¿Cómo he llegado a Valencia? No tiene importancia. Pero por esas cosas inexplicables del destino, la vida, el karma o yo qué sé, pasé una larga temporada en esta ciudad mediterránea.
Me gustaría dejar bien claro que Valencia es una ciudad absolutamente eclipsada por otros destinos españoles, Quien llega a la península ibérica visita Madrid, Barcelona, Sevilla, País Vasco, Asturias, Galicia, y si tengo tiempo paso por Valencia, dejando de lado un bellísimo destino con un clima envidiable, unas playas paradisíacas y, sobre todo, una ciudad que tiene cosas de urbe, pero mantiene cosas de pueblo? Es un pueblo grande.
A la hora de hablar de Valencia, bien podría explayarme sobre su casco histórico de El Carmen, que recuerda la época medieval en la que Valencia era un ciudad amurallada, y todo aquel que llegara tarde corría el riesgo de encontrarse con los gigantescos portales cerrados y así tenía que quedarse a la luna de Valencia o en la l una de Valencia.
También podría describir la apabullante construcción de La Ciudad de las Artes y las Ciencias, que cachetea a la ciudad medieval que está a escasos 2 km y salta al futuro más propio de la ciencia ficción que a la realidad.
Valencia es una ciudad que hasta hace algunas décadas estaba dividida por el río Turia hasta que su cauce fue desviado. Hoy ese cauce es un inmenso parque forestado de más de 7 km, con fuentes y ciclovías, y es un centro de actividades deportivas para todos sus habitantes. Dicho cauce esta cruzado por gran cantidad de puentes medievales e hipermodernos.
Pero lo que me llamó la atención cuando llegué aquí, y donde me quiero detener, es en el nacimiento de esta ciudad.
Valencia, o Valentia, como la llamaron los romanos, era la ciudad destinada a los soldados y guerreros que dedicaron su vida por el bien del imperio, y una vez retirados del cuerpo les quedaba una vida plácida, campesina, de buen clima y buen mar, en una tierra para valientes, Valentia.
Por Valencia pasa la Vía Augusta. Dicho camino era la calzada romana más larga de Hispania con una longitud aproximada de 1500 km que discurrían desde los Pirineos hasta Cádiz, bordeando el Mediterráneo. Augusto fue quien le puso su nombre tras años de reparaciones y mejoras entre los años 8 y 2 a.C.
La autovía A-7 y AP-7 o autovía del Mediterráneo utilizó parte del trazado de esta antigua vía. Pero saliendo al norte de Valencia, por Alboraya (lo que hace unos años era un pueblo de las afueras de Valencia y hoy quedó absorbido por la ciudad), se puede tomar la Vía Augusta, transformada en ciclovía, y pedalear rumbo al norte, conviviendo con fantasmas romanos que transportaban aceites y mercancías de la Valentia de los valientes a la más imponente capital del imperio.
¿Y las Fallas de Valencia? Ésa es otra historia...
Daniel Consalvo