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Agustín Pardella habla sobre cómo La Sociedad de la Nieve le cambió la vida para siempre

Interpretó a Nando Parrado en La Sociedad de la Nieve. Hoy Agustín nos habla de su infancia, de la actuación y de la película que cambió su vida para siempre.


"Me gusta hacer llorar, reír, enojar, y hasta hacer confundir a la gente. Interpretar emociones de la manera más verdadera posible."

"Me gusta hacer llorar, reír, enojar, y hasta hacer confundir a la gente. Interpretar emociones de la manera más verdadera posible." - Créditos: Flor Cisneros



Creció en un mundo de artistas adultos, inmerso en una soledad que, lejos de aburrirlo, lo llevaba a crearse sus propios universos. “A veces me iba de mi cuarto a otra ciudad”, dice Agustín. El niño que se crio en una familia sin niños, pero llena de arte, es nieto de Agustín Pérez Pardella, escritor y dramaturgo, premiado por la Unesco y nominado a un Premio Nobel, del cual, dice, se inspiró y sigue inspirando todos los días de su vida.

Agustín pasó su infancia entre los telones y las bambalinas del Teatro San Martín, entre actores, vestuaristas y directores. Jugaba con los trajes, corría por los escenarios con las luces apagadas y respiraba ese olor a “teatro” -a telas viejas y apolilladas, y a madera-. Su mamá todavía trabaja en el complejo teatral, lo hizo durante más de 30 años: para este joven actor, el teatro fue y es como su segunda casa.

Guerra de Verano, su nueva película, fue seleccionada para participar en el Venice Gap-Financing Market, en la 80º edición del Festival de Venecia

Guerra de Verano, su nueva película, fue seleccionada para participar en el Venice Gap-Financing Market, en la 80º edición del Festival de Venecia - Créditos: Flor Cisneros

Hablame de esa soledad, la que te abrió un mundo entero…

Crecí en una familia sin niños. A veces éramos mi vieja y yo y otras, mi viejo y yo. Éramos pocos, pero nunca me sentí solo. Me crie con un abuelo escritor nominado a un Premio Nobel, una madre que trabajaba en el Teatro San Martín y un padre contador que después se dedicó a la producción de cine. Es decir, crecí en un ambiente artístico, en una familia donde se respiraba arte. Voy al teatro San Martín desde que tengo uso de razón. Entonces, el arte siempre fue una alternativa a ese mundo solitario y de adultos. Por esa misma soledad y el no poder compartir con gente de mi edad, me creaba universos paralelos. Lo que hoy hago en el teatro, lo hacía cuando era chiquito. Me disfrazaba mucho, me ponía a jugar con mis juguetes y era parte de ellos y de su mundo. Era muy travieso y tenía mucha imaginación, y un mundo interior muy, muy profundo.

¿Cuándo te diste cuenta de que te querías dedicar a la actuación?

Quise hacer muchas cosas en mi vida, pero las que pisaron más fuerte fueron la música y la actuación. Yo estaba convencido de que quería dedicarme a algo que me brindara la libertad que siento que te brinda una disciplina artística, un oficio de vida como lo son la escritura o la pintura. Siempre me pareció muy sagrado, hasta religioso, te diría. Fue cuando me di cuenta de que lo que yo hacía generaba sensaciones, emociones y hasta cierto bienestar en las personas -como cuando tenía 13 años e imitaba a Marlon Brando y la gente se reía y se generaba una reciprocidad energética increíble-. Me gusta hacer llorar, reír, enojar, y hasta hacer confundir a la gente. Interpretar emociones de la manera más verdadera posible para que la gente que las está observando las disfrute como espectador, que lleguen a lo bello de esa verdad y les pueda tocar una fibra emocional privada. 

Hablás de una reciprocidad energética entre el espectador y vos. ¿Qué pasa entre vos y los personajes que interpretás?

Siempre trato de partir de una base, como de mi ADN emocional -para ponerlo de alguna forma-: ¿y qué si yo fuese el que se cayó en la montaña?; ¿y qué si yo soy este pibe que vive en la calle y toma cocaína y va a robar un banco? Por suerte siempre me tocaron cosas muy distantes a mí, personajes que me enseñaron un montón -de los que todavía sigo aprendiendo- y eso es algo único. Esa es la reciprocidad energética que atesoro después de cada interpretación. Hay algo de esta infancia en soledad, de esos mundos paralelos que me creaba para escapar a otros lugares que sigue latiendo en mí. Hoy me doy cuenta de que lo hacía para escapar, pero también para encontrarme. Un día dije: “Si no puedo ser cirujano plástico, si no puedo ser esto o aquello, voy a ser actor que así puedo ser todo.”

¿Cómo fueron tus primeros castings?

A los 13 años apareció un casting de la mano de María Laura Berch -directora de casting de La Sociedad de la Nieve-, pero no quedé. A los 15 años hice otro casting con María Laura y, otra vez, no quedé. A los 16 años apareció un tercer casting y ahí quedé para la película Un amor de Paula Hernández. Fue ahí que me convencí a mí mismo de que podía ser actor y empecé a ir para adelante como caballo de carrera.

¿Qué pasó después de esa primera película?

El mismo día del estreno, se me acerca una productora y me dice que estaban haciendo una miniserie sobre El último caso de Rodolfo Walsh y que había un posible personaje, un espía, un montonero infiltrado. Me mandé a hacer eso y me encantó. Fue una producción que nunca salió por temas políticos y legales, pero esa fue mi segunda experiencia en la actuación. Con 17  años, recién salido del colegio, había terminado quinto año haciendo una película y enseguida me sale otro proyecto. La gloria misma. Pero después pasaron los meses y, mientras estuvo todo quieto, empecé a buscar trabajo -los altibajos de la carrera de un actor-. La gastronomía me salvó en muchísimos momentos. Y ahí hice de todo: limpié baños, saqué la basura, atendí la caja, fui camarero. Hasta que llegué a la cocina y de ahí no me sacaron más. 

¡Multifacético! ¡¿Estudiaste gastronomía?!

Jajajaj, no, yo era muy fan de Francis Mallmann y de Narda Lepes. De hecho, cuando era chico tuve un crush con ella, estaba perdidamente enamorado. Entre esos programas de cocina y las clases particulares que recibía de mi propia madre -que, by the way, cocina muy bien-, terminé cocinando en un restaurante. Un caradura con mucha pasión, jajajja. Yo soy muy autodidacta. Lo mismo hice con la actuación. Hice un curso en el San Martín hace más de diez años, pero me di cuenta de que mi forma de nutrir la actuación era agarrando libros. Filosofía, poesía, historia. Nutrirme intelectualmente para poder comprender las situaciones que tenemos como seres humanos. No del método, pero sí de la experiencia: soy un actor de la experiencia. Hay algo en eso de que si uno se planta como observador e intérprete de lo que está sucediendo, se puede llegar a dar con esa verdad pura que uno busca a la hora de interpretar un personaje.

"Gracias. Más, por favor"

"Gracias. Más, por favor" - Créditos: Flor Cisneros

Hablando de verdades puras… La Sociedad de la Nieve fue un antes y un después en tu vida. Contame cómo se dio toda esa locura.

La Sociedad de la Nieve fue como la frutillita del postre que estaba esperando hace un montón. Después de 13 años de estar “convenciendo” a la gente de que era actor, finalmente se me dio. Todavía recuerdo la famosa pregunta “¿Y vos a qué te dedicas?”, y mi respuesta: “Bueno, soy actor, pero ahora estoy de recepcionista en un centro de Kinesiología.” Porque la carrera del actor no es nada fácil. Mirame, quise ser cirujano plástico y terminé en la cocina de un restaurante. Hay curvas y contracurvas que hay que sortear. LSDLN fue, definitivamente, life changing. Ahora la gente me reconoce en la calle y me dice: “Qué buen actor que sos”. Y yo pienso: “Ok, pero nunca viste las 10 o 15 películas que hice antes.” Yo agradezco cómo cambió todo a partir de esta película, pero tengo los pies bien sobre la tierra: puede terminar ya o puede terminar mañana y esto me obliga a disfrutar cada segundo. 

¿Querías el papel de Nando Parrado o apuntabas a otro?

Mirá, durante el casting no se sabía nada. Había un monólogo que era el mismo para todos. Encima era un monólogo complejo de interpretar, de un hombre en la montaña, alguien que quería volver con su padre y que se sentía en un cementerio. Un monólogo “indecible” para actuar porque era muy poético, muy literario. Era algo así como “Me siento en un pelotón de fusilamiento esperando que las balas atraviesen mi cuerpo…”, era una cosa así como súper poética. Ahí ya me di cuenta de que se trataba de un personaje que necesitaba una fuerza para salir y una fortaleza para que se le crea lo que está diciendo. Y bueno sí, creo que internamente yo quería interpretar a Nando porque era el personaje que yo sentía que más relación tenía con lo que yo podía llegar a ofrecer como actor. Esa cosa animal, completamente obsesionado con esa presa que era la montaña: vamos a salir de acá sea como sea. Y lo entendí al toque. Después nos conocimos con Nando y nos volvimos amigos, hermanos.

Un día dije: “Si no puedo ser cirujano plástico, si no puedo ser esto o aquello, voy a ser actor que así puedo ser todo.”

Un día dije: “Si no puedo ser cirujano plástico, si no puedo ser esto o aquello, voy a ser actor que así puedo ser todo.” - Créditos: Flor Cisneros

Para el casting hiciste dupla con Matías Recalt, que interpreta a Roberto Canessa. ¿Cómo fue todo ese proceso?

Fue muy loco porque nos tocó la posibilidad de hacer el callback juntos. Le había dicho a María Laura, la directora de casting, que conocía a Mati y que podíamos llegar a hacerlo juntos. “Podríamos ofrecernos como dupla”, le dije. Male Sánchez, novia de Mati y amiga mía, nos ofreció juntarnos en su casa. Así que la noche anterior compramos carne cruda, como para sentir y oler -completamente ingenuos porque ni con eso te podés llegar a acercar a lo que tuvieron que vivir los personajes reales de alimentarse de los cuerpos de sus amigos muertos-. Pero sentíamos que cualquier estímulo nos iba a aportar algo. Pusimos el aire acondicionado al mango, abrimos las ventanas y metimos un background de ruido de montaña en el celular. Y no dormimos en toda la noche. Creo que toda esa preparación y esa unión que sentimos los dos fue lo que nos permitió seguir pasando las etapas de casting juntos.

En una entrevista con Enzo Vogrincic, nos enteramos de que Bayona, el director, “provocaba” la actuación haciendo cosas muy particulares…

Bayona estaba obsesionado con el frío, obsesionado con que se vea, que el espectador lo pueda sentir a través de la pantalla. Nosotros nos estábamos muriendo de frío, temblando, y él gritaba con su acento español: “¡Pues no se ve el frío, que no se ve!”. Y nosotros decíamos: “¿Cómo que no se ve el frío si estamos en el medio de la puta montaña y casi sin ropa?” Entonces venía y nos ponía hielo debajo de las camisetas de algodón. Una locura, pero tenía razón con esto: el frío había que sentirlo, no actuarlo.

La película escapa de todo sensacionalismo antropófago. Esa parte de la historia se cuenta con mucha verdad y mucho respeto. ¿Cómo fue para vos interpretar esas escenas?

Las películas anteriores se dieron en otros contextos, con una prensa quizás más amarillista y quizás también con menos conciencia. Hoy, gracias a esta nueva película, a este nuevo relato de los hechos, ya no son más “los chabones que se comieron a sus amigos”. Es una falta de respeto plantearlo así. Cualquier ser humano en esa situación hubiese hecho exactamente lo mismo. Lo máximo que pasé sin comer fueron dos días y no te explico lo que es pasar por eso. Lo peor de todo, y esto nos lo contaron los propios sobrevivientes, fue la sed. Decían que lo más doloroso era la sed, no el hambre.

"Después de 51 años, las familias se volvieron a abrazar y eso es algo único."

"Después de 51 años, las familias se volvieron a abrazar y eso es algo único." - Créditos: Flor Cisneros

¿Qué te dejó LSDLN?

La película vino a contar algo que ya estaba contado y a taparle la boca a un montón de gente que decía boludeces. Después de 51 años, las familias se volvieron a abrazar y eso es algo único. No había pasado antes porque las películas anteriores hablaban solo de los 16 que habían vuelto con vida. Este relato, por vez primera, hace hablar a los que no volvieron. Después de 51 años, las familias volvieron a hablar de su hermano, de su hijo, de su primo. Y eso es lo más lindo que nos deja a todos: ese abrazo perdido, esa voz que nunca habíamos escuchado, esos héroes silenciosos de la montaña que no conocíamos.

Acabás de terminar de filmar una película con Lux Pascal. Contame un poco de lo que se viene…

La película se llama Guerra de Verano, una coproducción con Chile, Uruguay y Canadá de la directora chilena Alicia Scherson. Basada en el libro Tercer Reich, del escritor chileno Roberto Bolaño. Una historia que gira alrededor de un juego que es como una especie de TEG, un juego con estrategia militar del cual el personaje está obsesionado. Un día se va de vacaciones con su mujer -que es Lux Pascal- a donde él vacacionaba cuando era chico y en el hotel se encuentra con la dueña con la que él tenía un crush amoroso en su adolescencia, entonces empiezan a pasar ahí un par de de moviditas emocionales… y no te puedo contar más, jajaja. 

Guerra de Verano fue seleccionada para participar en la décima edición del Venice Gap-Financing Market, organizada como parte del Venice Production Bridge, en la 80º edición del Festival de Venecia, donde, hace tan solo un par de meses, Agustín recibió -junto a todo el equipo de La Sociedad de la Nieve- la ovación del público y los aplausos que duraron más de diez minutos. Mientras tanto, Agustín disfruta de cada segundo. Y, sin dejar de soñar -pero con los pies bien sobre la tierra-, dice: "Gracias, más por favor".-

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