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Biopausia: por qué frenar también es una forma de autocuidado

En una sociedad que premia la exigencia constante, la biopausia propone recuperar el valor de la pausa como un acto vital para la salud mental, emocional y física. Qué significa, por qué cuesta tanto detenerse y cómo empezar a escuchar las señales del cuerpo.


Biopausia: por qué frenar también es una forma de autocuidado

Biopausia: por qué frenar también es una forma de autocuidado - Créditos: Getty



En la sociedad de la exigencia parece que nunca hay tiempo suficiente: trabajar, producir, rendir, cumplir... y volver a empezar. En el siglo XXI, parar es sinónimo de ineficiencia o pérdida de tiempo y descansar es casi un acto de culpa total. El problema es que en ese ritmo vertiginoso dejamos de escucharnos. El cansancio, los dolores, el insomnio o la falta de energía son alertas que solemos tapar con café, agendas apretadas o “ya voy a descansar el fin de semana”. Hasta que el cuerpo se planta y nos obliga a frenar.  

Y cuando paramos, aparece algo que asusta aún más que el agotamiento: el silencio. ¿Quiénes somos cuando no estamos “haciendo” algo? La vida nos da oportunidades de frenar, pero no siempre las tomamos en serio. El problema es que la energía humana no es infinita y cuando no sabemos parar a recargar la batería, el cuerpo pasa factura. De eso habla Biopausia, de Gisela Gilges, un libro que invita a repensar el valor de la pausa: no como una pérdida de tiempo, sino como un acto vital de autocuidado y reconexión. Porque parar no es rendirse, es elegir vivir mejor. 

La era de la dopamina 

Vivimos hiperestimuladas. Cada notificación, like o compra online nos da una minidosis de dopamina: el químico del placer inmediato. Pero tanta gratificación rápida también nos anestesia. En vez de sentir, tapamos. En lugar de pausar, desplazamos el malestar con pantallas, trabajo o distracciones. Nos contamos excusas —“no tengo tiempo”, “ya se me va a pasar”, “después descanso”— y seguimos acumulando cansancio emocional.

En esta “era de la dopamina”, la pausa se vuelve casi un acto rebelde: elegir apagar el piloto automático, tolerar el silencio y animarse a sentir lo que incomoda. Porque solo al dejar de anestesiarnos podemos reconectarnos con lo que realmente nos hace bien. 

¿Por qué nos cuesta parar?  

Biopausia: por qué frenar también es una forma de autocuidado

Biopausia: por qué frenar también es una forma de autocuidado - Créditos: Inés Fraschina

Vivimos tan acostumbradas al ritmo acelerado que detenernos se siente casi como una amenaza. El estrés crónico altera el equilibrio natural del cuerpo —la homeostasis— y nos deja en modo alerta permanente. A fuerza de sostener, aparece la indefensión aprendida: esa sensación de que, haga lo que haga, no puedo soltar. Se suma la adaptación hedónica, que nos hace acostumbrarnos al malestar como si fuera normal. Y, peor aún, si además maternamos o cuidamos de nuestros padres o hermanos, o todo a la vez, como sucede con la generación sándwich, podemos sumar la fatiga por compasión, típica de quienes siempre cuidan a los demás y se olvidan de sí mismos.  

¿El resultado? Perdemos la brújula emocional, el cuerpo deja de hablarnos y se distorsiona nuestra autoimagen. Parar no es fácil, pero es el único modo que tenemos de volver a escucharnos y recuperar el equilibrio. 

Tiempo para frenar 

La “biopausia” es un término acuñado por la life coach Gisela Gilges, que se refiere a la pausa consciente que el alma y el cuerpo piden en momentos de cambio vital, como nacimientos, pérdidas o logros, en contraposición a la “menopausia” o “andropausia” impuestas por el cuerpo. Lejos de ser una falla, la biopausia es una oportunidad para detenerse, reflexionar y rearmarse antes de que la vida obligue a una pausa forzada por el dolor o la enfermedad.  

¿Qué implica la biopausia? Es escuchar al cuerpo y al alma. Prestar atención a los susurros del cuerpo y los sentimientos, que pueden ser señales de que se necesita una pausa. Detenerse de forma consciente y voluntaria para evitar que la vida imponga una parada abrupta. Es reconfigurar y empezar de nuevo: utilizar esa pausa para reflexionar, aprender y rearmarse con una nueva perspectiva y fuerza. Biopausia es el arte de frenar a tiempo. El problema es que no siempre escuchamos las señales.  

 BIOPAUSIA - El poder transformador de la pausa consciente. Gisela Gilges Editorial: El Ateneo

BIOPAUSIA - El poder transformador de la pausa consciente. Gisela Gilges Editorial: El Ateneo - Créditos: Prensa

Atenti a las red flags

Muchas veces pensamos que estamos bien, pero nuestro cuerpo y nuestras emociones nos alertan. ¿Cuáles son las señales que no debemos desestimar que nos avisan que estamos en modo de supervivencia? 

  • Cansancio que no se va: dormís lo suficiente, pero seguís agotada como si hubieras corrido un maratón mental. 

  • Silencio que incomoda: el momento de tranquilidad te pone nerviosa y preferís ruido o actividad constante para no escucharte. 

  • Comer para llenar, no por hambre: la comida se vuelve un refugio, un parche para emociones o aburrimiento. 

  • Vínculos que distraen, no nutren: pasás tiempo con personas que te drenan o que no aportan apoyo, y aun así seguís allí. 

  • Evadir el espejo interior: evitás mirar lo que sentís o pensás, como si esconderlo lo hiciera desaparecer. 

  • Duelo o crisis que no te mueven: situaciones difíciles pasan sin tocarte, como si estuvieras anestesiada emocionalmente. 

Reconocer estas señales es el primer paso para frenar, respirar y empezar a reconectarte con vos misma. 

Escuchate en serio 

A veces creemos que “seguir adelante” es la única opción, como si frenar fuera sinónimo de debilidad. Pero cuanto más postergamos la pausa, más fuerte suele ser la caída después. Recuperar el equilibrio no siempre requiere cambios drásticos ni retiros en el Himalaya: son los pequeños gestos cotidianos los que marcan la diferencia y nos devuelven a tierra. 

El primer paso es pedir ayuda. No tenés que cargarlo todo sola ni sostener una sonrisa cuando por dentro sentís que no podés más. Animarte a decir “no estoy bien” y soltar lo que pesa demasiado es un acto de valentía, no de fracaso. Compartir tareas, emociones o decisiones aligera el peso y abre espacio para respirar. 

También es clave reconectarte con tu cuerpo. Estamos todo el día con la vista en las pantallas y nos olvidamos de la experiencia real. Recordá que el cuerpo no es solo un medio de transporte para la mente, sino el lugar donde vivimos la vida. Caminar sin auriculares, estirarte al despertar, respirar hondo un par de veces al día o simplemente sentir cómo te movés son maneras simples de volver al presente y escucharte desde adentro. 

Otro paso es reconocer tus emociones: nombrarlas, aceptarlas y permitirte sentirlas al 100%, sin juzgarte ni taparlas. Así, en lugar de reprimirlas, les das un cauce. Sentir la tristeza sin taparla, la alegría sin miedo a que se termine o la soledad sin necesidad de llenarla con ruido. Y a eso sumale conexión: con vos misma, con quienes te nutren y con momentos que te llenen el alma. Un café con alguien querido, música que te emocione, un hobby que te entusiasme... son recargas necesarias para tu “batería interna”. 

Finalmente, buscá el equilibrio entre mente y corazón. Date tiempos para pensar y para sentir, para que tus decisiones y acciones nazcan de un lugar más auténtico y no de la urgencia. 

Cada pequeño gesto de escucha y cuidado es un paso hacia un día más ligero y más conectado con vos misma. Y si ya cruzaste el límite y llegaste a una pausa obligada, no te castigues: no es un final, es una oportunidad. Una invitación a preguntarte si querés seguir en piloto automático o si estás lista para frenar, respirar y recuperar el control de tu vida. 

Rendite a la pausa, por Dafne Schilling (*)

¿Qué hacemos cuando no necesitamos hacer nada más? ¿Seguimos haciendo a pesar de todo o nos damos el permiso de frenar? 

Además de estar puérpera y en constante transformación por sostener la vida de mis hijos más la mía, algo seguro estuvo pasando astrológicamente —y, obviamente, socialmente— que nos agota mental, espiritual y físicamente a todos. El mundo está siendo un lugar hostil para vivir, con tantas exigencias del afuera, tanto dolor y sufrimiento. Estamos cansados, agotados. Hacemos hasta lo imposible para cumplir con todas las tareas. Tenemos grandes expectativas: no solo nuestras, sino también de los demás. Cargamos con las exigencias del mundo entero. 

Pero también el mundo es un lugar lleno de amor y bondad. Me acuerdo de que esto lo veíamos constantemente en el máster de Compasión en el que me formé en la Universidad de Stanford. Los seres humanos solemos fijar más en nuestra mente los recuerdos negativos que los positivos. Entonces, entramos en etapas en las que vemos todo negro. La solución: entrenar nuestra mente y nuestro cuerpo, con hábitos y propuestas que sean autocompasivos. Y hacerle lugar a la pausa es uno de ellos. 

Yo también me lo pregunto todo el tiempo: ¿cuándo sentiré que no tengo nada más que hacer? Nada más que buscar... ¿Me habré vuelto adicta a mi labor, a bailar y a estar en movimiento porque creo que solo así puedo sentir la pausa después de la danza? Creo que es un camino interesante para sentir la tranquilidad que deja la exhalación al terminar un movimiento. Es entonces cuando mi mundo de exigencias se detiene y simplemente puedo ser. A veces, solo dura unos instantes. Luego, abro los ojos y de vuelta esa lista por cumplir (que no sé si alguna vez se termina). 

 

Lo importante es cómo vivimos esas pausas. Esos momentos en que el mundo se detiene un rato y sentimos instantes de completitud. Y ahí entra la pregunta: ¿qué pasa si frenamos acá? 

A veces, es solo cerrar los ojos y sentir. A veces, es solo percibir la vida frente a nosotros. No te preocupes. Eso no es perder el tiempo, es también parte de vivir y descansar.  

Es necesario pausar para reconectarse. Con la familia, con el silencio, con la esencia de la raíz, bajar diez mil revoluciones, jugar, dejar a un lado las rutinas y prácticas para potenciarlas y el resto del tiempo confiar en que el conocimiento vive adentro y que solo tenemos que detenernos para vivir. 

(*) divulgadora, creadora de “Intención en movimiento” y escritora. Tiene diferentes propuestas para pausar en www.dafneschilling.com. 

​​​​​​​Las 4 estaciones 

Hay momentos de la vida que nos obligan a frenar; pero en otros, no hay algo “externo” que nos haga parar y, si no sabemos poner la pausa y recargar la energía, el cuerpo nos empieza a hablar. Nunca es de golpe, primero puede ser un susurro: un dolor de cabeza persistente, un cansancio que no se va, un insomnio que se repite varias noches. Pero si los susurros no se escuchan, entonces el cuerpo grita. Y ahí, ya no se puede volver atrás.  

Por eso, Gisela Gilges postula cuatro fases posibles de la biopausia: 

1) La pausa natural 

Hay momentos de la vida que nos invitan naturalmente a detenernos. Puede ser la llegada de un hijo, un cambio de década, un casamiento o una separación. Amablemente, la vida nos lleva a frenar y preguntarnos: ¿dónde estoy?, ¿cómo estoy? Es la pausa más sana porque nos da una oportunidad para pensar, porque ese evento seguramente nos redefina en rol, sentimiento, experiencia o sensibilidad. El problema es que, la mayoría de las veces, seguimos de largo y no frenamos.   

2) La pausa sana 

Es la que una elige cuando aún está a tiempo de ajustar el rumbo antes de que se derrumbe todo. Es el “susurro” del cuerpo, cuando aparecen pequeños malestares o incomodidades y el cuerpo nos avisa, despacito, que algo no está bien. Podés sentir incomodidad emocional, pequeños malestares, irritación, insomnio o cansancio que no se va aun después de dormir. Es la forma que tiene el cuerpo para advertirte: “Atención, que algo no está bien”.  

3) La pausa a tiempo 

La vida nos da numerosas oportunidades de frenar, pero si estamos tapadas por el estrés, es probable que ni siquiera las notemos. Cuando seguimos de largo, el cuerpo empieza a gritar para que lo escuchemos. En esta etapa ya hay síntomas emocionales y físicos: ansiedad que no podés controlar, ataques de pánico, dolores de cabeza y contracturas, que se vuelven tan habituales que ni siquiera pensamos que pueden ser indicio de algo más profundo. Acá el cuerpo empieza a decir “basta” de forma que no se puede ignorar.  

4) La pausa obligada 

Esta es la pausa a la que nadie quiere llegar: una enfermedad seria, una intervención médica de alta complejidad, una enfermedad crónica con diagnóstico. Si hasta ahora no frenaste, acá el cuerpo te grita muy fuerte: “Es hora de parar”. Cuando llegamos a la pausa obligada, el cuerpo se impone y se vuelve protagonista de una escena que veníamos intentando evitar. El cuerpo se enferma, el sistema nervioso colapsa, el cerebro se apaga, las emociones explotan y el freno, así, se vuelve literal. La pausa obligada es un límite, pero también puede ser el comienzo de una nueva forma de vivir.   

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