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Una villa que celebra sus raíces

Al pie de las Sierras Grandes, un pueblo de 20 cuadras sin asfalto, con pinares y toda la paz




VILLA YACANTO DE CALAMUCHITA (Córdoba).- Termina la novena a la patrona del pueblo, la Virgen de la Merced, y todos se encolumnan detrás del sacerdote para la procesión. Cantan, rezan, caminan desde la capilla de adobe rodeando la plaza. Por detrás, agrupaciones gauchas montadas en sus caballos también marchan como un tributo. ¡Viva la Patria!, ¡Viva la Virgen!, se escucha alternativamente. ¡Viva!, corea el pueblo al unísono y la voz se vuela.
Más tarde, los gauchos también se lucirán en el predio municipal destinado a las jineteadas, las corridas de caballos y otras destrezas criollas: será una jornada de asado, locro y vino; de mate, pastelitos y tortas fritas hasta el anochecer del sábado (24 de septiembre). El domingo que corona la novena, en el Club Municipal también habrá show con boleadoras, bailes típicos, stands de artesanos, demostraciones que demandan todo un año de trabajo.
Yacanto de Calamuchita es una villa ondulada de pinares de algo más de 1500 habitantes al pie de las Sierras Grandes. Este refugio verde está a pocos kilómetros de Villa General Belgrano y es paso obligado al Champaquí, el cerro más alto de la provincia de Córdoba. Regado por cinco ríos que bajan desde los cerros empieza a ser descubierto cada vez por más turistas ávidos de la tranquilidad y la pureza de este pueblito rural.
Los registros municipales avalan lo que cuentan los vecinos: en los últimos diez años comenzó una incipiente inversión en cabañas y hoy funcionan 39 complejos y dos hosterías. "Me acuerdo que cuando llegamos nosotros había 30 foquitos; miren ahora, son cientos", comenta Elvio, uno de los cabañeros pioneros, mientras cae la noche y conduce desde su complejo Altos del Bosque hasta el pueblo. Mira hacia el bajo y le queda lejos el tiempo en que abandonó el trabajo seguro y la casa en su ciudad natal para instalarse con toda la familia en este paraíso escondido. "Me trataban de loco, ¡había que animarse, ¿eh?! Acá no había nada", recuerda.
Conduce con la vista al frente por el camino angosto de tierra: "A veces me asusta un poco que crezca tan rápido", dice, mueve la cabeza, parece que hablara de un hijo. Más tarde, comentará que hace un tiempo lo vieron a Marcelo Tinelli en un campo cercano y que "el empresario de laboratorios Roemmers" baja en helicóptero de su casa en los cerros a comprar al mercadito. Esos movimientos lo asustan un poco.
El origen de todo
Si alguien puede dar cuenta del devenir de Yacanto es Héctor Marrero, hijo del fundador de este lugar que, en 2010, se constituyó como el pueblo más grande de la provincia: el nuevo ejido municipal se multiplicó por veinte (hoy tiene 53.300 hectáreas) y se incluyen bajo su jurisdicción parajes como San Miguel de los Ríos, Capilla del Carmen, El Durazno, San Roque y el camino de Los Linderos.
"Tengo tanta emoción por Yacanto, es tan íntimo todo", dice, en tono de suspiro, este hombre de 76 años nacido y criado acá. Nos recibe en la casona de diez habitaciones que construyó su padre, José Marrero, cuando supo que éste era su lugar en el mundo. Se le amontonan las palabras en la boca. Con el desorden propio del entusiasmo va y viene en el tiempo, recorre rincones, personajes, anécdotas.
Cada tema que menciona trae a cuento una foto, un recorte periodístico, un documento, una carta. Es el hombre más documentado del pueblo y en el garaje de su casa atesora la historia: estantes con carpetas de hojas amarillentas, fotos de su padre y de la familia completa, planos del lugar cuando el terreno ni siquiera estaba loteado. Tendría que reunir todo esto en un libro de la historia del pueblo, le sugerimos, y él se entusiasma. Por ahora, sólo su relato oral permanece.
"Yaco, en comechingón, significa agua; canto, en castellano, es piedra", empieza a decir cuando se enciende el grabador, como si al arrancar en la etimología de la palabra que ama empezara a sincerarse desde el inicio de todo, desde el mismísimo origen.
Su padre fue un español que llegó a la Argentina escapando de la guerra de España contra los moros. Luego de trabajar en Buenos Aires como conductor de tranvías consiguió un trabajo de martillero judicial que lo llevó a viajar por todo el país con los remates de hacienda. Por entonces conoció esta parte del Valle de Calamuchita y le nació un amor incondicional que le duraría toda la vida.
"En 1939, mi padre compra 1782 hectáreas", dispara con precisión. En aquel tiempo acá sólo había una posta de descanso de los caballos, una estancia, unas pocas casas y una capilla de adobe construida en 1877.
Estaba todo por hacer. Entonces, José Marrero diseñó -cuenta su hijo- un proyecto turístico inspirado en sus recuerdos de Santa Cruz de Tenerife, el pueblo de las Islas Canarias donde había nacido. Luego de un año y medio de aprobación de los planos pudo vender el primer lote y allí se inició el desarrollo económico de este lugar que se convertiría, en poco tiempo, en un pueblo. La fecha que Héctor menciona como de fundación del pueblo es septiembre de 1940, cuando su padre pudo vender el primer lote. De ahí en más, ese lugar inexplorado empezaría a ser otro.
"Durante los años 50 se produjo una venta masiva de terrenos. Se empezaron a crear muchas fuentes de trabajo y llegaron personas de todas partes: de Buenos Aires, Rosario y Uruguay vinieron a construir sus casas. Muchos se quedaron a vivir y por eso siempre digo que esto es una torre de Babel", compara.
Se empieza a dibujar, por entonces, lo que hoy es Yacanto: un pueblito de no más de 20 cuadras sin pavimentar, con una plaza principal y, en torno de ella, la capilla de siempre, un casco de estancia transformado en un par de restaurantes, la estación de policía, una ferretería, una farmacia y un mercadito. Fuera de esto, el centro se completa con un cuartel de bomberos, la sede de la cooperativa eléctrica, una estación de servicio, una maderera grande y la nueva terminal de ómnibus.
"Acá no podés criticar a nadie", nos aclara una señora que acomoda su silla plástica en un lugar estratégico frente a la iglesia. "Somos todos parientes", bromea, y se dispone a escuchar la misa y luego, sin moverse, quedar estratégicamente ubicada en primera fila para ver el desfile de los gauchos. La convocan sus nietos: sobre los caballos se ven, incluso, niños de no más de 5 años que montan con sus padres.
Un mundo verde
Héctor Marrero se emociona al repasar lo vivido. Como animándose a continuar, agrega: "Uno se debe a los recuerdos". Frente a su casa hay un mirador de madera sobre el que lo invitamos a posar para unas fotos. Desde allí, él tiene a su disposición una de las mil vistas perfectas de Yacanto: es el inicio de la primavera y los ojos se llenan de verde para donde uno mire. "Esto era la pampa pelada cuando llegó mi padre, apenas había algo de monte en la parte baja", contrasta y habla con orgullo de aquel plan de forestación de coníferas pensado para enriquecer la flora y la fauna del lugar, y para atemperar los vientos. Hoy, los pinares son el ADN de Yacanto.
El viaja en el tiempo. Vuelve. Trae datos que lo revelan parte de la historia: "Me acuerdo del día que tuvimos luz corriente. De esto hace 23 años, porque el tendido llegó en 1988 por interconexión con el cerro Pelado". Lo cuenta y su cara expresa la alegría de quien acaba de recibir una buena noticia.
Y así sigue su relato hasta hoy, tiempo que reconoce como una segunda expansión. Las inversiones turísticas que se registran desde que el país inició el proceso de recuperación económica luego de 2001 hicieron de Yacanto un lugar muy visitado durante las épocas de nevadas y en vacaciones de verano. Según cifras de la Secretaría de Turismo de la Municipalidad, hay unos 90 días anuales de ocupación y la demanda de hospedaje está entre el 80 y 90% en temporada alta.
Al hablar del empleo, del desarrollo del lugar ligado al turismo, a Héctor le resulta inevitable plantear su preocupación por el proyecto de una empresa minera que pretende extraer cuarzo del cerro Blanco, en el ejido urbano de Yacanto. "Prometen unos pocos puestos de trabajo, pero romperían todo esto", dice, y se pierde en dirección a las sierras. Este miedo no es sólo suyo, sino que todo el pueblo se movilizó desde que trascendió esta noticia y se mantiene en alerta ante la posibilidad de que se inicie esta actividad que consideran incompatible con el perfil turístico del lugar.
El intendente, Oscar Musumeci, también se manifiesta en favor de respetar el desarrollo que tiene Yacanto desde su fundación. Incluso -dice- el municipio fomenta prácticas ecológicas: trabaja en el reciclado de residuos, incentiva la creación de composteras y huertas orgánicas, dicta charlas de cuidado del medio ambiente, se vincula con el INTA para mejorar prácticas del bueno uso del agua y la energía, y entre las últimas medidas que se adoptaron está la de no entregar bolsas de nylon en los comercios.
Luego de la ceremonia religiosa y antes de sumarse a las destrezas criollas que este año convocaron a unas 3000 personas, el intendente promete: "Siempre en el marco de la ley vamos a legislar para proteger el medio ambiente". En esa dirección, el Concejo Deliberante acaba de aprobar una ordenanza para que esta zona del Valle de Calamuchita se declare reserva hídrica provincial. Así se podría proteger el agua, uno de los principales bienes para conservar: los vecinos se jactan de tomar agua mineralizada que extraen de sus pozos hogareños.
Así, Yacanto hoy es un pueblo que enfrenta los desafíos de inevitable crecimiento combinado con el querer aferrarse a sus orígenes y celebrarlos como si el tiempo no pasara. Algunas postales ayudan a graficarlo: justo antes de empezar el desfile gaucho, una jovencita de unos 17 años habla por celular; un gaucho mayor la reprende: "El teléfono no sube al caballo", le dice y se acomodan para pasar frente a la Virgen. También está quien se conoce como el gaucho más viejo del lugar, que llega unos minutos tarde a la misa, estaciona su cuatriciclo frente a la plaza y, ayudado con sus dos bastones y un cajoncito que le sirve de escalón para bajar, se suma a la ceremonia que se celebra al aire libre.
Es un día soleado. "Menos mal que siempre el clima está con nosotros. No saben cómo cortamos clavos para esta fecha", se sincera Marcela, una de las dueñas del supermercado del pueblo. Es un día ideal para la fiesta más esperada del año. Es el único medio día del año que ella se da el lujo de cerrar el mercadito para sumarse a este ritual que atraviesa todo el valle.
Qué se puede hacer en Yacanto
Caminatas, cabalgatas, mountain bike, safari fotográfico, senderismo, biodiversidad, avistamiento de aves, pesca de truchas.

Por el valle, pesca y chapuzones

Villa Yacanto de Calamuchita está rodeada de cerros, ríos y cascadas. El Champaquí, el cerro más alto de la provincia (está a 2884 metros sobre el nivel del mar), enclavado en el cordón montañoso que lleva el nombre de los antiguos dueños de estas tierras, los comechingones, está a 42 kilómetros. Desde Yacanto se accede a este cerro con cualquier tipo de vehículo hasta la base y, desde allí, se emprende una caminata de poca dificultad que demanda unos 40 minutos.
A ocho kilómetros al sur de Yacanto está El Durazno, diminuto caserío sobre las márgenes del río del mismo nombre. Forma parte del ejido urbano de Yacanto y es un sitio muy visitado sobre todo en verano, porque el río tiene profundas ollas y playas de arena. En todos los cursos de agua de la zona abundan las truchas, ideales para practicar la pesca deportiva.
Dos kilómetros antes de llegar a Yacanto se encuentra el desvío hacia el paraje Río Grande, para disfrutar de aguas tranquilas y transparentes. Río arriba, con una breve caminata, se llega a la unión donde los ríos El Durazno y Las Letanías conforman el río Grande. Hay cascadas y tramos de río apacibles.

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por Redacción OHLALÁ!


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