
Viaje épico en lenguaje de señas por Mongolia
Desde la hoy moderna capital, Ulan Bator, una aventura exótica por la tierra de Gengis Kan, llena de sorpresas y con algunas dificultades idiomáticas
7 de agosto de 2016

La plaza central de Ulan Bator, rodeada tanto por edificios de la era soviética como por nuevas torres - Créditos: AFP
Está en las monedas, los billetes y las etiquetas del vodka. El aeropuerto internacional de la capital, Ulan Bator, lleva el nombre del héroe nacional. Su estatua de mármol domina la plaza central de esa ciudad y da una idea de cómo ese Kan de Kanes llegó a coquetear con la idea de conquistar Europa.
Mongolia llegó alguna vez a ser uno de los imperios más poderosos del mundo. Detrás de la bravura de Gengis Kan y sus herederos, sus jinetes conquistaron China con el pretexto de buscar pasto para sus caballos. Se instalaron más allá de la Gran Muralla, dominada por la Dinastía Jin. Irak, Irán y Turkestán Occidental también cayeron bajo su dominio, al igual que parte de la India y Pakistán. Incluso territorios de la actual Rusia fueron tierras del gran Kan. Según La historia secreta de los mongoles, el poema épico que narra la gesta de Gengis, eran los amos desde el Pacífico hasta el mar Adriático; desde Surasia hasta el Polo Norte. Todo ese vasto terreno les perteneció allá por siglo XIII.
De vuelta al siglo XXI, mi llegada a Ulan Bator fue como escala en el camino a Pekín, desde Rusia. No tenía sobre Mongolia más que una imagen vaga de sus pobladores. Tomé un tren de Irkust (centro de Rusia, punto estratégico para visitar el Baikal, el lago más profundo del mundo) a Ulan Ude y, desde esa ciudad siberiana, un colectivo hacia Ulan Bator. Allí empezó la travesía por este país sorprendente.
Entonces vi a dos mongoles llorar. La escena fue rara, el bus estaba a punto de arrancar y ellos miraban por la ventana con ternura. Afuera había unos cinco chicos de la misma edad, no más de 16 años, cantando. Parecían parte de un coro religioso. En mis intentos desesperados por entender el motivo del llanto sólo pude interpretar las señas: eran amigos y se iban a extrañar. También viajaba con nosotros un grupo de boxeadores que tampoco llegaban a la mayoría de edad.
El trayecto por la estepa y las colinas verdes está lleno de animales que corren libres, sin cercos ni corrales. Los caballos son de contextura robusta pero petisos, con cabeza grande y la crin larga, pero con un cuerpo más pequeño que los que estamos acostumbrados a ver en otras latitudes. Soportan las bajas temperaturas a base de comer hierbas y no depender de cuidadores. Las vacas, en cambio, son más flacas. Hay ovejas, cabras y yaks, suerte de toro peludo nativo de Asia Central.
En la ruta no hay divisiones y por esas praderas pasan manadas que corren sueltas y sin dirección. Los animales tienen la lógica nómade de sus dueños, que cambian de terreno evitando la hostilidad del clima: además de los fuertes vientos, las temperaturas oscilan entre máximas de 40 grados en los pocos meses de verano mientras que el resto del año pueden bajar a 40 bajo cero. Cada tanto el colectivo para y toca bocina para que se corran del camino. El paisaje no tiene árboles. tampoco hay casas ni otro tipo de construcciones. A lo sumo se pueden distinguir carpas blancas llamadas gers, las viviendas tradicionales de los mongoles. De a poco esa niebla que parecía cubrirlo todo en Siberia desaparece: Mongolia recupera el color, al menos en mayo, cuando las temperaturas dejan de ser bajo cero.
La ciudad convulsionada
La mayoría de la población mongol reside en la capital. Casi un 30 por ciento de su población sigue siendo nómade o seminómade y habita el resto de Mongolia, en una sucesión de cuadros impresionistas donde el protagonista siempre es el paisaje: a veces de pradera y otras, de desierto.
La llegada a la terminal presentó la primera gran dificultad: el idioma. En esta parte del mundo, cuanto más al oriente se viaja, más complicado es comunicarse con los locales. Mientras que en Rusia el cirílico ya se había vuelto casi legible, en Mongolia –a pesar de tener el mismo alfabeto que el país vecino– interpretar los signos se hizo absolutamente imposible. Acordar el precio del taxi, por ejemplo, fue una negociación de 15 minutos, anotando números en un papel. No había otra manera. Por suerte, los números suelen hablar por sí solos. En medio de la discusión, a base de dibujar el camino con mis manos, se acercó Nergüi, un mongol que hablaba inglés y que se ofreció de traductor. Gracias a él logré bajar la tarifa exagerada del taxista.
De contextura media, ojos achinados y tez trigueña, los herederos de Gengis miran al extranjero y se ríen, tratan de descifrar de dónde es. Pero cuando hay un intento de diálogo, suelen frustrarse y la única opción es recurrir al lenguaje de las manos.
Caminar por las calles de Ulan Bator puede resultar un poco estresante. Es mejor hacerlo con tiempo, especialmente si se tiene un destino específico a localizar. La plaza central, además de la sede de gobierno (que alberga un museo histórico gratuito), está rodeada de varios edificios bien soviéticos. Mongolia fue estado satélite de la URSS entre 1924 y 1990. Pueden visitarse el palacio de cultura donde se encuentran la galería de arte moderno y la ópera.
Unos de los lugares que más me llamaron la atención fue el llamado State Department Store, en las guías angloparlantes: un mercado de seis pisos del que apenas entré quería salir por su estilo occidental. Los primeros niveles tenían algo del Corte Inglés. Pero en el último nivel, además de una vista increíble de las colinas que rodean la ciudad, había de todo: máscaras escalofriantes de deidades budistas, con la boca abierta y calaveras en la frente, disfraces, pantuflas con punta parecidas a los zapatos de los arlequines, sombreros autóctonos de formas irregulares y colores fuertes y con combinaciones que daban cuenta de la influencia estética china. También remeras -casi todas, sí, de Gengis Kan-, mini gers, pinturas, y... una sección especial con miles de gorros de piel, al estilo de los rusos, con diferentes diseños.
Ese lugar no era apto para ecologistas: cuando intenté comprobar si se trataba de piel sintética me encontré con la no tan grata sorpresa de que algunos de los modelos conservaban la cara de su anterior dueño.
La religión mayoritaria es el budismo tibetano. En Ulan Bator pueden visitarse dos monasterios lamaístas. Alejado del centro, Gandam Khiid es el más importante del país y alberga al Buda dorado de 26 metros. A pocas cuadras de la plaza central se encuentra Choijin Lama, que hoy funciona como museo, un complejo con cinco templos de arquitectura bien oriental que fue la casa de Luvsan Haidav Choijin Lama, uno de los monjes más representativos de Mongolia. Durante mis primeros minutos en el lugar estaba desconcertada, no entendía bien por qué me habían vendido la entrada si todas las puertas estaban cerradas. Me resigné a sacar fotos de los animales en miniatura que adornan los techos con sus terminaciones elevadas.

La mayoría de los mongoles practica el budismo - Créditos: AFP
Llegué a una desolada tienda de recuerdos, donde sólo unos minutos más tarde apareció la encargada. Me explicó que los guardias no me habían abierto las puertas porque llevaba una cámara y debía guardarla. Me estaban observando por el circuito de seguridad.
Volví a empezar y fueron abriendo templo por templo a mi paso. Parecía la única turista en Ulan Bator. Había momias, estatuas gigantes de los cuatros reyes celestiales, máscaras típicas del ritual del Tsam (un baile inspirado en el nomadismo y el chamanismo, que tiene como objetivo la expulsión de los malos espíritus y la purificación), parecidas a las de los carnavales en Bolivia: coloridas y con algo diabólico. También pinturas Thangka y muchos iconos de distintas deidades budistas.
Una noche en un ger
Los gers son tiendas en forma de las de circo, pero chicas, montadas sobre estructuras plegables de varillas de madera y recubierta de fieltro. Son blancas y tienen una puerta. Adentro suelen estar bien preparadas: tienen piel como aislante, una salamandra en el medio para calefaccionar y el techo con una parte transparente. De día, entra el sol y, de noche, el reflejo de la luna.
Hay excursiones que proponen pasar una o dos noches en un ger. Los 80 kilómetros del centro de la ciudad al parque nacional Terelj llevan poco más de una hora. Las manadas de animales invaden la visual apenas se ingresa en el paisaje de campos verdes donde pastan vacas y ovejas. En el medio aparecen los gers y los caballos, en mongol more, pero pronunciado morrrr, con una erre fuerte que me recordó a mis años de fonoaudiología. El mongol es gutural y suena a una fusión extraña entre el ruso y el chino.
A la mañana, el cielo estaba despejado y los colores eran intensos. Apenas llegamos a nuestro ger, una familia nómade me dio la bienvenida en el idioma de las señas. Eran cuatro: una pareja con dos nenes chicos. Los baños estaban afuera y eran a la vieja usanza: un pozo en el piso. Alrededor había otros campamentos, pero lo que predominaba era la naturaleza.
Después de acomodarme y explorar un poco el terreno me llamaron a almorzar. En un ger enorme ubicado en el centro del campamento se servía la comida: el plato fue uno de los más típicos, la olla mongol, compuesto por unos fideos similares a tallarines, verduras y trozos de carne (además de vaca, la dieta incluye carne de caballo y de camello; hay pocos cultivos que resistan el clima). Para acompañar, el termo más grande que vi en mi vida con té salado, otra tradición bien local. También me ofrecieron kumis, una bebida que se prepara con leche de yegua fermentada durante varios días.
Después de la comida di una vuelta por el parque y descubrí algunas marmotas que ante mi paso se metían en sus guaridas. De a poco se empezó a nublar. No había mucho más que hacer: había un mercado a unos kilómetros caminando y varios karaokes. Por alguna razón, Ulan Bator es una suerte de usina de cantantes sobre pistas. Incluso la familia que nos recibió en su comunidad organizó una sesión de canto en la carpa comedor.

Una parte de la población aún habita en tiendas conocidas como gers - Créditos: AFP
A la noche, el cielo se llenó de estrellas y la luna ingresaba por el plástico transparente de mi ger. El frío fue rápidamente combatido por Enkhtuya, una chica que apareció con varias maderitas y -con paciencia y sin una sola palabra de inglés- me enseñó a encender la salamandra para mantener el lugar caliente. Cosa que sucedió a los pocos minutos: hacía tanto calor que tuve que salir de mi alojamiento itinerante.
A pocos kilómetros puede visitarse una estatua gigante de Gengis Kan sobre su corcel, considerada una de las más grandes del mundo. Tiene 40 metros de altura, es de acero inoxidable y pesa 250 toneladas, a su alrededor hay restaurantes, tiendas de souvenirs y un museo con objetos que van desde la prehistoria hasta el siglo XIII.
Caballos de fuego
En el tren de Irkust a Ulan Ude, tres francesas de unos 30 años, artesanas, me contaron en castellano que viajaban especialmente a la tierra de Gengis a comprar caballos y recorrer sus caminos hasta cansarse. “Un caballo te puede salir 200 dólares. Terminás el viaje y lo vendés”, me dijo Lisa, la más simpática. En Mongolia hay más caballos que personas. A pesar de estar en el ránking de los 20 países más grandes del mundo (con una superficie de 1.560.500 kilómetros cuadrados), no pasa lo mismo con su población. Apenas llega a los tres millones de habitantes. Los pastores consideran sus caballos tanto como una forma de riqueza y una solución a las necesidades diarias: el transporte, la comida y la bebida.
Dicen que sus pobladores empiezan a montar a los cuatro años y que a los nueve están preparados para competir en el festival Naadam que tiene lugar cada verano, a mediados de julio. Se trata de una fiesta nacional de tres días que conmemora la declaración de la independencia del país, en 1921, cuando los mongoles se liberaron de los chinos que los dominaban desde la caída del imperio y se convirtieron en un estado satélite ruso. Se compite en tres disciplinas tradicionales: tiro con arco, lucha mongola y carreras de caballos. En esta última, los niños recorren distancias de hasta 25 kilómetros por la estepa con poca protección y pelean por llegar primero a la meta y esquivar al público que se abalanza sobre ellos.
Los takhi (caballos salvajes mongoles) son uno de los atractivos que tiene el país. En los años 60 la raza estaba por extinguirse y los pocos que quedaban fueron trasladados a zoológicos europeos y australianos. En los 90, bajo un programa de reintroducción, los takhi volvieron a su hábitat. En la actualidad hay unos 300 y se encuentran cerca de la capital en el Parque Nacional Khustain, donde veterinarios y estudiosos siguen su evolución.
La partida de Ulan Bator fue a las corridas. Lejos de tomarme otro taxi con el que no me iba a poder poner de acuerdo con el precio, me recomendaron ir en colectivo. Busqué la parada pero nunca estuve segura de estar en el lugar correcto. Llegué a interpretar un despegue con mis brazos, ojos y hasta usando la onomatopeya del momento en que el avión deja la tierra para saber si estaba en el bus para ir al aeropuerto.
Estuve media hora rogando que la fábrica que despedía humo y la cara de Gengis Kan que veía pintada en una colina fueran signos de estar en camino. Pasó poco más de media hora y el chofer balbuceó unas palabras. Empecé a distinguir aviones: el micro me había dejado adentro del aeropuerto Gengis Kan, tranquilamente podría haber llegado a caballo. Si los mongoles lograron conquistar el mundo al galope, ¿por qué yo no lo lograría?
Datos útiles
Cómo llegar
Por Turkish Airlines, a partir de $42.163 (ida y vuelta, con impuestos) y tres escalas: San Pablo (sin cambio de avión), Estambul y Bishkek (sin cambio de avión).
Dónde dormir
Khongor Guest House: además del buen balance entre precio y calidad, las habitaciones son privadas y Toroo y Degi (los dueños) organizan excursiones, hablan inglés y ayudan con la visa y los traslados. Entre 8 y 18 dólares. Peace Ave. 15.
Lotus Guesthouse: habitaciones privadas con muebles de estilo mongol. Tranquilo y cerca de zona gastronómica. De 15 a 30 dólares. Baga Toiruu West.
Hotel Örgöö: hotel boutique bien ubicado y muy pintoresco. Con desayuno, de 90 a 120 dólares. Bldg, julluchin Gudamj.
Dónde comer
Blue Sky Lounge: en el último piso de uno de los edificios más altos de Ulan Bator (Sky Tower) se disfruta de una rica y abundante cena con show y vista de toda la ciudad.
Mongolians: parte museo, parte restaurante, en este espacio de decoración autóctona vale la pena probar khorkhog (cordero, leche y verduras, cocinados con piedras calientes). También buuz y bansh (empanadas de ternera o cordero). Ikh Toiruu 93, Barilga Mega Store.
Visa y cambio
Para entrar en Mongolia los argentinos necesitan visa. Hay dos tipos: en tránsito, que dura 10 días y cuesta 50 dólares; y turista, por 30 días y 70 dólares. No hay embajada en el país, hay que tramitarla por internet en www.mongoliavisa.com/index.html, o si se va por tierra desde Rusia, en Irkust.
La moneda es el tugrik mongol; 1 dólar equivale a unos 2000 MNT.
Qué hacer
El Desierto de Gobi se extiende hacia el sur y oeste del país, en la frontera con China. Ocupa un 30 % de Mongolia. Las excursiones salen desde Ulan Bator. El precio arranca en 50 dólares por día y se necesita una semana.
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