
El mejor cumpleaños de mi vida fue cuando cumplí 17. Lo festejé dos veces: la primera, típica, la noche del 15 con mi flia en casa, pero a la tarde vino Sofía, con brownies calentitos, y mi ex de ese momento, Martín, con fresias.
A la noche, mientras comíamos en casa, cayeron como 10 compañeras del colegio y nos quedamos hasta el otro día charlando y comiendo torta.
Al otro día me dejaron faltar al colegio y dormí hasta las 7 de la tarde. ¡Qué épocas! Se acuerdan de eso? De despertarse de noche?
Los números que más me marcaron fueron el 18 y el 30.
El 18 porque, no sé, me hice cargo de que era mayor de edad. De que hay un antes y un después, y yo no estaba segura de querer estar del otro lado de la raya.
Los 30 porque me acordé de mamá a esa edad y ahí me di cuenta de que ese no era un dato menor.
Acordarte de tu madre a tu misma edad, denota que estás grande.
Marcos me dijo hace poco: mami, yo miro la peli hasta el final. Vos dormí si querés. Descansá que estás VIEJA.
JA!
Hoy amanecí, como casi todos los días, con los tres niños en la cama. Relegada a 3 cm cuadrados de colchón.
Abrí los ojos, y me encontré los de Luján a un milímetro de los míos.
"feliz cumple, mami", me dijeron los ojos más risueños que nunca hayas visto.
Hoy es mi mejor cumpleaños, lo acabo de decretar.
(si me quieren contar los de ustedes, no me ofendo).
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