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 • HISTORICO

Una piel cálida bajo el mármol frío




He llegado a amar esta ciudad. Hubo un tiempo en que pensé que jamás lo diría. Pero aquí esta: Washington tiene una piel, cálida y elegantemente receptiva, por debajo de la frialdad de sus monumentos.
Una vida que vale la pena descubrir, más allá de las postales de la Casa Blanca, de la cúpula del Capitolio o de las escalinatas del Lincoln Memorial. Por no hablar de los grises edificios del Fondo Monetario Internacional, que tanto signaron nuestra historia reciente.
Uno de los lugares donde más me gusta sentarme y observar es Dupont Circle. Lo recomiendo como un buen faro desde donde contemplar la ciudad y su ritmo a todas horas. Toda la ciudad y su vida pasan por ese espacio circular, como la esfera de un reloj, con un escenario que varía según el momento del día. Pero todos–absolutamente todos– tenemos un lugar allí.
Democráticamente sentados en los mismos bancos hay personas que hacen de ellos su hogar. Ellos son la autoridad del parque durante la mañana. Pero, a partir del mediodía, ese mismo espacio se poblará de ambiciosos lobistas forrados en dinero y en buenos trajes, que usan esos mismos bancos para un almuerzo rico en proteínas y bajo en grasas. Lo suficiente como para que esos mismos trajes le sigan quedando bien.
Por la tarde llegarán los estudiantes y por la noche, cuando todo el mundo duerme, lo único que quedará abierto es Kramer Books, la librería-restaurante que es como un ícono de la ciudad y un refugio para almas solitarias. Un sitio donde un buen libro y una buena sopa, cuando hace frío, no se le niegan a nadie.

Jardines y osos panda

Circular, como la vida misma, Dupont Circle es una síntesis de esta ciudad. De su ritmo, de su carácter cosmopolita pero, como ella, en miniatura. Sin las dimensiones de Nueva York, pero con igual encanto, Washington es mucho más que la Casa Blanca. Y con eso hemos dicho bastante.
Con poco que se la camine se descubrirán las tres pasiones ocultas de sus habitantes. El buen gusto, la jardinería –herencia inglesa, los washingtonianos hacen de cualquier pedacito de tierra un jardín– y los osos panda. Sí, sí –leyó bien– los osos panda. Habitantes VIP del zoológico de esta ciudad, esos simpáticos mamíferos aparecen fotografiados en las páginas del Washington Post casi con tanta frecuencia como Barack Obama. O bueno, tal vez un poco menos. Pero no mucho menos.
Son ellos, los enormes osos blanquinegros, los protagonistas del experimento de poder más curioso de esta ciudad. Estrellas absolutas, cuentan con un centro de su vida y costumbres que, con cámaras de alta definición, siguen su vida las 24 horas del día y todos los santos días del año. Una especie de Gran hermano pero con osos panda, que funciona en el mismo Zoo. Que, como si fuera poco y, al igual que otras grandes atracciones de la ciudad, es gratis.
Me gusta sentarme en Dupont Circle. Me gusta sentarme frente a los osos panda. Y, en la National Gallery, me gusta sentarme frente a sus tres Vermeer, sin que nadie me empuje ni codee. En la soledad absoluta, como suele pasar en muchos espacios de esta ciudad, se puede gozar el lujo de dialogar con la obra del pintor holandés. Largo y tendido.
Son sólo pinceladas de humanidad en una ciudad que, en rigor, es mucho, pero mucho más, que los monumentos de mármol y la Casa Blanca que la hicieron famosa. Otro día, les prometo, hablamos de más cosas.

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