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¿El tiempo resuelve todo?

La autora reflexiona sobre la edad: ¿trae seguridades, certezas, sabidurías? Más bien, para que eso ocurra hay que trabajar en ese sentido.


¿El tiempo resuelve todo?

¿El tiempo resuelve todo? - Créditos: Getty



La edad es algo que trae muchas cosas. Cuando hablamos de crecer, de envejecer hay muchas cosas que giran alrededor de eso. Por un lado, una sociedad que nos exige ser siempre jóvenes. En especial a las mujeres. Jóvenes y esbeltas, claro. Así que nos venden cremas, tratamientos y cuanto producto exista para ser siempre jóvenes.

Por otro lado, el envejecimiento propio del cuerpo deja de permitirnos hacer ciertas cosas. ¿O me vas a decir que a tus treinta o cuarenta tu cuerpo se despierta igual que a los veinte después de una noche de baile y fiesta? No me mientas, te cuesta muchísimo más recuperarte. El rebote es mucho más lento y empinado. Probablemente te pases el domingo entero arrastrándote, cuando a los veinte podías levantarte a las 8 y jugarte un partidito de algo. Lindas épocas.

Pero la edad también trae algo consigo que es una maravilla. La edad (o más bien el tiempo y no tanto los años en sí mismos) trae seguridades que antes no teníamos. Trae sabidurías y certezas que era imposible conocer años atrás. Es más probable que algunas cosas nos importen menos, y nos enfoquemos en otras que consideremos más trascendentales, por ejemplo. Es factible que te dejen de dar vergüenza ciertas cosas porque pienses que qué importa, si la vida es tan cortita, es ahora, es acá.

Entonces, tal vez cantar en voz alta en la calle, o bailar con tus hijos en un supermercado pasen de ser un horror a ser meramente la rutina de tu vida (con toda la vergüenza que les va a dar a tus hijos que bailes en el supermercado, claro) o dejarte de hacer el alisado y aceptar y disfrutar por fin tus rulos salvajes sea una afirmación del paso del tiempo y del despojo del qué dirán o el deber ser.

Todo esto, como todo en la vida, trae aparejado cierto intríngulis que, para mí es el siguiente: solo sucede si hacés el laburo. Apalapapa. No pensabas que venía sólo, ¿no? No, querida, hay que la-bu-rar. Aprovechar el paso de los años para explorar, para anclarse en esa seguridad, en ese desparpajo, en ese qué me importa. Porque como escuché estos días en algún lado: el tiempo en sí mismo no es nada, el tiempo es lo que nosotros hacemos de él. Entonces, esa revolución de darte cuenta que hay algunas cosas que ya no importan tanto va a venir en tanto y en cuanto te animes a explorar cuáles son las que sí importan. Dónde querés anclar tus deseos y valores y cuáles vas a dejar ir.

Eso, amiga, no viene solito. La iluminación divina no te va a bajar una mañana haciendo panqueques en la cocina. Lo tenés que buscar.

“Pero, ¿cómo lo busco?”, seguro me querés preguntar. Ah, yo qué sé. De casualidad voy iluminando mi propio camino, imaginate si te voy a decir cómo buscar el tuyo. Lo que sí puedo decirte es que, a veces, si hacemos silencio (si logramos que la mente haga silencio), la respuesta (o las respuestas) va a apareciendo solita.

Al final esta columna era un poco engañosa. Estoy así, medio enredada estos días, sepan disculpar. Volveremos a la programación habitual lo más rápido que se pueda.

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