
La calle Warschauer no es ni por asomo la más bella de Berlín. Más lindas son, por ejemplo, la Rosenthaler, en Mitte, o la avenida Unter den Linden, que une la Puerta de Brandemburgo con la Torre de Televisión y la plaza de Alexander.
Pero sí se puede decir a favor de la calle de Varsovia que conecta dos lugares muy hermosos de la capital alemana: la Puerta de Francfort, sobre la avenida Karl Marx, donde se ven los imponentes Palacios de los Trabajadores (antaño monoblocks de lujo para la nomenclatura ; hoy viviendas codiciadas por altos ejecutivos), y el puente Oberbaum sobre el río Spree, desde el que se observa a lo lejos la Torre de Televisión cerca de las aguas del río. También, que atraviesa en escasas diez cuadras el barrio de Friedrichshain, uno de los más vibrantes de la ciudad e interesantes en cuanto a oferta cultural, que perteneció a Berlín Oriental, y lo conecta con Kreuzberg, otra parte destacada de la ciudad, en este caso del ex Berlín Occidental, también conocida como segunda Estambul por la gran cantidad de turcos que viven allí: unos 120.000. Por eso vale la pena recorrerla y también sus alrededores.
A unas cuadras de la Warschauer, por una de las calles perpendiculares, se encuentra la plaza Boxhagener, donde hay un mercado de pulgas los sábados y domingos, uno de alimentos en el que se puede comprar delicias como salmón, arenque, vino, frutas, queso y la más grande variedad que uno pueda imaginar de panes y salchichas, dos fuertes de la cocina alemana.
La plaza está rodeada de cafés, cada uno de los cuales es un mundo. Hasta hay uno húngaro, con repostería made in Budapest . Muchos amigos se encuentran los domingos por la mañana en la plaza, hacen las compras en el mercado mientras conversan y terminan en un café hasta que se hace la hora de comer. Pero además de cafés, cerca de la plaza hay bares, centros culturales, paredes con grafitis (probablemente de los más lindos de Berlín, aunque hay uno gigantesco y espectacular que se puede ver desde el puente Oberbaum, ya casi en Kreuzberg), vinerías (a cual más sofisticadas), tiendas de ropa alternativas y restaurantes.
El bar que más me gusta de esa zona es Die Tagung, en la calle Wühlich, cuya decoración es típica de la antigua Alemania comunista, pero con un toque todavía más kitsch para estos tiempos. Uno puede acodarse en la barra y sentarse... sobre la cabeza de un busto de Stalin, que hace las veces de taburete.
Friedrischhain es un barrio tranquilo, pero sus vecinos, si lo consideran necesario, se movilizan instantáneamente en defensa de sus ideales. Que se lo pregunten si no al dueño de un local a metros de la estación de subte de la Puerta de Francfort, que decidió en marzo último vender ropa de marcas identificadas con los neonazis y que, por su mala idea, debió enfrentar manifestaciones diarias de vecinos del barrio (y algunas que trascendieron a los vecinos del barrio) hasta que tuvo que cerrarlo.
Al cruzar el río Spree
Para comer durante un paseo por ahí no elegiría un restaurante, si bien los hay muy buenos. Lo que más me llamó la atención es un Imbiss (se podría traducir como local de comida al paso) de Sudán, en el que hacen deliciosos sándwiches calientes que se pueden acompañar con gaseosa Africola.
Por la noche, tal vez lo mejor sea cruzar el río Spree (sí, justo cuando termina la Warschauer, donde antes estaba el Muro) e internarse en Kreuzberg. En la continuación de la Warschauer, tras el puente Oberbaum, hay un restaurante vietnamita en el que se puede probar la deliciosa sopa Pho, plato nacional de ese país asiático y por adopción (muchos vietnamitas se establecieron en Berlín Este en la época del bloque soviético), plato típico de la capital alemana. Más allá de ese restaurante, en Kreuzberg abundan los locales de comida turca y lo más adecuado sería, tal vez, pedirse un donner kebab o ir a una pastelería y probar alguna de las deliciosas confituras que elaboran los inmigrantes de este país, a los que se les permitió establecerse en Berlín Occidental con sus familias, para paliar la falta de mano de obra masculina tras la guerra. Uno de mis bares preferidos en Kreuzberg, cerca del puente Oberbaum, es el Sofía, antiguo restaurante turco (se nota por los paisajes de ese país pintados en las paredes) reciclado en bar trendy alemán.
El fin del recorrido puede ser en Madame Claude, a metros del Sofía, curioso club en el que se puede escuchar todos los días música en vivo y en el que cuelgan del techo mesas y sillas invertidas que desafían la gravedad y parecen un reflejo de las reales. Enese mundo al revés que propone Madame Claude, nada como una cerveza Agustiner, la mejor de las alemanas a mi juicio, para poner los pies sobre la tierra después de este pequeño, pero contundente recorrido.
Por Leandro Uría
De la Redacción de LA NACION
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