
Ariel Staltari, entre su obra "Agotados" y la escritura de la segunda temporada de "El Eternauta": "La vara quedó muy alta"
Charlamos con el actor y guionista de "El Eternauta" sobre su nuevo proyecto teatral "Agotados", sobre el valor de perseguir los sueños y los aprendizajes de la paternidad.
16 de septiembre de 2025

Ariel Staltari brilla en su unipersonal "Agotados", dirigido por Pablo Fábregas. - Créditos: Gaspar Kunis
Ariel Staltari es de esos artistas que parecen multiplicarse sin perder autenticidad. Su 2025 está siendo más que intenso: brilla en el escenario con Agotados, un unipersonal que lo lleva a encarnar, a toda velocidad y sin respiro, a 40 personajes (¡sí, leíste bien!), y al mismo tiempo, está escribiendo como coguionista la segunda temporada de El Eternauta. Nos regaló personajes de culto –como su Walter de Okupas o el “Loquillo” de Un gallo para Esculapio– y en todos ellos dejó entrever su mirada sensible, su picardía cómplice y su oficio narrativo.
Contanos de Agotados, la obra en donde interpretás a 40 personajes en escena.
La obra viene de Broadway. La hizo Jesse Tyler Ferguson, el actor de Modern Family. Y junto con Pablo Fábregas hicimos la adaptación del texto, que ahí creo que está nuestro gran diferencial y nuestra particularidad de traer personajes muy reconocibles en nuestra sociedad. Ahí me vuelvo loquito todas las noches, poniéndoles el cuerpo a todos esos personajillos, texturas emocionales y psicológicas diferentes en milésimas de segundo. Implica un gran riesgo.
La historia es que vos interpretás a un telefonista...
Es la historia de Sam, un flaco que quiere intentar vivir de la actuación, persiguiendo sus sueños, como tanta gente que persigue sus sueños..., pero mientras tanto, para parar la olla, hay que ir a trabajar a otro lado. Y él trabaja en un restaurante boutique de Buenos Aires, en una especie de call center, en un sótano. Y mientras voy atendiendo esos llamados de los comensales que pretenden tener su mesa el fin de semana, les voy poniendo las voces y las posturas corporales a esos personajes, y a los personajes también que conviven conmigo dentro del restaurante. Es una historia en donde empieza a aparecer un amor no correspondido, un reclamo de una ausencia familiar de parte de mi padre, el llamado de un actor amigo mío al cual le van bárbaro las cosas y me lo enrostra, un chef que me grita bastante... La verdad es que es de un código muy particular. Al principio, la gente como que me mira y acepta que estoy instalando un código y dice: “Ah, OK”, y una vez que compran, se suben al viaje, se divierten, se ríen, les arranco alguna carcajada. También en un momento te atraviesa la emoción y, por si fuera poco, al final te interpela también la obra, te deja la pregunta: “¿Estoy persiguiendo mis sueños, qué estoy haciendo por mis sueños?, ¿sería capaz de hacer algo similar, daría una patada al tablero para cambiar la configuración?”, porque, solapadamente, la obra te habla de opresión, de precarización laboral, de maltrato...
¿Y a vos te pasó también en tus primeros años, de sentir esto? ¿Cómo llegó a vos la actuación?
Llegó medio de casualidad. Me bajó no sé qué cosa mirando en la escollera el horizonte, entre el mar y el río en Necochea. Estaba con un amigo, tomando mates ahí, y le dije: “Voy a estudiar actuación y lo voy a hacer con Lito Cruz”. Y me acuerdo de que yo venía de un tratamiento oncológico, de una leucemia, un tratamiento muy invasivo, con riesgo de vida groso, y empecé a tratar de hacer las cosas que tenía postergadas, y una de ellas era la actuación. Y no bien arranqué a estudiar con Lito Cruz, a los pocos meses estaba protagonizando Okupas.
¿Vos sabías lo que iba a ser Okupas? ¿Ya era un proyecto grande?
No, no tenía ni idea. Para mí era un juego, de hecho, yo necesitaba jugar en un momento así. Y cuando te abren la puerta para salir a jugar, está buenísimo porque te olvidás de lo otro. Yo siempre digo que Okupas y Walter, el rolinga, me salvaron la vida. Porque me dieron la posibilidad de jugar como un niño y olvidarme de los problemas. Siempre que tenemos problemas en la vida, está bueno encontrar ese resquicio lúdico para poder olvidar y ser feliz, montarte en esa ola de juego... Viste que el mundo se detiene como cuando éramos chiquititos y jugábamos con esos amigos imaginarios...
Y ese es el ejercicio que intentás sostenerte a vos mismo..., seguir jugando...
Sí. En el momento del estreno de El Eternauta, me preguntaron: “¿Por qué ahora con esta obra?, ¿por qué estar 1 hora y 10 ahí, con mucho riesgo, siendo coautor de una serie que rompió la matrix en el mundo?”. Porque, justamente, primero que se me da la posibilidad de protagonizar en la avenida Corrientes como nunca antes. Y segundo, porque me quiero meter en el barro, no me quiero desenfocar y quiero seguir aprendiendo, creciendo y demostrando mi potencial. En el teatro es como un empezar de cero y decirle al público: “Acá estoy, me presento. Soy este actor también”. Y si no estás un poco loco, no podés ser actor. Yo se lo digo siempre a mi mujer, que es azafata: “Ustedes están del tomate, están todo el día ahí arriba”..., y me dice: “Más del tomate estás vos que te subís a un escenario”... (risas).
¿Cómo conociste a tu mujer azafata?
Medio celestinamente... Un amigo nos presentó, era una cena en una mesa larga y bueno, ahí quedó un hueco y lo ocupé, básicamente... Como era okupa... (risas). La conocí, pegamos onda, y ahí empezó nuestro camino. Y hoy somos un equipazo, tenemos dos hijos maravillosos. Y muy feliz de poder acompañarnos y hacernos el aguante.
¿Cambió algo en vos a partir de esta masividad que se produjo a nivel global con El Eternauta?
La manera de mirarme de la gente, del otro. En mí no cambió absolutamente nada. Creo que sigo enfocado en el laburo, en lo simple de la vida, en no desenfocarme de las cosas importantes, que para mí son la salud, la salud de mis hijos, de mi familia, de los míos, de mi mujer. Y después la felicidad, y el orgullo de esta cosa de agradecimiento, de poder vivir de lo que me gusta. Además, tengo mi propia escuela de actuación, donde doy clases, y eso me retroalimenta porque me encuentro con gente adulta, con ganas de jugar, con ganas de escucharme, de divertirse... Todo eso me mantiene ocupado y no hace que me enamore tanto de mi ego, ¿no? Entonces no va caminando mi ego por la calle. Voy caminando yo, que a veces incluso me olvido de a qué me dedico. Mis hijos a veces me lo recuerdan, me dicen: “Pero, papá, ¿por qué te está mirando aquel, o te está diciendo algo?”. Y yo no me di cuenta... “Pero vos no te das cuenta nunca”, me dicen.

Ariel Staltari brilla en su unipersonal "Agotados", dirigido por Pablo Fábregas. - Créditos: Gaspar Kunis
¿Tus hijos ya vieron El Eternauta?
Sí, porque ellos son fanáticos de Stranger Things. Tuve miedo, porque, como venían de ver las de Marvel en el cine, pensé: “¿Qué onda, cómo verán El Eternauta?”... Y flashearon mal, no solo ellos, también los compañeritos... Me empezaron a decir la puta cabra, el goat, a mí, ¿viste?, el chad... Esto quiere decir que pegó. Y después, creo que descubrieron la dimensión de que su padre es verdaderamente un actor cuando vinieron a verme en Agotados al teatro. Dijeron: “Wow, sí, sos un superhéroe... Es una bocha, pero estás reloco”. Y creo que tienen razón. No sé si soy superhéroe, pero sí que estoy loco.
¿Y qué sentís cuando te dicen esas cosas? Te deben desarmar...
Yo me muero de amor con ellos, pero no por lo que me dicen a mí: por lo que son ellos. Y me derrito al verlos y ver que la vida es un milagro... y que yo hoy los pueda ver y tenerlos cuando mi pronóstico era bastante complicado con respecto al tener hijos también. Lo valoro todos los días, todos los días agradezco a la vida tenerlos... y es maravilloso. Obviamente que se me cae la baba cuando me tiran alguna flor y también me corrigen o me dicen que no les gusta tal o cual cosa..., yo también lo acepto porque les creo. Es genuina la devolución, así que eso está bueno también.
¿Y qué desafíos sentís que tenés hoy como papá?
Seguir tratando de transmitirles valores y herramientas para que ellos puedan ser tipos felices, que se puedan desarrollar en el afuera, que es bastante crudo y duro, que ellos puedan surfear la ola. A mí me gusta decir todo el tiempo esa frase, porque cuantos más valores les das, más herramientas les das, ellos mejor autoestima van a tener, están forjando herramientas para que el día de mañana nadie los pase por arriba. Que se quieran, se respeten, respeten sus sentimientos, respeten la búsqueda de sus sueños. Y los voy a bancar a muerte en todo lo que decidan hacer. Y bueno, de hecho, lo estamos haciendo: mi hijo más grande es recontra futbolero y hay que llegar a 200.000 clubs y los fines de semana juega sábado, domingo... Hay que bancar y ahí estamos. Así que muy feliz con ese rol de padre que yo no sabía que lo tenía dentro de mí. Nunca soñé con ser padre hasta el momento en que dijimos: “Vamos a ver qué onda” y apareció una cosa de paternidad dentro de mí.
Yendo un poco a tu rol de guionista de El eternauta. ¿Qué conflictos creativos tuviste a la hora de tomar semejante texto y traducirlo al lenguaje audiovisual? ¿Cómo fue ese proceso?
Gracias a Dios, este proyecto está hermosamente liderado por Bruno Stagnaro, que tiene una espalda, un cerebro, una capacidad de otra galaxia. Y entonces, yo alineado detrás de él, inmediatamente detrás de su escudo, me puedo poner siempre a jugar. A mí me gusta mucho jugar, divertirme. Entonces, eso hizo que le quitara peso y solemnidad a un proyecto que es muy icónico, que envuelve mucha atmósfera y mucha carga en nuestra sociedad. No solo por la obra en sí, que en el año 57 trascendió fronteras, sino por la historia familiar del mismísimo autor y sus hijas. Entonces, la verdad es que era una carga muy pesada, ya que mucha gente fundamentalista de El eternauta decía: “No la caguen, no la caguen”. Hubo que tomar decisiones, pero no fueron decisiones caprichosas o livianas, fueron pensadas, repensadas, pasadas por 300.000 millones de filtros, por algo estuvimos más de 4 años para terminar de escribirla.
¿Y para la segunda temporada va a llevar 4 años y medio?
No, no creo... Ahí sí que nos cuelgan... (risas). Estamos en la etapa de encontrar la estructura de la historia, el cuentito, ¿no? Así que no hay una certeza de nada, por más que lo quiera decir, ni cuándo..., estaría mintiendo. Pero sí sé que hay un deadline y hay que estar ahí, pero no sé, la historia dirá cuándo llegaremos. Estamos trabajando también duro para estar a la altura de las expectativas, porque siento que la vara quedó alta.
Tu personaje, Omar, no está en la historieta original. O sea, te inventaste un personaje para que entrara...
Stagnaro me lo inventó. Yo arranqué a escribir con Bruno en la etapa de Un gallo para Esculapio, pero yo quería mucho más actuar en ese momento... Cuando me invitó a escribir, empezó como un juego. Le dije: “Bueno, dale, pero yo quiero actuar, porfa, quiero un personaje”. “Vas a tener un personaje”. Y ahí apareció Loquillo, que fue una cosa hermosa. Y en El Eternauta lo mismo. Le dije: “Pero ¿voy a tener un personaje?” “Vas a tener un personaje, obviamente Juan Salvo no, obviamente Favalli no” (risas). De cascarudo, algo iba a hacer... Bueno, nada, cuando me presentó el personaje y lo empezamos a presentar dentro de la historia, supe inmediatamente que ese era el mío. Y me gusta mucho, porque, si bien es un personaje que no está en la historieta y que es más bien de periferia, adquirió mucho protagonismo y puso en riesgo muchas cosas de la historia que en el audiovisual se necesitan. Esa cosa de tensión, de conflicto, poner en jaque cierto aparente equilibrio entre esa amistad idílica. Y este personaje también me dio satisfacciones: gente que no sabía que había hecho Okupas y me descubrió, y eso me permite hoy también que en el teatro me vengan a ver y que me aplaudan. Yo siento que ese aplauso no es solamente por lo que acaban de ver arriba del escenario, sino que también es un poco a manera de agradecimiento por todos los proyectos que pasé. Porque no me olvido de los momentos duros en donde iba caminando por la calle sin saber qué hacer de mi vida y venía uno y me decía: “Gracias por esto, gracias por lo otro”, porque el laburo del actor es muy difícil.
Y de los personajes que hiciste, ¿qué aprendiste de cada uno? ¿Qué te queda de Walter?
Todos tienen mucho de mí porque, básicamente, les presto todo lo que tengo dentro. O sea, yo hago de Bardo en El marginal y de Bardo no tengo mucho, pero algo de hijaputez tengo en algún lugar de mi existencia. La tengo que ir a buscar, detectarla y hacerla crecer, potenciarla para que ocupe la totalidad de mi ser y poder componer ese personaje. Y a la vez entenderlo, quererlo, no juzgarlo. Yo a todos los quiero y trato de hacerlos queribles, más allá de ser odiosos... Esto que pasó con Omar también. De Walter tengo la musicalidad, porque tuve banda de rock mucho tiempo en mi vida de adolescente.
¿Qué instrumento tocás?
La bata, soy batero. Mi amigo, el líder de la banda, era muy fan de los Stones, es re fanático y él me mostró toda esa cultura stone de esas tribus, me llevó a lugares a bailar donde yo veía todas cabecitas aleteando y dije: “¿Qué hacen estos tipos?”. Y me respondió: “Boludo, están bailando como Jagger”... Y esto del aleteo salió medio de casualidad, después lo vio Rodrigo de la Serna y se empezó a reír, se lo dijo a Bruno, Bruno me dijo que lo hiciera, lo hice y eso se repitió sin saber que después yo iba a quedar como alguien que levantaba la bandera de esa tribu y que iba a marcar mi vida artística por el resto de mis días. De hecho, con el reestreno en Netflix, cautiva a nuevas generaciones y demás, entonces decís: “Es muy fuerte”. Hoy está en la mayoría de los teléfonos de los argentinos...

Ariel Staltari brilla en su unipersonal "Agotados", dirigido por Pablo Fábregas. - Créditos: Gaspar Kunis
¿Cómo nació la escena de “lo viejo funciona, Juan” y por qué pensás que pegó tanto esa frase hoy?
Bueno, sabíamos que la tecnología iba a jugar un factor bastante importante en la adaptación. Entonces, yo creo que esa decisión de trama estuvo buena porque, de una u otra forma, se obturó todo esto de la tecnología y quedó la textura de los años 50 y pico, con “lo viejo funciona”. También, a la vez, resignificó muchas cosas, les dio sentido a muchísimas cosas y muchas lecturas con respecto a eso, que eso tampoco me lo esperaba. Eso es lo mágico del proceso artístico. Hay algo que vos armás y que, cuando lo lanzás, ya deja de ser tuyo y es del otro y de la comprensión del otro. Entonces, justo calzó en un momento muy particular, también con algo que está pasando con los jubilados, en donde van con esas pancartas y dicen: “Lo viejo funciona”, con las máscaras, todos los miércoles. Y a la vez les trae un poco de romanticismo, creo yo, a cosas que teníamos olvidadas, o de repente saber que no tenés tecnología y te tenés que mirar a la cara, que es lo único que te queda, ¿viste? Mirarte a los ojos de nuevo...
Estuvimos hablando de perseguir los sueños..., ¿cuáles te quedan por cumplir?
Muchísimos, porque actoralmente yo siento que todavía no di ni el 15% de lo que puedo dar. Por eso me pongo a hacer una obra con 40 personajes, porque siento que estoy para mucho más, siento que estoy para que las cosas de trama me pasen directamente a mí y ya dejar de ser el que está ahí al costado... Me encantaría un protagónico. Me siento preparado, capacitado ya en este momento de mi vida.
Hablando del título de tu obra..., ¿estás un poco agotado?
Estoy roto, no agotado. Rotísimo..., pero feliz, es un cansancio agradable.
¿Qué otras cosas te agotan de la vida?
La mentira, la hipocresía, la impuntualidad, la miserabilidad humana por lo superficial, por el mango, que te quieran matar por un peso o que quieran competir y meterte en una competencia, ya sea profesional, familiar o donde sea, en una competencia que vos no querés, que no te interesa, eso me hincha las bolas. O sea, me parece que está mejor que bajemos un poco y descontracturemos la pelea, la violencia, el maltrato, esas cosas.
¿Y de qué estás agradecido?
De estar vivo, fundamentalmente, y de que mi familia tenga salud y que sean un milagro de tenerlos sanos porque mucha gente no tiene esa oportunidad. Pareciera ser una frase hecha, pero te juro que lo digo desde el centro de mi ser, porque transito la vida despierto. Gracias a Dios me desperté y sé por dónde pasa lo importante de la vida..., y lo demás es todo cartón pintado. Las cosas importantes de la vida están en otro lugar.
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