Newsletter
Newsletter

Vigías del mar: la ruta de los faros

En la Argentina, a lo largo de 4000 km de costa, hay 62 de estas señales que tan misteriosamente encantan al viajero; 14 están habitados, sólo uno tiene ascensor y hay otro, en Chubut, que es hotel




Algunos de los destellos tienen el tiempo exacto de la respiración tranquila. Las luces, otras veces, nacen y mueren al ritmo de la caída pesada de los párpados. Son señales en la inmensidad. Marcan caminos. Caminos a los confines. Confines alumbrados por el extraño ojo que da vueltas: la señal del faro barre la costa con la monotonía de un himno pagano y en un impensado silencio.
Los faros. Suelen estar en lo alto. Son bellos. Hay que visitarlos y vivirlos y en algunos se puede. No por nada los ingleses han hecho de sus interiores confortables hoteles con rutinas de torreros para quienes se animan a hospedarse (ver recueadro).
Los faros. Tienen escaleras intrincadas e interminables. Catorce de los 62 faros que existen a lo largo de 4000 kilómetros de costa argentina están habitados por hombres de la Marina, tan misteriosos y lejanos como la torre que vigilan y que vigila.

Recorriendo la costa

Desde el pontón-faro Prácticos Recalada, en el Río de la Plata, hasta el Esperanza y el 1° de Mayo, en la Antártida, hay, como dijimos, 62 faros. Y la vida en cada uno de ellos comienza sólo al atardecer, cuando se prende la señal que guiará a todos, hasta a los bucaneros modernos y a los pescadores ilegales en mares ajenos.
No son iguales. Primero, se diferencian entre sí por las características de la luz que emiten, el número de luces, el color, la duración del destello, los períodos de encendidos y de oscuridad.
"Me encanta lo que hago -dice a LA NACION el capitán de fragata Juan Nicolau, el torrero de la Armada Argentina, fuerza que se encarga de esas señales luminosas- y conozco casi todos. Por ejemplo, el Mundo Marino es el único en el país que tiene ascensor y se puede visitar, aunque está concesionado. El del Fin del Mundo, del que habla Julio Verne en su libro, nunca fue visitado por el escritor, y sin embargo en la primera edición del libro el dibujo del faro correspondía al que está en la Isla de los Estados. Y no, no están abiertos al público, pero todos son bienvenidos."
Entre las curiosidades que cuenta, por ejemplo, dice que en Puerto Madryn, el faro de Punta Delgada es hotel y está concesionado, aunque cumple con su función de vigía. Se llama Hotel de Campo, tiene 27 habitaciones y buena comida (delgada@puntadelgada.com). Menuda experiencia debe ser levantarse de madrugada, acunado por el arrullado de las olas, a mirar el mar a destellos caprichosos.
"Hay otros que tienen contratos con universidades o cooperadoras de hospitales, a quienes les interesan los faros y la zona donde están para estudios e investigaciones. Y esas mismas instituciones colaboran con el mantenimiento -dice-. El faro más antiguo que se mantiene en servicio es el Río Negro, en el balneario del Cóndor del Río Negro. Data de 1887, es de adobe (muy pocos lo son) y actualmente está habitado."
Más al Sur, el faro de Año Nuevo lleva dando señales ininterrumpidas desde 1902, cuando la luz eléctrica en aquellos extremos era una bendición y no siempre Dios estaba presente... Justamente por eso, porque los torreros -quienes habitan la casa del faro- eran algo más que personajes solitarios y finales, y mantenían su propia huerta y habitaban lo imposible, es que las postas de correo y luego de telégrafo comenzaron a funcionar en los faros. Por eso muchos de ellos tienen un cementerio en el jardín.
Faro Beauvoir, en tanto, está en la ciudad de Puerto Deseado y la vida quiso que hayan elegido el campanario de la iglesia de Nuestra Señora de la Guardia para colocarlo. ¿Benditos sean los marineros que cruzan por su luz?
Otra vez en la provincia de Buenos Aires, en Bahía Blanca, está el faro Recalado, que tiene 74 metros y es el más alto de América del Sur. Y aunque la gente haga mucho hincapié en el faro de la isla Martín García como bello y extraño, el señor de los faros, Nicolau, asegura que esa señal ya no funciona.
El que sí existe y es una gran curiosidad es el de la ciudad de Miramar. En el principio fue un faro al lado de la playa, pero la ciudad se agrandó de tal modo que fue necesario trasladarlo a la azotea del edificio Playa Club, donde actualmente funciona.
Otro dato extraño es que en la ciudad de Buenos Aires no hay ningún faro náutico. ¿Y el del Yacht Club? ¿El del pasaje Barolo? "No son faros -porfía el marino-, son otro tipo de señales. La Capital no tiene ninguno."

De sol a sol

Actualmente todos los faros son electrónicos. Sólo queda uno que funciona con gas de acetileno y es el que está en la entrada de la escollera de Mar del Plata. Y además de electricidad, los faros funcionan con paneles solares, luz urbana, baterías o grupo electrógeno, y para los 14 habitados, la vida comienza cuando la luz eléctrica puede ser usada. Es decir, de noche.
A pesar del ruido que suelen hacer los equipos generadores de electricidad, la familia del torrero aprovecha esa hora para mirar la televisión, prender la computadora y cocinar con microondas. ¿Quiere más mística? Según Nicolau, la de torrero es la especialidad más antigua de la Armada. Se estudia en la Escuela de Suboficiales y es "una comunidad de 200 hombres muy especiales".
Especiales como los admiradores de los faros. Como Jorge Luis Borges, que escribió en el libro de visitas del de Punta Mogotes: "El faro es la mirada de la civilización sobre los hijos suyos esparcidos por el océano. Si el hombre mide en pequeñez por la altura de sus monumentos, es grandioso".

Los ingleses rinden homenaje a sus señales

El año último se festejó en Inglaterra el SeaBritain 2005, una imporante celebración marítima nacional que dura todo un año, y para que nadie se quedara con el gusto de conocerlos, muchos de los faros de la isla se abrieron al turista y hasta se les ofreció alojamiento en la casa del farero, hombre extraño si los hay.
Uno de los patrocinadores del SeaBritain es el Trinity House, que opera actualmente 600 auxilios de navegación, incluyendo 71 faros. Esta institución ofrece al turista alternativas para disfrutar de los faros: puede ser subiendo a lo alto de cualquiera de ellos -ahora abiertos al público-, alojándose en la casa de los fareros o navegando en un crucero de lujo a bordo de la nave insignia de su flota.
Si el turista se aloja en la casa del farero deberá alimentarse, moverse y vivir como lo hacían los hombres que habitaron las señales náuticas en las Islas Británicas, que se sabe tiene cientos de faros a lo largo de su costa.
La idea es que el visitante llegue al faro para poder enterarse cómo era la vida de estas familias, especialmente cuando las bravas tormentas metían terror en la piel y golpes inciertos en las puertas. Y, además, contar al turista que, por ejemplo, fue en 1998 cuando el último faro operado por el hombre en Inglaterra, el North Foreland, en Kent, se automatizó.
Otra de las novedades que presentan estas moles de metal o cemento, repletas de historias fantásticas, es que las casas de los fareros en Inglaterra se transformaron en prestigiosos alojamientos, cuya vista es incomparable.

Datos útiles

Para recordar

Para más datos sobre Inglaterra, www.trinityhouse.co.uk
Para saber qué faros están habilitados para el turismo y para eventuales reservas, consultar www.ruralretreats.co.uk
La revista Gaceta Marina, de la Armada Argentina, suele traer historias de vida y anécdota de las reparaciones de algunos faros del país:

Soledad, mares que se juntan y la dulce melancolía de la luz

Sagres. En esta ciudad, enclavada en el extremo sur de Europa, en el algarve portugués, donde el caserío cae sin remedio al mar y a pique, hay un faro. Es bellísimo, pero se trata de una de las bellezas más desoladas y melancólicas que se haya visto.
Sentarse en las playas de Sagres al atardecer, contemplar el faro desde abajo y el mar bravo de frente es tan dulce y melancólico que se desaconseja su visita a deprimidos con ganas de perpetuarse.
Ciudad del Cabo. Otro faro que merece la pena ser mencionado es el emplazado cerca de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, donde dos mares de juntan y forman uno de los pasos más difíciles para los marinos de todo el mundo.
No por nada el lugar se llama Cabo de las Tormentas y no hay marino que no haya sentido un poco de temor al cruzar esas aguas extrañas y malísimas que, desde arriba, se ven también con cierto miedo.
Y es una visión extraña: un faro, el mar bravísimo, un lugar del mundo donde las tormentas se forman caprichosamente como obedeciendo a la inestabilidad del carácter humano, monos que aprovechan la fascinación del turista para robar comida y la soledad más absoluta sólo retaceada por el ruido insoportable del viento.

¡Compartilo!

SEGUIR LEYENDO

¿Cuáles son los mejores lugares para probar este clásico postre italiano?

¿Cuáles son los mejores lugares para probar este clásico postre italiano?


por Redacción OHLALÁ!


 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2025 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.

QR de AFIP