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Vacaciones conectadas

De aquellas cartas y postales a estos mensajes de texto y blogs




Hace unos años envié una postal a mis hijos desde Finlandia describiéndoles cómo era el país de Papá Noel. Lo que más los sorprendió no fue que yo estuviera en esa mágica tierra, al otro lado del planeta, sino el hecho de recibir una postal. Fue la única que vieron llegar por correo en toda su vida, antes y después de eso.
El hábito de escribir una carta a familiares y amigos desde los primeros días del viaje, no sea que uno esté de regreso antes de que la reciban, quedó tan arrumbado en el tiempo como la época en que no existían el televisor color o el celular. Es decir, aquellos días en que, para nuestros hijos hoy, aún no había vida inteligente.
Ahora, viajar con chicos es como vivir en la casa rodante de Gran Hermano . Al andar, ellos se irán conectando y las diferentes instancias de la travesía se irán revelando a través de la frase que acompaña el nombre del Messenger, las inscripciones en un blog o las fotos subidas a Facebook. Esto naturalmente generará comentarios de los amigos, posteados en la Red. Si, además, le agregamos el celular, los mensajes de texto y algún mail general a todo el listado de contactos?, para cuando estemos de regreso nadie querrá escuchar nuestros recuerdos. Se habrán enterado de cada detalle directamente o por ser amigo de amigo (categoría red social, que no dice nada de la genuina amistad) y estarán hasta la coronilla de información de nuestras peripecias.
Mi hija mayor, de 16 años, no puede recorrer pueblos y ciudades del interior sin hacer un mapa mental de cada locutorio que ve y el horario en que estará abierto. La segunda, de 14, conoce París y Londres porque las recorrió con su prima sin nunca salir de Buenos Aires, sólo con conectarse periódicamente (en períodos muy cortos) a Facebook y vivir el minuto a minuto, desde el avión de ida al avión de regreso. Literalmente.
Tampoco existe una versión consolidada del viaje, como cuando antes se enhebraban los relatos familiares en una única historia. Mi hijo saca fotos a los platos de comida y espera que integren el álbum digital del viaje. Hoy tiene 4, pero en poco tiempo más supongo que estará construyendo online su propio relato de viaje, aunque sea gastronómico.
La sensación de lejanía que impregnaba los viajes desaparece en el momento en que hablamos por celular a Buenos Aires mientras navegamos al pie de la Estatua de la Libertad, en Nueva York. La distancia, no sólo geográfica, se palpaba en las esperas cerca de un teléfono público, a veces tiritando, contando los minutos para que empezara el horario de tarifa reducida. Las conversaciones de larga distancia dejaron hace tiempo de ser telegráficas y no es necesario que haya un único vocero para dar el mensaje de que todos están bien. "Pasame el teléfono que le quiero decir algo", "Yo también quiero hablar", y así se alarga la llamada hasta los balbuceos del más chiquito. La distancia se acorta, pero, hay que decirlo, la relevancia de los mensajes cae en picada. Ya no hay misterio. Un mundo plano.
Las cartas del viaje a Europa de mi abuela que guarda mi madre son aún hoy el pasaje a otro tiempo y lugar. Como las cartas de amor, no es la información que contienen, sino el espíritu con que fueron escritas.

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por Redacción OHLALÁ!

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