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Viaje por la Ruta de los Pueblos Blancos

Estuve en... Cádiz Elisa Suárez




Después de un día en Madrid, tomé en Atocha el tren que me llevaría a mi destino: la provincia de Cádiz, tierra de gente sencilla, simpática, con ganas de fiesta porque sí, de manzanilla, jerez, pescaítos fritos y el más delicioso aceite de oliva.
En San Fernando (La Isla de Camarón) me encontré con mis amigos Pedro y Pastori. Nuestro itinerario comenzó en Cádiz capital, rodeada por el Atlántico, con 3100 años y hermosas playas. Estábamos en la Costa de la Luz, con reminiscencias árabes a cada paso, que la hacen especialmente atractiva. Muchas palmeras y una costanera preciosa con aire cubano. Es la ciudad de las chirigotas (algo así como las murgas uruguayas), los carnavales y la alegría.
Más al Sur, me sorprendió la playa de Bolonia donde, tendida en la arena, contemplé las ruinas de Baelo Claudia, ciudad romana del siglo II a.C.
Pero nos esperaba aún el plato fuerte, la Ruta de los Pueblos Blancos. Verdes bosques, interrumpidos de tanto en tanto por la deslumbrante blancura de un pueblo encaramado en una ladera, a orillas de un tajo, en la cima de un cerro o colgado de un barranco. Calles anárquicas y estrechas. Rejas negras y malvones rojos. Y una inconfundible estirpe mora en cada pueblito que visitamos.
Setenil de las Bodegas, cavado en la misma piedra, con calles casi techadas por la proximidad de las rocas enfrentadas. Olvera, con su iglesia coronando un peñón rocoso de difícil acceso. Zahara de la Sierra, bello por donde se lo mire, con una magnífica panorámica de su embalse desde lo alto de su fortaleza medieval.
En Benamahoma hicimos noche. Una hermosa casa de turismo rural en un rincón de ensueño. A la mañana siguiente, el dueño del bar (El Cancha) se ofreció a buscarnos molletes calentitos para desayunar antes de despedirnos. Inolvidable.
Luego Grazalema, mágica y embrujada, con su tradición de telares. Villaluenga del Rosario, que visitamos de noche, me hipnotizó con sus calles vacías y tenuemente iluminadas. Casitas reducidas, como salidas de un cuento.
Por último, y algo apartado de la ruta, ya más en dirección a Gibraltar, nos encontramos con Castellar, un pueblo amurallado que guarda celosamente en su interior pequeñas casitas blancas, testigos de luchas entre cristianos y nazaríes de Granada. Desde esa colina se divisa el Peñón de Gibraltar hacia el Sur y el bello embalse de Guadarranque, que miramos a través de un antiguo balcón colgado del vacío.
Cádiz tiene la belleza de la sencillez. En once días supe de gente cálida y alegre. Sus azules, blancos y verdes estarán para siempre grabados en mi corazón.
¿Descubrimientos para compartir? ¿Un viaje memorable? Esperamos su foto (en 300 dpi) y relato (alrededor de 2000 caracteres con espacios).
Envíe sus relatos, fotos, consultas, sugerencias y compañeros de ruta a la Redacción de Turismo del diario LA NACION, por carta a Bouchard 557, 5º piso (1106), Capital Federal, o vía e-mail a turismo@lanacion.com.ar

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