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Una travesía entre los tesoros arqueológicos

La novelista Amelia Edwards dejó en sus páginas huellas para revivir




ASUAN (The New York Times Magazine).- A comienzos de la década de 1870, Amelia B. Edwards y un grupo de amigos contrataron unas dahabeeyahs (barcas de vela) y remontaron el Nilo. Siempre he sentido cierta afinidad con esta escritora: ella pasó de las novelas de misterio a la egiptología; yo, de la egiptología a los thrillers. Sus novelas ya no se imprimen, pero el libro nacido de ese viaje, A Thousand Miles Up the Nile, es un pequeño clásico. Yo había seguido sus pasos desde El Cairo hasta Asuán, pero nunca había podido pasar de allí: al construirse la Gran Represa de Asuán, buena parte de la Baja Nubia quedó sumergida en las aguas del lago Nasser o mar de Nubia, como lo llaman algunos.
Como es sabido, en un esfuerzo internacional sin precedente convocado por la Unesco, se excavaron, registraron y desmontaron muchos de los monumentos amenazados. Egipto obsequió algunos a los países participantes. Otros fueron trasladados a las orillas del lago, pero -salvo Abu Simbel- fue casi imposible acceder a ellos hasta 1993, cuando apareció el primer crucero. En cuanto me enteré de su existencia, supe que debía viajar en él.
A las 9 del lunes, partimos del Old Cataract Hotel, de Asuán. En media hora llegamos al muelle, a espaldas de la Gran Represa, donde nos aguardaba la motonave Eugénie. Nos recibieron a bordo con una copa de karkadeh, una bebida roja a base de flores de hibisco, rica en vitamina C. Mustafá el Gendy, cofundador de la empresa junto con su hermano Tarek, se nos unió y nos contó su historia.
Cuando empezó a armar un buque en pleno desierto de Nubia, todos, menos Tarek, lo tildaron de loco. La barrera infranqueable de la Gran Represa lo obligó a traer las piezas sueltas desde El Cairo y armarlas a orillas del lago. Como siempre, su éxito generó imitadores. En diciembre de 1995, tres cruceros recorrían el lago y había otros en construcción. Su número definitivo depende, hasta cierto punto, del Consejo Supremo de Antigüedades; Gendy dijo que habían autorizado cinco, otros hablan de 10. Ya se advierte el lado oscuro de esta accesibilidad: cuantos más visitantes lleguen, tanto mayores serán el deterioro de los monumentos y el riesgo de vandalismo.

Excursiones


En nuestra primera excursión, desembarcamos en lanchas en un punto situado al sur de la Gran Represa, no muy lejos de Asuán. Visitaríamos tres templos. Kalabsha, el más grande e imponente, fue construido por César Augusto en estilo egipcio romanizado y dedicado al dios nubio Mandulis. Amelia lo llamaba "el Karnak de Nubia". No lo es, pero tiene cierta grandeza.
El vecino Beit-al-Wali, tallado en la roca más de un milenio antes, es uno de los innumerables templos que Ramsés II (siglo XIII a. C.) hizo erigir en honor de los dioses y de sí mismo. Los relieves son hermosos, pero recuerdan uno de los incidentes más embarazosos en la historia de la egiptología. Amelia expresa su admiración ante el colorido del pórtico y las cámaras -"Un Osiris verde esmeralda, un Anubis carmesí y una Isis en vivísimo amarillo de cromo"-, pero se abstiene de explicar por qué otros relieves perdieron sus colores. A comienzos del siglo XIX, un distinguido egiptólogo les aplicó pasta de papel mojada para sacar copias destinadas al Museo Británico. Los saqueadores de tumbas y los turistas no son los únicos vándalos.
El tercero, Kertassi, es un encantador templete grecorromano de apenas 2,30 m2, con dos exquisitas columnas hathóricas. Los tres templos distan poco entre sí; se accede a ellos por escalones tallados en la roca.
Ya a bordo, pasamos la velada charlando, mientras el Eugénie navegaba hacia la próxima escala, unos 96 km más al Sur. A la mañana siguiente, nos despertaron a las 7 y apenas si tuvimos tiempo para desayunar. A las 8, partimos en las lanchas. Esta vez nos esperaba una cuesta arenosa, para colmo irregular.
Maharakka es un templo del período romano, relativamente pequeño e inconcluso. Por detrás y por encima de él se alza una estructura más imponente, marcada por altos pilones: el templo de Dakka. Se ignora la fecha exacta de su construcción (siglos II a. C. - I d.C.), pero se sabe que ocupa el solar de un santuario anterior y que fue reconstruido y redecorado por varios monarcas. La subida es fatigosa.
Dakka no le gustó a Amelia Edwards: "Esas diosas regordetas y afectadas; esos reyes payasescos, con tocados ridículos". Uno de sus atractivos es subir al techo del pilón por la desgastada y estrecha escalera de caracol tallada en el espesor del muro.

Detrás de los faraones


Emprendimos la marcha -casi toda cuesta abajo, pero pisando arena- hasta Wadi es Sebua, otra modesta ofrenda de Ramsés II precedida por una avenida de esfinges y estatuas colosales del faraón.
Como muchos otros templos, fue convertido en iglesia cristiana. Cubrieron los relieves con una capa de estuco, sobre la que pintaron imágenes de santos y mártires. El yeso se desprendió en algunas partes y esto dio lugar a una deliciosa yuxtaposición fortuita: Ramsés II ofreciéndole flores a San Pedro.
La caminata de regreso a las lanchas quedó compensada por un opíparo buffet a bordo, mientras el Eugénie avanzaba hacia la tercera escala: los templos de Amada y Derr y la tumba de Penna. A esta altura, empezábamos a barruntar que esto no era precisamente un viaje de descanso.
Visto por fuera, Derr no es hermoso, pero vale la pena observar los relieves de sus cámaras, en los que reaparece Ramsés II. En mi opinión, y en la de otros, los ha eclipsado la decoración del segundo templo, Amada.
El salvamento de Amada fue una de las mayores proezas del operativo Unesco. Cuando lo visitó Amelia, los relieves pintados (1500-1400 a.C.) estaban casi intactos. Han empalidecido un tanto, sin perder su belleza. Su talla en una capa de estuco impedía desmontar el templo en bloques.
La solución fue cortar el templo interior y parte de la roca madre, en un solo bloque, montarlo sobre rieles y trasladarlo a un lugar más alto y seguro. Tardaron seis meses en recorrer menos de 6,4 kilómetros.
La tumba de Penna, funcionario egipcio que prestó servicio en Nubia bajo el reinado de Ramsés VI, no entusiasmará a quienes hayan visto las tumbas tebanas. Los relieves conservados son atractivos, pero están muy maltratados. En años recientes, algunos egipcios cortaron fragmentos de ellos para venderlos a los turistas.
Cae la tarde y atracamos frente a Qasr Ibrim, el único monumento que permanece en su sitio original. Estaba en lo alto de un acantilado, dominando el Nilo; hoy, las aguas lamen sus cimientos.
Es una mezcolanza de basílica cristiana, fortificaciones romanas y ruinas egipcias del segundo milenio a.C. Al principio, permitían desembarcar pero, tras el derrumbe de un par de muros, el clamor de los egiptólogos determinó su clausura.
Ahora ofrecen un espectáculo de luz y sonido modificado: bajo la brisa nocturna, las antorchas resaltan las paredes resquebrajadas y los reflectores iluminan la basílica. Una música atronadora sugiere su larga historia: Aída (¡cuándo no!) para la época egipcia, canto llano para la cristiana. El Eugénie permaneció atracado hasta la mañana y, así, pudimos ver nuevamente Qasr Ibrim antes de zarpar hacia Abu Simbel.

Reflejos en el agua


Una de las muchas ventajas que ofrece el crucero es poder acercarse a Abu Simbel por agua. Siempre fue accesible por aire, pero correr del avión al ómnibus atestado de turistas, sufrir el acoso de vendedores de souvenirs y llegar a los templos por detrás, no es para nada romántico. Nuestra lancha se deslizó lentamente hacia la costa y la majestuosa fachada fue cobrando forma y dimensión: los cuatro colosos sedentes, las estatuas más pequeñas, la imagen central de Ra-Harakhti. Así lo contemplaban los viajeros victorianos; así querían sus constructores que se viera.
Abu Simbel enloquecía a los victorianos. "Tomaron una montaña, se arrojaron sobre ella cual titanes, la ahuecaron y tallaron como si fuera un hueso de cereza", exclamaba Amalia Edwards. Hoy, en algunos círculos, está de moda despreciar su grandiosidad carente de sutileza.
Sin embargo, aun en su nuevo sitio y habiéndolo visitado una y otra vez, es un monumento abrumador e inesperadamente bello. Su salvamento fue uno de los trabajos más complicados de toda la campaña.
Almorzamos y bajamos a tierra. El Pequeño Templo está consagrado a la diosa Hathor y a Nefertari, esposa de Ramsés II. Sus valores empalidecen comparados con los del Gran Templo: esa fue la intención de sus arquitectos.
El interior del Gran Templo es tan notable como su fachada. Amelia admiraba especialmente la gran escena de batalla en la pared norte de la Sala Hipóstila. Yo me encariñé con la estatua de Nefertari que aparece en un pilar de esa misma sala.
Volvimos por la noche, entre hileras de antorchas. Nos quedamos parados frente a la fachada iluminada con reflectores; varios mozos ofrecían vino en copas y una docena de altavoces ensordecían con la Marcha Triunfal de Aída.
Entramos en el templo. La noche aumenta su hechizo, ya sea porque hay menos distracciones o porque las sombras crean un ambiente espectral.
Madrugamos para ver ese amanecer que tanto fascinó a Florence Nightingale. Tiritábamos, mientras el sol asomaba con una lentitud exasperante. Finalmente, en una grieta de las colinas, en la orilla opuesta del lago, brilló un chispazo carmesí. Los colosos pasaron de un pálido amarillo grisáceo a un rosado suave, que fue intensificándose hasta transformarse en un dorado cobrizo deslumbrante y adquirir, por último, el resplandor mórbido del pleno día.
Elizabeth Peters
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
Un camarote de novela
  • Reservas: Belle Epoque Travel, 17 Tunis St., New Maadi, El Cairo; (20) 2-352-4775. Esta pequeña agencia pertenece a los propietarios del Eugénie. Venden pasajes de ida y vuelta, o de ida solamente, con regreso en ómnibus al aeropuerto de Asuán.
Precios individuales en dólares, por noche, con pensión completa, merienda y excursiones: camarote doble, 140; suite Imperatrice, 750; suite Maria, 280.
  • Características del Eugénie: 73 m de eslora; 4 cubiertas; piscina, club de salud y baños turcos; la decoración oscila entre el lujo refinado y la extravagancia; 52 camarotes dobles con balcón y baño privado revestido en mármol. La suite Imperatrice, cuyo tamaño equivale a 6 camarotes, tiene sala de estar, comedor y dormitorios con paredes tapizadas en damasco azul y blanco, amplísimo baño con un jacuzzi equivalente a una minipiscina y gran balcón aterrazado a proa. La suite Maria consiste en sala de estar, dormitorio y baño. Ambas suites tienen mobiliario auténtico del 1900, proveniente de Alejandría. Cocina europea, turca, egipcia y del Medio Oriente, a cargo de dos chefs: uno egipcio y otro francés.
  • Crucero: todo el año; zarpa los lunes de Port of Sudan, cerca de la Gran Represa (desde el aeropuerto de Asuán, son 12 minutos de viaje en auto hacia el Sur) y los viernes desde Abu Simbel. El viaje de ida dura 4 noches y el regreso 3. Escalas en Kalabsha, Dakka y Amada.
  • Los dueños del Eugénie están construyendo otro buque más grande, que también surcará el lago Nasser. Su botadura está prevista para el 22 de febrero, uno de los dos días del año en que el sol naciente ilumina a los dioses sedentes dentro del templo de Ramsés II, en Abu Simbel.

Dos consejos

En Nubia, los días de verano son calurosos, pero no tórridos, gracias a la baja humedad ambiente. Las noches del desierto son francamente frías; los chales y suéteres aptos para las noches de Luxor son insuficientes para las horas que preceden los amaneceres nubios.
Absténgase de comer frutas u hortalizas frescas, a menos que puedan pelarlas o cocinarlas.

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por Redacción OHLALÁ!

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