¿Por qué nos cuesta tanto enfrentar nuestros sentimientos más íntimos?
2 de octubre de 2017
Hace poco, una autora de la editorial para la cual trabajo me regaló un cuaderno. Tapa dura, de un naranja suave, hojas de un tono sepia sutil y una cinta bebé para marcar las páginas. "Es un cuaderno-libro para aprender a apreciar mejor la vida", me dijo; en mí, se transparentó una mirada entre escéptica e intrigada. Al abrirlo, pude observar que casi todo él -pequeño en sus dimensiones, pero ancho de lomo-, estaba en blanco, salvo por algunas de sus páginas que sí estaban escritas en letras negras y grandes.
"Contiene preguntas y muchas hojas vacías", me explicó, "Es para que al final del día, leas alguna de ellas y escribas tus apreciaciones. Podés llegar a descubrir cosas fantásticas de tu día a día que, al no reflexionarlas, pasan desapercibidas." Inmediatamente me recordó a mi frasco de Amor, ese en el cual voy guardando papelitos donde anoto experiencias y emociones diarias, desde un abrazo de mi sobrina que me llegó al corazón, hasta un reconocimiento laboral. Lo que hice el año pasado con ese frasco, fue leer todo su contenido en vísperas de año nuevo; en su conjunto, pude apreciar que resultó ser un año lleno de esfuerzos, superaciones y sentimientos; pequeños y grandes logros.
Para lo que sigue, les dejo una canción folk/country. Un género que disfruto mucho y me transporta a historias mínimas:
El cuadernito naranja dio vueltas por casa por un par de días. Anduvo por la mesita ratona, por la de luz y entre mis libros. Cada vez que lo miraba de reojo, y sin abrirlo, varios pensamientos se me venían a la cabeza: ¿Tan poco conectados estamos con nuestra felicidad cotidiana, que necesitamos realizar ejercicios a modo de guía y de llamado de atención? ¿Realmente me gusta seguir pautas, esquemas, lineamientos para poder conectarme con el sentir y el apreciar? Aunque comprendo su finalidad, personalmente, nunca me gustaron demasiado los libros de ejercicios de autoayuda, coaching y similares. Y, sin embargo, ahí estaba el librito en casa, con unas pocas palabras escritas y cientos de hojas en blanco, esperándome.
Unos días después, lo tomé entre mis manos y acaricié su tapa. Fue un impulso inspirado por su textura, como el de una tela de jean; se sentía áspero pero placentero en mis yemas y, por algún motivo, me recordó a mi adolescencia. De pronto, mágicamente, pude distinguir por qué me disparó a esa etapa de mi vida: a mis trece años, mamá me había regalado un libro que leyó en su juventud; uno intenso y que me revolucionó por dentro. Se trataba un diario íntimo de una adolescente que murió por una sobredosis de drogas (Pregúntale a Alicia). Basado en una supuesta historia real de los años sesenta, los escritos de esta chica fueron encontrados tras su muerte y editados como libro. Un relato en primera persona de las dificultades y emociones de una joven que, lamentablemente, no pudo superar ciertas ansiedades y sentimientos. Triste sí, pero colmado de emociones, risas, llantos, esperanzas... Una verdadera lección de vida, que me marcó por siempre y me ayudó a decirle que no a las drogas.
Créditos: Carina Durn
Créditos: Carina Durn
La cuestión es que la textura de mi nuevo cuaderno naranja, era la misma que la de ese "diario libro" de mi adolescencia, y similar a la de otros diarios íntimos que tuve a lo largo de mis años de infancia y primera juventud. En un flashback hacia mi pasado, todos aquellos cuadernos míos desfilaron ante mis ojos: esos con candadito, los otros más rústicos de hojas amarronadas, aquellos anillados sencillos. Sí, tuve unos cuántos diarios cargados de intensidad extrema, alegrías y desolaciones desbordantes; relatos de preciosas amistades, disgustos con la vida y enamoramientos inocentes.
Con el nuevo cuaderno entre mis manos, emergieron entonces las preguntas centrales: en el fondo, ¿no es este regalo un diario íntimo disfrazado? ¿Por qué abandonamos nuestros diarios en la adultez? ¿Acaso nuestra vida adulta ya no contiene emociones intensas de las cuales necesitemos hacer catarsis para transformarlas en nuestro propio relato de vida?
Siempre creí que todas las vidas, hasta la más mínima y en apariencia invisible, esconden historias peculiares. "La mía no tiene nada de especial", escuché decir una vez en una reunión. Hoy, casi que no dudo que si esa persona (o cualquier otra que sienta lo mismo), se sentara diez minutos de cada día a volcar con sus propias palabras las emociones cotidianas por las que tuvo que pasar, descubriría una cantidad llamativa de sentimientos profundos que lo atraviesan siempre. Porque toda vida, contada desde las emociones, se transforma en una vida diferencial.
Créditos: Carina Durn
Créditos: Carina Durn
Alegría, rabia, aburrimiento, amor, impaciencia, hastío, bondad, generosidad, tranquilidad, adrenalina y tanto más. Todos sentimientos que nos recorren siempre y que, si los distinguiéramos con conciencia, nos ayudarían a entender las personas maravillosas e interesantes que somos, y a cambiar aquello que ya no toleramos para nuestra cotidianidad.
Seamos sinceros: de chicos nos animábamos a volcar todos los sentimientos, porque sabíamos que teníamos toda la vida por delante para luchar por lo que soñábamos, y para modificar todo aquello que nos estaba mortificando. También creo que lo hacíamos, porque nos encontrábamos en un estado más puro y entonces éramos más valientes a la hora de sentir.
¿Será que si de adultos nos hablamos a nosotros mismos con sinceridad, el golpe de enfrentarnos a lo no hecho, a lo no vivido y a lo soportado por demás, nos resulte demasiado duro? Convengamos que, en cuestiones de emociones íntimas, nos sólo entran en juego los proyectos, los sueños y cómo nos relacionamos de manera genérica, sino que también se exponen temas delicados como nuestra sexualidad, nuestro estado psíquico y nuestro amor propio. Sí, la verdad es que cuanto más lo pienso más lo entiendo: me parece que de adultos normalmente no escribimos diarios íntimos, simplemente porque nos cuesta enfrentarnos a nuestra propia intimidad. De adultos, tendemos a adormecernos para no sufrir.
Toda esta historia del cuaderno naranja, me inspiró hoy a tratar de empezar con un diario íntimo de nuevo, como en los viejos tiempos del sentir extremo adolescente. Uno donde pueda volcar las emociones más escondidas, uno para hacer catarsis profunda, uno para animarme a vivir con los sentimientos en la superficie de la piel, y no enterrados en mis propias tinieblas.
Quiero animarme a enfrentar mi propia intimidad y al desafío del sentir extremo como adulta; lo quiero hacer porque, por experiencia, sé que es un gran camino para apaciguar los demonios internos, aclarar la cabeza, apreciar el hoy, y para cambiar, cada vez que sea necesario, aquello que ya no debería tener más espacio en mi vida.
Créditos: freelance-writing.lovetoknow.com
Finalmente, el cuaderno naranja lo estamos escribiendo con Diego. Se encuentra en su casa, sobre su mesa y cada uno, cuando lo siente y quiere, responde alguna pregunta en sus hojas en blanco. Nos propusimos no mirar lo que el otro va volcando en su interior durante este tiempo. En año nuevo, vamos a leer juntos lo que fuimos sintiendo.
Por un lado, quisiera preguntarles si alguna de ustedes lleva, ya de adulta, un diario y cómo lidian con eso de enfrentarse, de manera sincera y profunda, a sus sentimientos más íntimos. Por otro, como habrán visto, acá les compartí algunas de las preguntas del cuaderno naranja. Si quieren y se animan, pueden responder (al final del día/días) alguna de ellas en este espacio.
Beso,
Cari
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