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Esos libros que no voy a leer

En esta nueva columna, Beta Suárez reflexiona sobre el uso del tiempo y las elecciones que vamos tomando... en las redes y en la vida.


Es necesario elegir el tiempo que le destinamos a las redes, a los libros, al resto de actividades de la vida

Es necesario elegir el tiempo que le destinamos a las redes, a los libros, al resto de actividades de la vida - Créditos: Getty



Esos libros que no voy a leer

En los primeros años de la facultad tuve un profesor que a menudo nos decía que elegir es dejar de lado. 

Esa obviedad, sumada a esas ganas adolescentes de masticarme el mundo, me hacía daño porque este hombre la asociaba a una idea concreta relacionada con su materia: cada vez que decidimos leer un libro en realidad lo que hacemos es sumar libros a otra pila gigante, la de los libros que nunca vamos a leer porque, sencillamente, son más los libros en el mundo que la vida que tenemos. 

En esa pila inquietante, tanto más grande que la de los libros leídos, es cierto que hay un montón de libros que no nos interesan, pero esos no son lo que nos preocupan. Los que nos inquietan son los que quisiéramos, pero no vamos a poder, incluso los que aún no se escribieron, si nos ponemos profundos. 

Esa misma metáfora, en concreto, pero también llevada a otras cuestiones de nuestra existencia me resultaba desoladora. 

Entre lo pasatista y lo trascendente. 

Entre lo que necesitaba, lo que debía y lo que quería. 

Entre las ganas de leer y las ganas de escribir. 

Entre hacerme cargo o dejarme llevar. 

Una injusticia. 

Ese contenido que no voy a consumir

Suena una notificación en mi celular. 

Una de las pocas que tengo activadas, el resto las apagué hace mucho por una sencilla razón: no quiero que mi celular decida por mí cuándo lo agarro y cuándo no. 

Miro de reojo la pantalla, enfrentarme con la información que me brinda una vez por semana es para valientes y no siempre lo soy. Hablo del resumen del tiempo que paso en pantalla, claro. 

Me recuerda cuántas horas, con minutos y segundos estuve ahí y no en otro sitio. 

Me hace sufrir cuando subo el promedio y me relaja cuando lo bajo. 

Pero lo considero necesario. Quiero saber. 

Es que me pone, entre otras cosas, a analizar qué hago cuando estoy sumergida en algún dispositivo. Porque en esa librería inabarcable de contenido que me ofrece cualquier plataforma, no sé si estoy tan atenta como con los libros y resulta que funciona igual: cuando me detengo en algo y le entrego mi tiempo, mi cabeza y mi atención dejo de lado otros contenidos.

Igual que con los libros que no voy a leer que me atormentaban en mi adolescencia.  

Y, porque como una defensora obstinada de lo que las redes sociales nos ofrecen, prefiero conocer mi tiempo en pantalla para ir regulándome, porque tiene que ver con mi trabajo y porque, además y sobre todo, tiene que ver también con mi otro tiempo, ese en el que no estoy conectada.

Sumas y restas. 

Esos libros que sí voy a leer

No somos dueños de todo nuestro tiempo.

Es decir, poéticamente sí, pero en la vida diaria no lo somos siempre. 

Las vicisitudes de lo cotidiano, de lo necesario y también de lo obligado, lo inesperado o lo comprometido se llevan horas de nuestros días. Días completos, a veces.

¿A qué llamamos tiempo libre? ¿Tal vez al tiempo en el que sí podemos decidir?

No lo termino de comprender, tal vez porque no creo en ese concepto. 

Tenemos un solo tiempo que, en verdad, no sabemos cuánto dura. 

Entonces, con más razón, me resulta fundamental detenerme cuidadosamente a elegir bien lo que leo, lo que veo, lo que consumo y entonces y, en consecuencia, lo que descarto. 

En la biblioteca, en las redes y en la vida. 

Y una vez que lo elijo, me resulta igual de sustancial poder estar presente ahí y no en lo que excluí.  

No es ver el vaso medio lleno o medio vacío. 

Es disfrutar el brindis de lo que elegí. 

A los 20 años no lo noté, porque bueno, estaba ocupada con otras cosas, pero esa imagen tremenda de una pila de libros gigante que dejaba de lado me ayudó a ser mucho más consciente de mis elecciones. 

No sé si alguna vez se lo agradecí, profesor.

Pero gracias, muchas gracias. 

El verdadero drama no es lo que se descarta sino no poder disfrutar de lo que se elige. 

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