

Las olas acarician la arena entre las rocas. Poco a poco todo se vuelve dorado y se oscurecen las siluetas de los buques que regresan del mar. El sol se acuesta en el horizonte más rojo que nunca y se escucha un tamboril a lo lejos.
¿Es, quizá la escena final de una película romántica? Podría ser, pero en realidad es la perpetua magia de Punta del Este.
Un destino turístico no tiene por qué estar muy lejos. Uruguay está siempre allí, preparado para recibir al turista y hacerlo sentir como en su casa, y sobre todo esto le pasa al argentino.
Desde Montevideo, en pocas horas se llega a Solanas, la playa del Portezuelo y Punta Ballena. Allí, la casa de Carlos Páez Vilaró se ofrece como una verdadera escultura que abriga las principales obras que el genial artista realizó los últimos cincuenta años. El museo-taller está abierto todo el año y cada puesta de sol es admirada por sus habitantes como una obra de arte más.
A 15 minutos de allí, pasando Maldonado se divisa la isla Gorriti, custodiando La Mansa, y se comienza a sentir el clima de gran playa, con todo lo que debe proponer un balneario internacional. Costas variadas de piedra o de arena con mar calmo o un poco más enojado del lado de La Brava; grandes hoteles y cabañas; restaurantes para todos los gustos con los mejores chef; el tradicional y renovado hotel Casino Nogaró y el hotel Conrad, con su casino que logra hacer sentir al visitante como en Las Vegas.
Siempre la avenida Gorlero, que garantiza satisfacer todas las exigencias de los paseantes, transformada en eje vertebral de la punta y centro de encuentro para todos los que llegan al balneario.
El puerto es turístico y deportivo. Está rodeado por restaurantes y pubs con un clima apacible, y se encuentran puestos donde hay variedad de frutos de mar.
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