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Valladolid, tradición mexicana

Por Lidia Giurincich de Cachaza




Pusimos rumbo a Valladolid para seguir luego hacia Mérida. A medida que íbamos adentrándonos más profundamente en la carretera, comenzaba a despuntar ese México verde, selvático, desordenado y al que le gusta crecer sin ataduras ni prolijidades.
Después de casi 200 km apareció Valladolid, y con ella, la magia. Todavía me pregunto si es cierto. ¿Existirá de verdad? Miles de imágenes de las narraciones de Angeles Mastreta empezaban a tomar forma, y por allí se asomaban Esperanza, o Lupita, o quizá Juana.
En sus callecitas reinaba un clima caliente. La mayoría de sus mujeres mostraba vestidos muy tradicionales, ésos que parecen mostrar una enagua puntillosa, la piel cetrina, las piernitas combas y mucho oro en las orejas.
Caminábamos por calles angostas bajo un cielo intensamente azul, con casitas bajas. A poco de andar, se presentó una estructura cuadrada, pintada de rosa, con un gran cartel que rezaba Gran Cine Universal. Me invadió una profunda ternura; sin ser de la misma especie, enseguida conecté con Cinema Paradiso: la misma ambición de sueños en el nombre.
A la plaza principal, algo así como una plaza seca, la rodeaba una antigua catedral del 1500, de gruesas paredes, y el edificio del ayuntamiento, colonial y mexicanísimo, con grandes escaleras, donde funciona una modesta oficina de turismo. Recorrimos apurados sus salones, que homenajeaban a quienes se habían destacado en las luchas de la independencia en el entramado de la ciudad.
Salimos de esa especie de palacio colonial y ¡oh, sorpresa!, en un salón donde había que subir un umbral, con piso de machimbre, una docena de mujeres morenas, con su cabello atado sobre la nuca, bordaba prendas que te ofrecía comprar. Entre ellos, tenían pañuelitos de verdad, los que usábamos cuando éramos chicas y nos regalaban para los cumpleaños.
Lo mejor fue descansar y comer en una antigua y umbría casa que derramaba frescura, allí fue como abrir un cofre, donde las joyas iban apareciendo de a una. Un patio se mostraba donoso, con jardines que rodeaban una alberca. Las paredes estaban ornamentadas con reproducciones de cuadros de Botero.
Nos acercaron la carta, que mostraba la historia del restaurante, que también era un hotel. Se trataba de la casa más antigua de la ciudad.
Valladolid pertenece al distrito de Yucatán. Yo quedé prendada de su magia. Por donde la mirara, se me aparecían los personajes de "Un paseo por las nubes" , de las historias de Angeles, con sus cocinas con calderos siempre bullentes y su desorden creativo y hedonista, con sus mujeres y sus historias siempre pegadas a algún santo, fue otro hechizo agregado a mi vida, doy gracias por haberlo vivido.

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