
Una visita al cosmódromo más grande del mundo
Una exclusiva excursión a Baikonur, mítica base que Rusia controla en Kazajstán y desde donde, el 12 de abril de 1961, despegó el primer hombre en orbitar la Tierra
17 de abril de 2016

En los últimos años, las autoridades rusas permitieron (incluso comercializaron) el acceso público durante los lanzamientos - Créditos: Corbis
Rugen los motores en el desierto y tras la cuenta regresiva, el cohete despega rumbo a la Estación Espacial Internacional. Sube unos segundos y convierte su ascenso vertical en una elipse que surca el cielo impulsada por una bola de fuego.
Es mediodía en Baikonur, el cosmódromo más grande y antiguo del mundo, que Rusia controla en la ex república soviética de Kazajistán, en el corazón del Asia central. Y tanto propios como extraños estallamos en gritos y aplausos por el éxito del despegue.
En ese tibio día de abril, los adultos nos convertimos en niños fascinados por la imagen de esa mole que en seis horas atravesará la atmósfera y entregará alimentos y agua a los astronautas que viven en la Estación Espacial.
Presenciar un lanzamiento emociona. Es mucho más que ver una enorme estructura metálica perderse en segundos en el firmamento. Es sentirse parte de una de las hazañas científicas y tecnológicas más conmovedoras de la Humanidad.
Ese cohete de vuelo vertiginoso representa el anhelo humano de salir al espacio y llegar a otros planetas en busca de nuevas civilizaciones. Es ciencia ficción hecha realidad; Viaje a las estrellas pero no en un set de filmación, sino en un desierto donde los protagonistas son ingenieros, científicos, técnicos, médicos y pilotos.
Desde aquí partió Yuri Gagarin, aquel joven piloto de sonrisa amplia que abrió las puertas a la conquista del espacio hace, justamente esta semana, 55 años. También desde aquí la Unión Soviética lanzó satélites (como el Sputnik), cohetes con animales (la perrita Laika, en 1957) y sondas a lo largo de décadas.
Socios del desierto
Baikonur está en una zona árida, semejante a los territorios ocres de La Rioja y Catamarca, pero sin montañas. Es un área plana y abierta, que deja ver un horizonte sin obstáculo en 360º, sembrado de grandes trozos de metal producto de lanzamientos, que nadie se ocupó nunca de levantar. En un desierto abierto, sin población afectada, quedaron allí, diseminados como residuos industriales irreciclables. Son restos de tanques de combustible que cayeron cerca de su lugar de partida.
En medio de ellos y de los pastos duros, unas delicadas flores amarillas aparecen sólo para el ojo que las busca. Así de escasos y menudos son los tulipanes silvestres, desde aquí llevados a Holanda en el siglo XVI para convertirse en la flor emblemática de los polders.
Esta dura estepa kazaja, elegida por los militares soviéticos a mediados de la década de 1950, era la mejor y la peor opción dentro del territorio de la URSS para lanzar cohetes. Mejor por la ubicación remota, la cercanía con el Ecuador y el terreno plano. Peor por el clima extremo (de 40º C en verano y menos 40ºC en invierno), lo despoblado de la zona y las dificultades logísticas para alimentar y alojar a quienes construyeron la base y a quienes trabajarían en ella.
Durante veinte años a partir de 1957, este cosmódromo acumuló hitos y también algunos desastres que las autoridades soviéticas ocultaron por décadas. Esta rica historia, de más de 400 misiones tripuladas lanzadas al espacio –y otras 1200 no tripuladas– está plasmada no sólo en los museos dentro del cosmódromo, sino también en los hangares en desuso y en las 15 plataformas de lanzamiento dispersas en casi 70 hectáreas. También en el pueblo homónimo, donde vive el personal.

Suvenires de la carrera espacial, en los museos de la base rusa - Créditos: Corbis
Rublos y tengues
El pueblo y la base de lanzamiento dejaron de ser parte del territorio soviético con el colapso de la URSS en 1991. La independencia de la hasta entonces república soviética de Kazajistan planteó el dilema a los rusos de qué hacer con el cosmódromo y la decisión fue pragmática: alquilarlo por 50 años hasta que se construyera otro.
Hoy el pueblo de Baikonur tiene 70.000 habitantes y leyes rusas, con esa peculiaridad de ser un enclave de un país dentro del territorio de otro, en el que los dos gobiernos se ponen de acuerdo para elegir al alcalde. La moneda que circula es el rublo ruso pero algún mozo puede aceptar discretamente tengues kazajos si no hay nadie cerca que le dé una reprimenda.
También hay un museo sobre la conquista del cosmos y en monumentos y calles se recuerda a los héroes de la cruzada espacial. Gagarin y su compañero Guerman Titov tienen sus respectivas calles, y la avenida de acceso se llama Korolev, en honor al ingeniero que diseñó los cohetes, padre de la cosmonáutica rusa. Tampoco falta un impresionante cohete Soyuz, acostado pero de tamaño real, en una plazoleta.
Vida de astronauta
Gagarin provenía de una familia campesina, de un pueblo cercano a Moscú, que sufrió la ocupación nazi y el hambre. Integró el grupo de 200 pilotos militares preseleccionados para una misión que no sabían cuál era pero intuían trascendente. Una combinación de factores lo convirtió en el elegido: buena salud, disciplina de acero para los duros entrenamientos, baja estatura y pasión por volar.
Dos factores adicionales lo favorecieron. El primero fue que para el Kremlin era conveniente que –si, como todo lo indicaba, iba a convertirse en héroe– no perteneciera a una familia encumbrada. El segundo: su sinceridad. La anécdota decisoria se produjo en uno de los entrenamientos en la temible centrífuga, donde los pilotos eran encapsulados en un aparato que giraba alrededor de un eje a altísima velocidad para prepararlos para el despegue y el reingreso en la atmósfera. Cuando salían de la centrífuga, el ingeniero Korolev, cerebro de toda la operación, les preguntaba cómo se sentían y los jóvenes pilotos, en sus ansias de ser elegidos para la misión, siempre decían que estaban bien. El único que reconoció que lo había pasado mal y se bajaba mareado fue Yuri. Para Korolev era fundamental que el hombre que subiera a ese cohete fuera sincero respecto de lo que les pasaba a él y a la nave en el espacio.
El vuelo de Gagarin aquel 12 de abril de 1961 duró apenas 108 minutos pero demostró que era factible lo que tanta literatura fantástica había preanunciado. Ese año, muchos niños nacidos en la Unión Soviética se llamaron Yuri.
Las tripulaciones llegan aquí en la etapa final de los preparativos para el lanzamiento. Primero arriba el cohete, dos semanas antes de cada lanzamiento. Recorre en tren más de 1200 kilómetros desde el Centro Espacial de Samara, en el sur de Rusia. Luego, los cosmonautas, que en las últimas 24 horas antes de la partida cumplen con un ritual poco científico y con mucho de cábala, para que el vuelo sea exitoso: siguen a rajatabla los movimientos de Gagarin el día anterior al viaje que lo convirtió en el primer ser humano en orbitar la Tierra.
Así, estampan su firma en la puerta de la habitación donde durmieron Gagarin y su compañero Titov, van en bus hasta la base de la plataforma en la que aguarda el cohete y bajan del transporte en medio de la estepa para orinar una rueda del vehículo.
No hay astronauta que se atreva a saltearse ninguno de los pasos.
Datos útiles
Cómo llegar
Desde Frankfurt, vía Astaná o Almaty con Lufthansa, dos veces por semana. Desde Moscú, vía Astaná o Almaty, varias aerolíneas. Desde Estambul, vía Almaty o Astaná, Turkish Airlines, diariamente. Y luego la conexión hasta Kyzylorda por aerolíneas kazajas como Air Astaná o Scat.
Excursiones
Hay varias agencias de turismo rusas, europeas y kazajas que venden los tours a Baikonur. Resultan considerablemente más baratos si se los compra a empresas de Kazajistán. Básicamente porque los tramos aéreos desde Kazajistán son más cortos que desde Moscú, y porque las agencias rusas o europeas agregan días antes o después de Baikonur, con excursiones temáticas adicionales, principalmente en Moscú. Los costos de los tours más breves desde Kazajistán pueden bajar desde 4600 US$ por cinco días desde Moscú hasta 1075 U$S por tres días desde Kazajistán (o menos para grupos).
Los precios también varían si se va a presenciar el lanzamiento de un cohete de carga o de uno tripulado. Para este año estaban previstas siete misiones, cuatro tripuladas y tres lanzamientos de carga.
El tour: dinero, tiempo y suerte
El cosmódromo de Baikonur, por décadas una base militar cerrada, ahora está abierto al público para presenciar los lanzamientos, que habitualmente no superan los diez por año. Siempre estrictamente a través de una agencia autorizada, visitarlo y presenciar un despegue requiere, además de dinero, tiempo y una dosis de suerte.
Los trámites deben comenzar al menos dos meses antes de la fecha prevista ya que las autoridades rusas requieren 60 días para emitir las visas y autorizaciones. Si bien los argentinos estamos exceptuados de este paso porque tenemos acceso sin visado tanto a Rusia como a Kazajstán, es preferible consultar con la agencia que se contrate por algún requisito adicional.
Baikonur es un tour particularmente caro desde Moscú, más aún en ocasión de un lanzamiento tripulado. Rusia comercializa estos paquetes con empresas de turismo, pero ahora también los promociona la región kazaja de Kyzylorda, donde está Baikonur.
Por aire se llega a este polígono, ubicado al oeste de Kazajstán, tanto desde Almaty como desde Astaná, la vieja y nueva capital respectivamente. Desde el aeropuerto más cercano hay que seguir casi 200 kilómetros, en auto o tren, hasta Tyuratam (ciudad pegada al pueblo de Baikonur). El cosmódromo está a unos 20 kilómetros de allí.
El tour no se puede hacer en un día por las distancias y porque, además del lanzamiento, se visitan las plataformas de despegue y los museos dentro del predio, complementos infaltables. El alojamiento es de mejor calidad y más costoso en el pueblo de Baikonur. Tyuratam, territorio kazajo, ofrece mayor variedad de hotelería y a menor precio.
En el caso de esta cronista, la invitación corrió por cuenta de la provincia de Kyzylorda, vía la agencia kazaja Arnai Tours.
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