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Viaje a la infancia en Humahuaca

La Quebrada despierta recuerdos olvidados




En esta oportunidad me gustaría hablar de una de las cosas que más me conmocionaron en una semana de cine, llevando la película Las manos por el Norte, una zona que me parece formidable, de vegetación y montañas, perros y cabalgatas. Pero, como hacía muchísimos años que no iba, había olvidado esa ruta que va hacia la Quebrada de Humahuaca, cuando empieza a aparecer ese paisaje, esas rocas y esa grandiosidad y ese colorido; esos valles abajo, las pequeñas casas. Me había olvidado de la emoción que representaba para mí.
Fui a Tilcara a participar de un ciclo de charlas que organizaba la Secretaría de Cultura de la Nación, donde los artistas, actores, escultores, pintores, van y hablan con la gente del lugar. Al empezar la charla, dije: "Siempre uno empieza diciendo que está muy feliz de estar acá. Yo no estoy feliz, estoy conmovida".
Llegué en un atardecer, que los franceses llaman L heure bleu , la hora azul, la hora de la melancolía, cuando va cayendo el sol y pega levemente sobre esos cerros.
Yo viví en dos posadas divinas, La Paceña y Con los Angeles, con el refinamiento propio de la pirca, de las casas echas con adobe, que son calentitas en invierno y tan frescas en verano.
Hice esta charla con gente muy linda, como Susana Moreau, una mujer que está haciendo un CD que se llama La voz de los sin voz , junto con León Gieco y la gente del pueblo, tan sensible, con la capacidad de asombro intacta, la alegría de estar allí y la serenidad que en Buenos Aires perdemos. También recuerdo a un indio, con una cara maravillosa y el pelo largo, que era profesor de teatro, pintor, músico y hacía preguntas inteligentes mientras mascaba su coca.
No voy a hablar tanto de los lugares como de las emociones que me dan esos lugares. Por eso quise hablar de la Quebrada de Humahuaca. Y con todo este panorama, me di cuenta de todo lo que me faltaba conocer acerca de mi madre.
Mi madre y mi padre se separaron cuando tenía un año. Y cada vez que abro un cajón y veo esas viejas fotografías, y abajo dice, por ejemplo Jujuy, la tacita de plata ; San Antonio de los Cobres (4200 metros de altura); Tilcara ; Llegando a La Quiaca ; La Rioja ; Chilecito , me pregunto cuánto me he perdido de esa mujer de avanzada, que con una hija chiquitita, viajaba por esas zonas con esa delicadeza y esa alegría que tenía mi vieja en hacerlo. Entonces, me di cuenta de que algo muy fuerte pasó conmigo y la Quebrada, los valles y toda esta zona.
Medité en este lugar. Recuerdo que a la noche, en estos cuartos sin televisión, estaba con un libro y me dormí plácidamente.
Era noche de luna y me desperté de golpe, abrí la ventana y sobre mi mano derecha estaba la luna, que parecía que se caía sobre el cuarto. Me dio una sensación que no fue de alegría ni de gozo. Una explosión de libertad.
Al día siguiente tenía que volver a San Salvador. Al mediodía me senté en un restaurante a comer y había una chica que tocaba la flauta traversa. Ella, con una actitud que hubiera pintado... en un momento entregó un sobre, y en su interior una rogativa anónima del pueblo de Tilcara. Fue tan emocionante y tan lindo lo que me pasó. Una regresión a mi infancia, y a todo lo que ha sido mi madre en mi vida. Me pregunto: ¿qué hacía una mujer de esa época, sola con una niña, en la Quebrada de Humahuaca?
La autora es actriz. Actualmente conduce La Borges en casa , de FM La Isla (89.9) y AM La Marea (1420); lunes a viernes, de 13 a 14.
Por Graciela Borges
Para LA NACION

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