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Una visita a la casa de las geishas

Refinamiento: son el símbolo de la belleza japonesa y expertas en la ceremonia del té, una de las tradiciones que mejor conserva la isla.




TOKIO.- Atrás quedó el bullicio de una ciudad agitada. Lejos de las avenidas superpobladas de autos y gente que nunca se cansan, en una calle muy angosta de un barrio residencial, está la casa de las geishas.
No hay indicios de su existencia. Es una construcción discreta y antigua que se pierde en la oscuridad de la noche. No hay carteles ni luces.
En la planta baja está la recepción, el lugar para dejar los abrigos y, como no puede ser de otra manera en un lugar que se precia de conservar las tradiciones, los zapatos.
No hay otra opción: una escalera de madera bien lustrada se impone. Conduce al primero y único piso.
El lugar es chico y austero. Algunos cuadros de geishas y samuráis adornan las paredes blancas. Las mesas están cuidadosamente preparadas. Son bajas y rectangulares, de 50 centímetros aproximadamente.
No hay manteles ni adornos florales, solamente platos, vasos y cubiertos.
Están rodeadas de almohadones chatos, pero cómodos. Son rojos con círculos concéntricos en verde y blanco.
Por alguna razón, los que entran y se ubican frente a la mesa cierran los ojos. Podría ser para escuchar con tranquilidad la música delicada y constante que suena desde altavoces estratégicamente ubicados.
O quizá porque esa música les hace recordar la cajita musical de la cómoda de la abuela, con la bailarina que giraba y giraba, sin cansarse, hasta que la cuerda se acababa y el encanto se perdía.
La idea de que un día dejaría la cajita y cobraría vida era uno de los tantos sueños que se quedaron en la infancia, pero en ese momento pareció hacerse realidad: dos jóvenes geishas entraron a la sala con el paso pausado y la sonrisa permanente.
Las caras blanquísimas contrastaban con el pelo negrísimo, recogido y adornado con flores y perlas.Los trajes floreados, en violeta uno, negro y rojo el otro, y bordados con hilos de oro las vuelven irreales.
Desde ese momento y hasta la despedida hacen todo lo posible por satisfacer desde el punto de vista espiritual al que las visita.
Primero se interiorizan en los gustos de cada uno de los comensales.
Invitan a probar la variedad de sake -el vino local- y algunos platos para que todos estén conformes a la hora de la comida.
Demostraciones de baile, música y conversaciones sobre arte y ciencia se suceden hasta que llega la esperada ceremonia del té.
Con movimientos suaves y siguiendo al pie de la letra los pasos de la antigua tradición, enseñan los secretos del ritual.
El té verde es la bebida nacional del país. Fue introducido desde China alrededor del 1200. La ceremonia pone el énfasis en la interacción armónica entre los participantes y la identificación con el recinto donde se efectúa. Esta actitud tiene sus orígenes en los templos zen.

Arte y armonía

La vida de las geishas es uno de los legados mejor conservados de Japón. Pertenecen a un mundo misterioso y signado por la tradición. En contraposición con lo que se puede suponer en el mundo occidental y siguiendo una traducción literaria, las geishas son personas bellas o que viven del arte.
En los comienzos eran hombres, pero en el siglo XVIII la profesión fue dominada por las mujeres. Según relata la historia, eran parte de un grupo de actores, bailarines, músicos y contadores de historias.
Llegar a ser geisha no es sencillo. La costumbre indica que deben tener conocimientos de arte, estudios de música, caligrafía y poesía. También tienen que conocer a la perfección los detalles y secretos de la ceremonia del té.
Son vendedoras de sueños, sueños de romances y de mundos apacibles desde el pasado. Dan la ilusión de armonía en una sociedad obsesionada por el trabajo y con poco tiempo para la espiritualidad.
Mediante la disciplina y el talento, las geishas crearon una vida de belleza. Se hicieron a sí mismas la imagen de la mujer perfecta, el símbolo de la cultura y el refinamiento japonés. La modernización y el nuevo sabor de la moda están menguando el rol de las actuales damas. En estos tiempos han disminuido a menos de mil, concentradas en Tokio, Osaka y Kyoto. Su futuro es incierto.

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por Redacción OHLALÁ!

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