El jueves a la noche salí, efectivamente, con J.
Fuimos a comer a un lugar en San Isidro al que hace años que no iba.
¿Quieren emoción?
Bueno, no la hubo en grandes cantidades. No sé. Comimos, charlamos, y esas cosas.
El tipo habló demasiado. De hecho, el tipo HABLA DEMASIADO de él. Es decir, está todo el tiempo encontrando una relación de lo que yo diga o de lo que pase a su alrededor, consigo mismo. Muy autorreferencial.
Y a mí me chocan los autorreferenciales. Esas personas que pareciera que todo el tiempo están pensando en cómo contarte de ellas, que el punto que partida del mundo entero, es su ombligo.
La verdad, me aburrí bastante.
Cuando terminamos de comer, me preguntó si quería ir a tomar algo a otro lugar. Le dije que realmente estaba muy cansada y que el viernes no pisaría mi casa en todo el día (verdad), así que que prefería ir volviendo, y que además, mis hijos estaban en casa y que no quería dejarlos tanto tiempo con Mirti.
Se desilusionó, me insistió un poco (cómo detesto que me insistan más de la cuenta, y este cristiano lo hizo) y finalmente aflojó.
Me dejó en casa, me apuré a darle un beso y me bajé del auto.
Eso es todo.
En el fin de semana me llamó. Hablamos y le dije que quizá no estaba en el momento más indicado para salir con alguien (cosa cierta, pero quizá no EL motivo por el cual rechazaba la invitación a una nueva salida) y que no perdiera su tiempo.
Se comportó como un caballero y me dijo "OK, está todo bien. Más adelante nos volveremos a encontrar".
Los chicos estuvieron con su padre desde el sábado al mediodía hasta el Domingo a la noche. Cabe destacar que yo no me moví de casa. Tomé sol y mate, alternadamente.
Ah sí, y me fumé un cigarrillo, el hecho más notable de los 3 días.