Newsletter
Newsletter

Una vieja historia que se mueve de un lado a otro

Nada es más cómodo para descansar que una hamaca




Cuando se les menciona la hamaca paraguaya, nuestros vecinos guaraníes son tan tenaces defensores de su paternidad como Marta Holgado reclamando su descendencia de Juan Domingo Perón.
Sin embargo, las crónicas no son tan precisas como el ADN, y el árbol genealógico de la famosa hamaca está condenado a tener un eslabón perdido.
La única referencia cierta que de alguna manera liga a la hamaca con Paraguay se encuentra actualmente en la ciudad de Itauguá, fundada en 1728, por ser hoy el principal centro de elaboración del ñandutí, "la fina artesanía que es orgullo de nuestro país en el mundo entero", según señalan en las tierras del escritor Augusto Roa Bastos.

Padres culturales

Por el contrario, en el resto del mundo, ninguna hamaca tiene un pasado tan rico como la maya y, hasta hoy, los protagonistas del Popol Vuh parecen ser sus padres, si no biológicos, al menos culturales.
Mérida, la mayor ciudad de la península mexicana de Yucatán, todavía conserva en los suburbios ciertos hábitos de primitiva sociedad agraria.
Las familias tradicionales viven en cabañas de paja y duermen en las hamacas que ellos mismos confeccionan con destreza.
La garantía de su calidad está en que si bien el tejido es ceñido, nunca debe serlo en tal grado que impida la aireación del cuerpo. Además, los únicos nudos de la trama son los que unen dos colores diferentes.
Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Brasil y Ecuador tienen también tradiciones que remiten a la hamaca.
Sin embargo, la versión más difundida enclava su origen en tierras mexicanas, unos dos mil años antes de Cristo. No es difícil creer que la sociedad que elaboró uno de los calendarios más precisos de la tierra, que desarrolló la matemática y hasta creó el fútbol muchos siglos antes que los ingleses, también haya inventado una manera de dormir suspendido.
Las guerras y los trueques fueron desplegando su uso hacia el resto de América. Parece que los indios Arawak tenían una palabra ini , que puede traducirse como cama de hilos.
Cuando Cristóbal Colón pisó Cuba con la esperanza de encontrar sedas y especias orientales, halló en cambio a miles de indios de diversas tribus durmiendo la siesta en estas cómodas y curiosas camas colgantes.
Colón se llevó unas cuantas consigo y, a partir de entonces, viendo cuántas cobijas y espacio les ahorraba el invento de los salvajes, numerosos navegantes europeos, particularmente los británicos y franceses, decidieron adoptarla durante tres siglos para dormir a bordo.
Tanto se difundieron sus virtudes que hasta la Fragata Sarmiento las incorporó en su mobiliario.
Las crónicas de navegación probablemente exageren al afirmar que esos camastros poca relación guardaban con la hamaca que les dio origen: se convirtieron en una tela de lienzo sudorosa que condenaba a los marineros a descansar sobre un ancho de 11 centímetros.
En el siglo XIX, las prisiones inglesas también cedieron a su encanto, colgándola de ganchos amurados. Lógicamente, cuando repararon en que estaban poniendo un arma en manos de los reclusos, desaparecieron del sistema carcelario.

Fresca y ancha

Como todas las versiones de la hamaca conocidas hasta entonces no se aproximaban siquiera a la hamaca fresca y cómoda tejida por las manos laboriosas del trópico, los prácticos norteamericanos no la adoptaron hasta fines del s. XIX, momento en que algún cerebro descubrió que, para ser cómoda, toda cama debía ser ancha, como bien lo habían pensado los inventores de la hamaca.
Los aborígenes americanos las tejían con la dura corteza del árbol hamack, y luego reemplazaron esas fibras por las abundantes y tersas plantas sisal que tenían más a mano.
El algodón no llegó hasta la década del 50, en pleno siglo XX. Hoy existen de todo tipo, colores y texturas. En Estados Unidos prefieren el algodón texano, en Brasil, las de tela, en México las tramas coloridas.

Al vaivén de los precios

Son pocos los turistas argentinos que regresan de las playas brasileñas sin una hamaca para el living, el dormitorio o el jardín.
En Río de Janeiro piden cincuenta dólares por las mismas hamacas norteñas que en Florianópolis cuestan quince y en Fortaleza, cinco dólares. Pero éste no es el mayor engaño.
Una genuina hamaca se sigue tejiendo a mano, en telares que encierran historias ancestrales, latinas y apasionadas. A no confundirse.
Mónica Martin

¡Compartilo!

SEGUIR LEYENDO

¿Cuáles son los mejores lugares para probar este clásico postre italiano?

¿Cuáles son los mejores lugares para probar este clásico postre italiano?


por Redacción OHLALÁ!


 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2025 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.

QR de AFIP