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Una vuelta por el lago Atitlán




Panajachel, en cakchiquel lugar de matasanos, fundado en 1547 por San Francisco de Asís, por su espíritu y servir de portal al lago de Atitlán (lugar de mucha agua) es el municipio más festivo y popular del departamento de Sololá, en Guatemala.
Panachajel posee la mayor y más variada oferta hotelera y gastronómica de la región y convierte a la vertebral calle Santander en una gran feria de artesanías (tallas, máscaras, tejidos, hamacas, cerámicas, instrumentos, etcétera).
El descenso por la ruta hacia Panajachel nos ofrece indescriptibles postales del lago, ubicado en una caldera volcánica denominada Los Chocoyos, que le permiten generar un ambiente único como su isla de patos poc y esos tres fantasmales custodios, los volcanes Santiago de Atitlán, San Lucas Tolimán y San Pedro, los que se pueden escalar y desde donde también se pueden obtener majestuosas vistas del lago.
Llamado el lago de los siete colores, tiene amaneceres y atardeceres únicos. Este también se ha colgado al color de los atuendos típicos y a trozos de costumbres milenarias que hacen de la ciudad una colorida manifestación de arte.
Antes de la llegada del Xocomil o el furor del diablo sus aguas se pueden disfrutar sin ningún tipo de peligro, practicando buceo, pesca, natación y otros deportes.
En sus orillas se cultiva y produce uno de los cafés de mayor calidad de Guatemala. Tupidos bosques y cerros abren senderos para disfrutar de la exótica y rica vegetación (ajo, anís, chan, tule, zapotes, jocotes, manzanas, naranjas y otros frutales), más el avistamiento de una gran variedad de aves (carpinteros, quetzales, cenzontles, guardabarrancas y sharas).
Después de navegar media hora llegamos a la zona de amarre de Santiago Atitlán, donde el aroma a albahaca, ajo y salvia se unía a los de cocciones diversas en la orilla que envolvían la atmósfera de uno de esos pueblos que se recuestan junto al lago.
Y a medio desembarcar, la primera, insistente e inquietante oferta fue la visita a Maximón, y en un tuc tuc después de rapidísimas negociaciones nos acercaron a la vivienda donde nos encontramos con ese dios pagano similar a nuestro ekeko de origen aimara o colla.
Está representado por una figura grotesca de aproximadamente 130 cm de alto, envuelto por chala y trapo, y vestido con un traje típico más muchas corbatas y pañuelos, sombrero y una máscara, cuentan unos que con un ídolo de piedra y otros -dicen- de oro en su interior, y un puro en la boca al que se le hace todo tipo de ofrendas (velas, licor, tabaco y dinero), por prosperidad, fecundidad, alegría, felicidad?
Visitamos la Iglesia, el mercado, la feria y siempre nos acompañó el color, el canto en tz'utujil y la insistencia permanente y pegajosa de los vendedores...

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