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Viaje sentimental

Antonio De Raco en América del Norte




"Mientras haya un piano, me puedo quedar en cualquier lado. El piano es para mí como un torrente sanguíneo", dice Antonio De Raco cuando intenta encontrar algún hilo conductor a todos los lugares del mundo en los que ha estado. "Finalmente, todos buscamos en distintas ciudades algo que nos es muy propio: uno mira para atrás y ve que todos esos lugares se han convertido en lo que uno es."
El viaje que en 1946 hizo a América del Norte fue crucial en esa serie: era la primera vez que se presentaba en un escenario extranjero. Antes de eso había dado conciertos regulares en el Teatro Colón y todos los domingos tenía una audición en Radio El Mundo. Cuando la radio era otra cosa. "Esa época era realmente emocionante, me solía pasar que viajaba por la Argentina y encontraba gente que se juntaba especialmente los domingos a la noche para oír mis conciertos."
A los discos que Antonio De Raco ha grabado durante su carrera se agregará, en los próximos meses, Mundo sonoro de un pianista ,una aproximación personal a la obra de compositores como Mozart, Chopin y Enrique Granados. Además, ha sido maestro de muchos pianistas argentinos y acaba de realizar una serie de conciertos en el Museo Nacional de Bellas Artes, que planea continuar durante el año próximo.

Noche de estreno

Su primer concierto en la América septentrional sería en el Carnegie Hall de Nueva York, "un teatro que para cualquier pianista está rodeado de una aureola imperial, es un lugar consagratorio. Yo iba con una preparación de meses a ese concierto, y de hecho llegué a Nueva York un mes antes del concierto, que estaba previsto para el 29 de diciembre".
Durante varios de esos meses previos al viaje, Antonio De Raco era asaltado por un sueño recurrente: llegaba a Nueva York en barco y veía con detalle el puerto, la magnificencia. Curiosamente, nadie que haya escrito sobre la ciudad ha podido saltear la escena de la llegada.
"Cuando llegó el momento en que me tocó ver la ciudad por primera vez me di cuenta de que nada de lo que había leído ni de lo que había soñado se acercaba a la imponencia que tenía frente a mí. No fui en barco, sino en avión; era de noche y la ciudad estaba completamente iluminada."
Nueva York le había preparado un sistema de concentración muy efectivo: ese diciembre nevó como no lo hacía desde 1888, y Antonio De Raco sólo pudo salir de su casa el día del concierto. Había alquilado un departamento a media cuadra del Central Park, sobre la calle 66.
"Me acuerdo que ese primer día salí y fui a tomar algo al Russian Tea Room y me encontré con Medrano, que hacía los grafodramas de La Nación y que era muy amigo mío. En el grafodrama que improvisó para regalarme, un hombre luchaba en vano contra la nieve."
Esa misma noche era el concierto y dice Antonio De Raco que en ningún momento tuvo nervios, que en definitiva siempre se trata de una cuestión mental, de estar conectado con la cosa misma más que con las expectativas ajenas o propias.
Tocó la primera parte del repertorio, que incluía piezas de Bach y de Beethoven, y se retiró serenamente a su camarín en el intervalo. En ese momento, el asistente que se encargaba de él se le acercó y trató de buscar la frase más elegante posible para preguntarle si para la segunda parte del concierto el señor no preferiría quitarse las galochas.
"Fue una noche verdaderamente magnífica. El público muy cálido y la crítica también. Después del concierto nos fuimos a comer a un restaurante que quedaba a la vuelta del Carnegie Hall, en esa ciudad toda helada en vísperas de la Navidad. Fue algo muy feliz. Yo todavía me acuerdo de la sensación física, de ese trepidar que se apodera de uno después de un concierto."

Adicciones urbanas

Nueva York continuó después de esa noche, y dice Antonio De Raco que le gusta contrastar esa ciudad de la década del cuarenta con la que vuelve a ver cada vez que va, porque finalmente se creó en él una suerte de adicción.
"Me acuerdo que estaba completamente subyugado por los carteles publicitarios, que eran de un tamaño y de un esplendor que nunca había visto acá en la Argentina. Había uno de Camel en el que el tipo fumaba y exhalaba un humo que se veía como real, y otro que ya me llamaba la atención por lo desorbitante; decía Glorious ham & eggs! ,y yo me preguntaba cómo se podía tildar de gloriosa una combinación semejante.
"Broadway ya era una calle que me parecía de otro mundo, y ya era también muy fascinante la mezcla de personas de distintas partes del planeta que circulaba por las calles. Algo inusitado que me quedó muy grabado es el olor a café con leche que yo sentía por todos lados y que me resultaba tan acogedor, tan familiar."
Entre los rituales favoritos de aquel viaje estaban las tardes en la Casa Steinway, que está frente al Carnegie Hall, donde Antonio De Raco practicaba a diario. "Nunca sabías quién podía estar tocando en la sala vecina: un día me encontré con Oscar Levant, el gran jazzista. Fue un placer oírlo ahí, estaba practicando una obra de Gershwin, que además era su amigo. Algo estupendo."
En sus viajes neoyorkinos, que se han vuelto recurrentes, uno de sus lugares secretos en la ciudad es Music House, una casa de música que queda a la vuelta del Carnegie Hall y a la que siempre va en busca de obras desconocidas, que ahí no lo son tanto. Otro es el Lincoln Center, o el Museo de la Frick Collection, sobre la quinta avenida.
"Vuelvo a ese museo cada vez, y en gran parte eso se debe a dos obras: La forja , uno de los cuadros más inauditos de Goya, una obra que lo confirma como un gran precursor del impresionismo; y otra obra suya, el Retrato del conde de Osuna , que era un embajador español en Rusia y que un día, para no ser menos que los zares, organizó una recepción oficial y tiró todos los cubiertos de oro por la ventana. Me divierte esa desmesura española."

Conciertos polares

Después siguió otro mes más al Norte: Antonio De Raco viajó a dar conciertos en Ottawa y Montreal. "Canadá es un país que me recibió muy bien y al que después volví muchas veces, sobre todo en la década del cincuenta. Si pienso en ese primer viaje, lo más fuerte de recordar es el frío, un frío como el que nunca sentí antes ni después.
"Me acuerdo que caminaba por la calle con 30 grados bajo cero y me cruzaba con hombres que tenían los bigotes congelados. Era muy lindo verlo desde adentro de mi departamento, porque detrás de los vidrios empañados la gente se veía como transparencias, como siluetas animadas. Un día intenté ponerme unos esquíes y confirmé que los deportes de invierno no están hechos para mí."
De los conciertos canadienses, el de Ottawa fue el más célebre. Era una noche especial, a la que habían asistido todas las autoridades de la ciudad, y poco antes del fin, Antonio De Raco se dio cuenta de que se había caído la lira del piano.
Logró llegar a los aplausos finales antes de que el público se diera cuenta, pero no pudo hacer el bis del pedido. Esta escena, dice Antonio De Raco, no le parecería nada especial si no se completara con el titular que le dedicó un diario de Bogotá, ciudad a la que llegó al día siguiente: Se desbarata un piano . Nunca volvió a escuchar nada igual en su extensa vida de pianista.
María Sonia Cristoff

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