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Verde, al Sur

Cerca de Londres, desde el histórico balneario de Brighton hasta apacibles pueblos para descubrir, como Rottingdean y Arundel




BRIGHTON.- "¡¿En serio pagaron para esto?!" "¡Ustedes sí que le dan un nuevo significado a la frase fin de semana sucio en Brighton !" De los comentarios de la gente congregada al ver salir de un ventiladero de las cloacas en medio de la calle a tres periodistas vestidos casi como para un ataque bacteriológico ligero, éstos serían los únicos publicables. Y sin embargo, mientras esta cronista junto a sus colegas posaba para las fotos de los incrédulos, las amplias sonrisas denotaban una experiencia fascinante.
Ocurre que el sistema cloacal victoriano del más clásico balneario británico, además de ser una de las glorias de la historia de la ingeniería civil experimenta un renacimiento a la par del que se vive en la superficie de la ciudad. Brighton dejó de ser emblema de la decadencia ( dirty weekend o fin de semana sucio era la típica escapada de los londinenses infieles que se ocultaban en sus hoteles baratos) y ha vuelto a un glamour digno del príncipe regente. Y por abajo también todo reluce.
Incluso, si se pasa por la playa nudista de Brighton (una de las pocas en centros urbanos de Gran Bretaña), llama la atención como aun sin signos externos de opulencia como la ropa todo el mundo parece rico y feliz.
Eso es Brighton hoy, punto de partida ineludible de cualquier recorrido por el sur de Inglaterra, con su vida joven (de ciudad universitaria), nocturna (salvo Londres no hay ciudad inglesa con más bares y restaurantes per cápita) y veraniega (tiene olas para surfear y es célebre su campeonato de fútbol playero, para el cual instalan un rectángulo de arena porque la costa es de piedras). Es, además, un contraste interesante con pueblos y aldeas bucólicos alrededor de la campiña, que sin duda también valen una visita.
En ese sentido puede decirse que Brighton ha vuelto a ser fiel a sus orígenes. No a los medievales, pues gran parte de la ciudad fue quemada por los franceses en 1514, sino a la ciudad creada a partir de 1740 cuando el popular doctor Richard Russell empezó a recetar a sus pacientes bañarse en sus aguas saladas (¡y beberlas!).
Cuando el príncipe regente (un Isidoro Cañones de la época, que más adelante sería el rey Jorge IV, pero que entonces no tenía nada que hacer) quiso probarlo como cura para su gota, y empezó a pasar sus abundantes ratos de ocio aquí, no había punto más de moda en las islas británicas. Y se hizo construir por el famosísimo arquitecto John Nash el Royal Pavillion, maravilloso pastiche de arquitectura india y diseño de interiores mezcla de chino con islámico. El último miembro de la familia real en usarlo fue la reina Victoria, a la que, por supuesto, le resultaba de un mal gusto insoportable y finalmente fue comprado por la ciudad y abierto al público como museo.

Diversión junto al mar

En la misma línea de diversión (aunque más popular) fue construido en 1899 el Brighton Pier o muelle de Brighton, donde aún hoy funciona un parque de diversiones. Años antes (en 1866) se había terminado el precioso West Pier, que se quemó en 2003. En su lugar, Marks Barfield, la misma firma de arquitectos del exitoso London Eye (la rueda gigante a orillas del Támesis), construirá una torre de observación de 183 metros. Junto con la flamante Biblioteca del Jubileo, uno de los edificios más verdes de toda Europa, candidato al Premio Sirling de Arquitectura, y el centro de entretenimientos diseñado por Frank Ghery que empezará a construirse en breve, es uno de los símbolos del pujante presente.
El pasado, después del período de la Regencia, no fue tan bueno. La llegada del tren implicó el arribo de las masas, y el jet set de la época huyó a los balnearios de Francia con las clases más acomodadas tras ellos. A pesar de períodos de mayor y menor interés, la ciudad nunca recuperó su lustre hasta ahora, que a 50 minutos de tren de Londres se ha vuelto algo así como un suburbio de la capital con personalidad y buen tiempo debido a su soleado microclima.
Además, ocho millones de turistas visitan por año la ciudad, a la que se anexó la vecina y paquetísima zona residencial de Hove, dejando allí casi 400 millones de libras. Cada mayo, Brighton tiene el mayor festival artístico de Gran Bretaña y en sus teatros todo el año se ven obras antes de que sean llevadas a Londres, ya que allí se prueba la reacción del público.
La bonanza se ve en la refacción y puesta a punto de los fascinantes edificios del período de la Regencia, algunos de los cuales se basan en un aggiornamiento de elementos del gótico y otros de la arquitectura grecorromana clásica; una mezcla tan polémica como interesante. También se ve en hoteles, paseos de compras, autos y, sobre todo, restaurantes.
Para los que siguen creyendo en el cliché de que la comida en Gran Bretaña es mala, Brighton no podría ser un mejor contraejemplo. Para una comida rápida en el centro, Carluccios, célebre cadena de comida italiana, abrió su sucursal en Brighton. Terre à Terre ofrece platos vegetarianos experimentales de sofisticación y sabor insuperables. Y el restaurante del pequeño hotel Blanch House (favorito de celebridades) ofrece un menú breve, pero delicioso, de comida típica inglesa con toques contemporáneos, que cambia con los frutos orgánicos y los peces del día que se sacan del mar a unos metros. En cuanto a bares, si el príncipe regente resucitara no podría estar más orgulloso, pues se trata de la capital europea del trago.
La zona bohemia del North Lane cuenta con más de 300 boutiques que venden de chupetines retro a zapatos vegetarianos (a pesar del nombre, para caminar sin cuero, no para comer). En la zona de The Lanes, antes el corazón de un pueblito de pescadores, la boutique Simultane es insuperable para prendas únicas. Y el Hemp Shop vende productos de belleza (legales) a base de marihuana, probando que por más que Brighton se haya aburguesado con la prosperidad sigue manteniendo su costado más alternativo y provocador.

Rottingdean y Arundel

Dos pueblitos para surfear, visitar un castillo de casi 1000 años y pasear por la campiña
¿Londres, verano -o invierno si uno es valiente- y unas incontenibles ganas de montarse sobre las olas? Con una hora y media de tren (o veinte minutos desde Brighton) se soluciona. No es exactamente Waikiki, pero Rottingdean, un pueblito minúsculo donde se puede visitar la casa y los jardines del escritor Rudyard Kipling, tiene lindas playas. Tradicionalmente usadas para el contrabando de brandy, gin, té, café y especias del continente hasta mediados del siglo XIX, hoy albergan las bandas de surfistas del sur de Inglaterra.
Se puede alquilar allí mismo tablas y equipos térmicos, y se dictan clases. Los habitués prometen que a menudo hay olas para principiantes y en las tormentas, para avanzados. Y si no se puede ir a tomar un tradicional té con scones en las anticuadas confiterías del lugar, que siempre es buen programa.
Otro pueblo de ensueño en la cercanía es Arundel, posiblemente el más perfecto de toda la zona. Tiene un castillo fundado en 1067, en un ala donde todavía vive la familia del duque de Norfolk, la cual lleva allí más de 850 años. El castillo tiene Canalletto, Van Dyck, Gainsborough, el rosario que la reina María de Escocia llevó en su ejecución, una de las capillas más extraordinarias de Inglaterra y una Pelopincho para los nietos de los duques de Norfolk (esto último puede apreciarse si se mira entre las rejas hacia el trozo de jardín de uso privado de los dueños, gente particularmente querida por el pueblo). El valle Arun, joya de la campiña inglesa, puede visitarse en unos barquitos que salen desde Arundel hasta el pueblito de Amberley, o se puede caminar por su borde lleno de flores que parece siempre sacado de una postal.
También puede disfrutarse en largas caminatas a campo traviesa como en las películas basadas en libros de Jane Austen, o alquilar caballos. Pero sobre todo para quienes coleccionan antigüedades, el centro de Arundel es el paraíso. Hay una veintena de negocios especializados, y mucha gente viene especialmente de Londres el fin de semana para recorrerlos buscando piezas únicas. Y para los chicos hay una cárcel victoriana donde se los puede dejar encerrados mientras los padres curiosean. No, no es una boutade. El Arundel Ghost experience es un paseo aterrador creado por un grupo de actores de la zona, que van contando las historias verídicas de algunos de los fantasmas más célebres del lugar vestidos de monjes. Esta redactora no sabría decir si para niños de hoy acostumbrados a películas de terror será efectivo, pero ninguno de los periodistas pudo dormir esa noche, por más cómodos que estaban.
El lugar elegido fue el tradicional Norfolk Arms Hotel, construido hace 200 años por el duque de Norfolk como una parada para los conductores de carruajes. Una opción más sofisticada es The Town House, un restaurante de alta cocina con unos pocos cuartos hiperlujosos, pero que deben reservarse con considerable antelación.
Como programa de una tarde se puede manejar hasta los Denhmans Gardens, unos magníficos jardines privados del gran paisajista John Brookes donde -¡oh, sorpresa!- suele haber tantas argentinas tomando clases de jardinería (en particular, mujeres de polistas que juegan en el cercano Cowdray Park) que Brookes abrió una sucursal en Pilar a cargo de dos buenísimas ex alumnas, Martina Barzi y Josefina Casares.
Si lo que interesan son jardines, también se puede ir a Petworth House, una mansión del siglo XVII con 700 acres de parque diseñados por quien posiblemente sea el paisajista más famoso de la historia británica, Capability Brown. El jardín fue inmortalizado por Turner y la mansión en sí no sólo es magnífica, sino que tiene una colección de pintura que rivaliza con muchas galerías de Londres.
Ya casi de vuelta en el aeropuerto de Gatwick (el que típicamente se usa si luego uno toma un vuelo a otro punto de Europa), una parada final gratificante puede ser el Alexander House Hotel & Utopia Spa. Esta mansión del siglo XVII era de la familia del poeta Shelley, pero ahora ha sido reconvertida en un hotel de la cadena Small Luxury Hotels of the World. Y naturalmente, jacuzzi, baño de vapor, masajes relajantes y stretching antes de subirse al avión no podrían ser un final más apropiado para un viaje que comenzó recorriendo cloacas victorianas.

Datos útiles

Cómo llegar

En avión, desde Buenos Aires, hay pasajes a Londres desde US$ 1400 (British Airways, sin impuestos). Luego, por ejemplo, ir un sábado y volver un domingo de la estación de Victoria, en Londres, a la de Brighton cuesta alrededor de 49 dólares en un plan económico.

Alojamiento

Hay más de 60 hoteles y B & B para elegir, desde 58 dólares por noche en adelante. Los precios en el tradicional Norfolk Arms Hotel, en tanto, varían según la estación: en primavera, una habitación estándar en base doble, con desayuno y una comida, cuesta 125 dólares, mientras que en invierno el precio es de 100 dólares.

Gastronomía

En un buen restaurante de Brighton, con menú completo y vino, se puede gastar entre 55 y 75 dólares. Terre à Terre (71 East Street) es uno de los más recomendados.

Paseos

Bajo tierra. Las vistas al sistema de cloacas de la época victoriana se realizan durante el verano. Las organiza la compañía proveedora de agua. www.southernwater.co.uk
Paseos en barco. Entre el 1º de abril y el 31 de marzo se realizan a diario paseos en barco por el valle de Arun. Las salidas de ida y vuelta entre Littlehampton y Arundel cuestan entre 11 y 22 dólares. www.kingfishercruises.com
Castillo de Arundel. Visitas entre el 31 de marzo y el 28 de octubre. Entrada, 22 dólares. www.arundelcastle.org

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