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Crisis climática: ¿cómo tomar dimensión de que ya nos queda poco tiempo para accionar?

En materia de sustentabilidad, a la humanidad se nos está acabando el tiempo. Ya no alcanzan las acciones y las medidas tibias. Hay que accionar ya. Acá, algunos datos e ideas para involucrarnos más a consciencia y colectivamente.


Fotos de Mariel Gomez



En lo que dura un video de Instagram, el planeta pierde una extensión de bosque que equivale a 40 canchas de fútbol. Mientras suena nuestro tema favorito, tres camiones de plástico son arrojados al océano. Durante un capítulo de una serie de Netflix, desaparecen tres especies de fauna y flora en el mundo. Y aunque la crisis ecológica que estamos viviendo debiera ser trendic topic diario y tapa de todos los portales de noticias, no tiene tanta popularidad. 

Pero los datos científicos se acumulan con gran consenso y, tarde o temprano, los tendremos que enfrentar. La Tierra se encamina hacia un incremento de la temperatura de al menos tres grados respecto a la era preindustrial. Para 2080, Sudamérica estará en una sequía extrema. La acción humana ya está afectando el 75% de la superficie de la tierra y el 66% de los mares. Más de un millón de especies de animales y vegetales del mundo están en peligro de extinción, en lo que significa la primera aniquilación masiva de una sola especie (la humana) sobre las demás. Aunque suene así, no es un discurso apocalíptico, sino la evidencia en la que coinciden miles de científicos de todo el mundo. La capacidad de regeneración de la vida no es infinita. Necesitamos darle un respiro. 

¿CÓMO LLEGAMOS HASTA ACÁ?

Si hiciéramos el ejercicio de tipear “éxito” en un buscador de imágenes, los resultados hablarían solos: hombres blancos vestidos de traje, trepando a la cima de una montaña o escalera, en soledad y sin ayuda y, sobre todo, acumulando dinero y poder. Esta asociación, tan instalada en el ideario colectivo probablemente sea la que explique la crisis climática y ambiental actual. Es que el aclamado “desarrollo económico”, impulsado originalmente como medio para alcanzar un mayor bienestar, terminó por convertirse en un fin en sí mismo, incluso a costa del bienestar que, supuestamente, venía a generar.  

No es casual que la prosperidad de los países se mida por el valor de su producción, sin preguntar por su desigualdad social, por el funcionamiento de sus sistemas de salud, educación o vivienda, ni mucho menos por la felicidad de las personas. Este endiosamiento del capital, como es de suponer, persigue el crecimiento eterno, pero he aquí el problema: es imposible crecer infinitamente en un mundo con recursos finitos. De hecho, ya estamos, chocando contra la pared. El mundo produce y consume como si tuviera más de un planeta disponible, al punto que hace falta 1,6 planetas para satisfacer el ritmo de producción y consumo actual. 

En esta lógica, que hemos basado en un modelo lineal (que consiste en extraer-producir-consumir-tirar, al infinito), bautizamos el milagro de las múltiples formas de vida “recursos”, convencidos de que el suelo, los bosques, el agua, los minerales y los otros seres vivos con quienes compartimos el planeta, todo existe con el mero objetivo de satisfacer nuestra ambición infinita.  

El resto de la historia ya es conocido: el humano ha alterado la temperatura de la Tierra y sus condiciones atmosféricas, contaminando todos los ecosistemas y provocando una pérdida incalculable de biodiversidad. Esto decanta en preguntas tan obvias como necesarias: ¿para qué queremos el “progreso” si este arrasa con la vida en la Tierra? ¿Cuál es el sentido de una economía que depreda la naturaleza y genera enfermedad y pobreza? ¿No será hora de repensar nuestra forma de vida para que logre una mayor armonía con los sistemas naturales que la hacen posible? 

Hasta ahora, para quienes tienen en sus manos estas decisiones, es más tentador desentenderse y mirar para otro lado. El problema es que cuanto más se insista en seguir soñando, más difícil será despertar. 

TOMAR POSICIÓN

Entre quienes reconocen que la única esperanza es cambiar la forma en que producimos y consumimos, hay diferentes puntos de vista. Mientras que desde el movimiento XR Argentina llaman a la desobediencia civil para impulsar un cambio radical del sistema, otros como Sistema B consideran que es el mismo mercado el que tiene la fuerza para dar soluciones a los problemas socioambientales. Pero hay algo en lo que todos coinciden: se acabó el tiempo de las declaraciones, de los discursos bonitos, de las buenas intenciones. Es momento de la acción. 

En este sentido, si todas las problemáticas socioambientales están relacionadas, las soluciones también, y requieren que asumamos nuestro rol: los gobiernos cumpliendo los compromisos de descarbonización que han asumido y repensando las industrias extractivistas como la megaminería, los hidrocarburos y los agronegocios para transicionar a modelos de regeneración y distribución. Las empresas asumiendo compromisos de sustentabilidad a largo plazo que atraviesen todo su negocio. Y de este lado, los ciudadanos, muchas veces tenidos en cuenta solo en cuanto consumidores, pero por eso mismo dueños de un gran poder a la hora de elegir qué modelo financiar. 

Claro que, en nuestra vida diaria, nuestro rol no está tan claro y hasta dudamos del impacto real de nuestra acción individual. Porque es cierto que querer cambiar el mundo usando un champú sólido o llevando una botella reutilizable es como intentar apagar un incendio con un vaso de agua. Pero aun así, es importante que lo hagamos, para vivir en coherencia con lo que ahora sabemos. Eligiendo verduras agroecológicas, reduciendo el consumo de carne, prefiriendo los comercios locales, estaremos eligiendo en qué mundo queremos vivir. 

Al guardar esta coherencia interna, estaremos más alertas cuando notemos que alguna decisión política o económica nos hace ruido. Y podremos alzar nuestra voz entre nuestros amigos, en los espacios que ocupamos o en nuestras redes sociales. Y lo haremos sin grises, sin tibieza, sin miedo a equivocarnos. Porque en este tema no habrá haters que valgan ni grietas con sentido. Antes o después, deberemos timonear para el mismo lado, porque el barco se hunde para todos.  

HACER LA CONEXIÓN

La crisis ecológica es, sobre todo, una crisis de conciencia. Generación tras generación, las personas nos hemos alejado cada vez más de la naturaleza, creyéndonos independientes y superiores, con el derecho innato a servirnos de ella, a explotarla, a exprimirla hasta la última gota. ¿Por qué tendría que importarme que los residuos hayan llegado a todos los rincones de los océanos? ¿Cómo impacta en mi vida que se estén derritiendo los glaciares? Aunque somos testigos de cada vez más incendios, inundaciones, olas de calor, la crisis ecológica, sobre todo para quienes llevan una vida urbana, sigue pareciendo abstracta. Quizá nos engañe la aparente abundancia de la naturaleza. O, por el contrario, entendemos que de seguir así vamos rumbo a la extinción y elegimos cerrar los ojos. Pero el mundo necesita que hagamos la conexión. Que nos sepamos parte de un enorme entramado de vida, donde todo está interconectado, y donde nuestra existencia depende de todo lo demás. 

Nuestra autora: Joy Schvindlerman es periodista especializada en ecología y medioambiente. También es fundadora de Sustennials.

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