
En un día de trabajo como cualquier otro, una mujer que limpiaba en el Instituto Rousseau de Ginebra encontró unos textos manuscritos que habían quedado ocultos por una de esas arbitrariedades de las bibliotecas. Pronto se supo que se trataba de un hallazgo valioso: eran las cartas y el diario íntimo de Sabina Spielrein, personaje relevante de la Viena de principios de siglo, psicoanalista y discípula de C. G. Jung, con quien además tuvo un amor.
Karsten Alnaes, escritor y editor del suplemento literario del diario Dagbladet, de Oslo, convirtió ese hallazgo ginebrino en tema de su primera novela, Sabina, donde no sólo retrata al personaje central y cuenta sus relaciones con Jung y con Freud, sino que también presenta un vasto panorama de la atmósfera intelectual que se vivía en la Viena anterior a las dos guerras.
"Me interesó mucho escribir ese libro por la figura de Sabina, pero también por mi amor a Viena, ciudad a la que siempre me veo compelido a volver, por una razón u otra. La conozco tanto que incluso la he visto cambiar: en principio tengo esa Viena que aparece en mi libro, la pujante, la ciudad que encarnaba perfectamente los principios del Iluminismo y del Positivismo, la fe en el saber y en el progreso.
Luego tengo la Viena que descubrí en el primero de mis viajes, a principios de los años sesenta: entonces encontré una ciudad destrozada, desesperanzada y hasta diría avergonzada. Era una ciudad donde se veía claramente su participación en las guerras, un lugar triste, gris y sucio, donde sobrevolaba un pesar auténtico, algo que yo leía como un remordimiento por haber apoyado al Nazismo. Recuerdo que en ese viaje pensé que Viena era exactamente lo contrario de Londres, donde se asistía a la versión optimista de los sesenta con todo su esplendor y fuerza.
Luego llegó el fin de los sesenta y entonces Viena empezó a cambiar: la sociedad vienesa pareció más capacitada para asumir mucho de lo pasado, llegaron los americanos, los turistas, y comenzaron obras de reciclaje de edificios, parques y museos. Entonces comenzó a reconstruirse la Viena que uno encuentra hoy: una ciudad bellísima en la que se percibe muy nítidamente que allí comenzó la modernidad, que las corrientes del pensamiento de este siglo la han tenido como escenario.
Lazos intensos
"Sólo arquitectónicamente, por ejemplo, Viena es algo increíble: basta ver el edificio del correo, obra de Otto Wagner, para comprender cabalmente la idea del funcionalismo; o la casa de Adolf Loos, con ese estilo despojado en el cual se va anunciando el racionalismo; o el edificio del Burgtheater, el famoso teatro del que emana la grandiosidad de la arquitectura de Gottfried Semper. Todas manifestaciones del arte que dan clara cuenta de una intensa ruptura con el pasado, un sentimiento de que allí se gestó algo verdaderamente nuevo.
"Luego está el esplendor de la estatua de oro de Johannes Strauss, que se erige en medio del Stadtpark, uno de los parques de la ciudad. Y sobre todo el encanto de los cafés, una de las cosas que más disfruto de la vida vienesa: esos lugares donde todavía se respira el siglo pasado, esos espacios plagados de espejos, de caoba.
"Suelo instalarme en esos cafés cada vez que voy; paso horas leyendo mis libros, o los diarios, o me quedo observando las mesas vecinas, toda esa gente que va realmente a disfrutar de un momento de tranquilidad.
Entre todos ellos, uno de mis favoritos es el Café Landmann, fundamentalmente por el hecho de que durante años Freud iba allí todos los días.
"La casa de Freud también está intacta: la sala de espera donde lo aguardaban sus pacientes, su cuarto, el salón donde solía recibir a sus interlocutores y donde Sabina discutió con él su tesis acerca del instinto autodestructivo en los seres humanos. Realmente en esa casa es muy fácil percibir la atmósfera de verdadera discusión intelectual que se vivió en aquella Viena freudiana."
Dice Karsten A. que esas cosas y tantos viajes han creado entre Viena y él un lazo indestructible, que está seguro de que no puede dejar de seguir yendo porque cada vez Viena le dice algo de él mismo que nunca termina de entender, y que ese algo tiene que ver con su herencia europea, con su pertenencia a una cultura occidental y violenta. Y que siempre estará volviendo a Viena, simplemente porque cada uno sabe cuáles son esos pocos lugares a los que nunca podría traicionar.
María Sonia Cristoff
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