
En pleno invierno, tres amigos partimos a Aruba, una joya del Caribe. Una vez llegados, lo primero que hicimos fue ponernos las mallas e ir a las playas de postal, con su arena blanca y fina y su mar turquesa.
Afortunadamente teníamos auto y pudimos recorrer toda la isla, que no es muy grande. Fuimos a las canteras de oro abandonadas de Bushiribana, al Puente Natural que se cayó en 2005, a Baby Beach (ideal para snorkel), al Parque Nacional Arikok (con sus formaciones geológicas y cuevas), a la Piscina Natural y al faro del extremo norte, el California Lighthouse. También recorrimos la capital, Orangestadt, y los pueblos dispersos, empapándonos de sus tradiciones y compartiendo charlas con los lugareños.
Uno de los días más divertidos fue en la isla de Palm Beach, donde en el complejo de toboganes y piscinas éramos los mayores, pero nos sentíamos niños. Las noches de Aruba merecen un párrafo aparte. Hay casinos, bares, restaurantes, shows musicales, gente de todos los rincones del mundo: es imposible no divertirse en las noches arubeñas.
Sin duda, lo más divertido fueron los deportes acuáticos. Nos atrevimos al parasailing y al buceo, con infinidad de peces, corales, tortugas marinas y estrellas de mar.
La isla es un desierto, no cuenta con ningún curso de agua, por lo que el agua se obtiene del mar; cuentan con la segunda planta potabilizadora de agua de mar más grande del mundo.
El lema es Una Isla Feliz y le hacen fuertemente honor. Es un lugar para apartarse del mundo y disfrutar, relajarse, divertirse y cargar pilas. ¡Es una isla feliz!
Santiago E. Stabile
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