que se encuentran en el agua toman un bello tono plateado. Los conocedores sostienen que es necesario, al menos, 20 minutos para que los ojos terminen de habituarse a la luz reinante, y que es mejor visitar la gruta, entre las 9 y las l5, de un día soleado.
En el ángulo sudoeste se abre la parte menos conocida de la Grotta, la galería de los pilastros, que se continúa por la sala Dei Nomi con extrañas formaciones de estalactitas.
Con la pupilas ya dilatadas, el espectáculo adquiere su mayor intensidad. Podemos reconocer la decena de barcazas que giran alrededor del centelleante espejo de agua y descubrir las bizarras formas que se delinean en las paredes o en lecho arenoso de la gruta, que cambian permanentemente de contornos o intensidad de acuerdo con la posición del bote. Hemos dado una vuelta a la bóveda y nos encontramos nuevamente frente a la entrada esperando el momento preciso para reencontrar la luz solar, que daña nuestros ojos acostumbrados a la penumbra. Ojos que se cierran buscando en el recuerdo las imágenes placenteras que acabamos de abandonar.

Datos utiles

Cómo llegar

  • Hay vuelos diarios hasta Roma con un valor que ronda los 1300 dólares. Desde Roma se puede continuar hasta Nápoles en tren. El recorrido dura una hora y media y cuesta 25 dólares. Desde el puerto de Mergellina salen casi cada hora las embarcaciones que en una hora llegan al puerto de Marina Grande, 15 dólares.
Las lanchas que desde Marina Grande hacen la visita de la Grotta (unas dos horas) cuestan 15 dólares.

Dónde alojarse

  • La oferta hotelera de la isla es profusa, desde los hoteles de cinco estrellas con amplias terrazas panorámicas sobre el golfo de Nápoles (400 dólares por habitación doble) hasta pequeñas pensiones de 30 por persona.

Comidas

  • Los pescados y los frutos de mar son las especialidades de la isla. En Marina Grande el restaurante Grotta Verde y La Ondine son opciones inmejorables. Un almuerzo para dos personas (sin bebidas) ronda los 60 dólares.
Marcos Joly

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por Redacción OHLALÁ!

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