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Soltar un vínculo que nos lastima: por qué cuesta tanto y cómo empezar a hacerlo

Terminar una relación que duele no es solo una decisión racional: intervienen emociones profundas, mandatos culturales y huellas de nuestra historia afectiva. La psicóloga Silvina Zecler explora por qué a veces nos aferramos a vínculos que nos dañan y qué pasos podemos dar.


Soltar un vínculo que nos lastima: por qué cuesta tanto y cómo empezar a hacerlo

Soltar un vínculo que nos lastima: por qué cuesta tanto y cómo empezar a hacerlo - Créditos: Getty



Alejarse de un vínculo que nos hace mal no es tan simple como decir “hasta acá”. La psicóloga, especialista en psicoanálisis adolescentes y adultos, Silvina Zecler, explica que, incluso cuando una relación lastima, “una parte nuestra sigue esperando que mejore, que vuelva el momento en que éramos felices o nos sentíamos acompañados”. El final nos deja vulnerables, nos confunde y nos obliga a replantear no solo el vínculo, sino la forma en que entendemos el amor.

Patrones que vuelven: por qué repetimos historias

Detrás de muchas elecciones amorosas hay algo más que coincidencias o “mala suerte”. Nuestros primeros vínculos —con quienes nos cuidaron en la infancia— moldean la manera en que aprendemos a amar.

Si crecimos creyendo que para ser queridas había que esforzarse, complacer o tolerar el maltrato, es probable que busquemos dinámicas similares de adultas. Según Zecler, a veces no es solo repetición, sino “un intento inconsciente de reparar aquello que alguna vez nos hirió”. Por eso, las relaciones actuales muchas veces hablan más de nuestro pasado que de nuestro presente.

Las señales del comienzo: cuando la intensidad es una alerta

Silvina Zecler (MN. 46424) psicóloga, especialista en psicoanálisis adolescentes y adultos

Silvina Zecler, psicóloga, especialista en psicoanálisis adolescentes y adultos. - Créditos: Prensa

En la etapa del enamoramiento solemos ver lo que queremos ver. La ilusión nos vuelve más permisivas y menos atentas a señales que, con el tiempo, se intensifican. Un vínculo sano debería sentirse tranquilo, no desgastante ni confuso.

Cuando la tensión aparece demasiado temprano y se disfraza de “pasión”, es momento de frenar y mirar mejor.

Dependencia emocional: por qué volvemos aunque duela

Sin ser una adicción en sentido estricto, muchas veces se presenta algo muy parecido. Cuando la otra persona se convierte en nuestra principal fuente de alivio y validación —aunque también sea la que más nos hiere— se genera una dependencia.

Volver puede calmar por un rato, pero nos deja más vacías después. Si nuestra mente asocia el amor con sacrificio, el malestar se vuelve parte del contrato afectivo. Y desprenderse implica atravesar un vacío que asusta.

Culpa, miedo y el fantasma de la soledad

La culpa y el miedo sostienen vínculos que ya no funcionan. La culpa aparece cuando sentimos que al irnos estamos fallando. El miedo a la soledad activa heridas más antiguas: la del abandono.

Zecler sostiene que elegir la soledad no es un castigo, sino un puente hacia algo fundamental: volver a encontrarnos con nosotras mismas.

Cuando el maltrato se disfraza de amor

“Lo hago porque te quiero”, “te controlo porque me importás”, “te digo las cosas para que mejores”. Cuando el cuidado se utiliza como justificación del daño, la relación se vuelve confusa y peligrosa.

Si el maltrato viene de alguien que dice amarnos, puede hacernos dudar de nuestro propio criterio. Por eso, el primer paso es confiar en lo que sentimos: si duele, si apaga, si desgasta… no es amor.

El mito del amor que todo lo puede

La cultura romántica insiste en que el amor verdadero resiste cualquier tormenta. Pero esa narrativa, tan instalada, normaliza el sufrimiento. Idealiza el amor posesivo, pasional o “salvador”, y borra algo clave: un vínculo sano no debería consumirnos.

Cuándo una relación deja de ser sana

  • Cuando hay más angustia que calma.
     
  • Cuando deja de haber espacio para ser una misma.
     
  • Cuando lo que antes hacía bien, ahora pesa.

¿Se puede cambiar la forma de vincularse?

Sí, y no siempre hace falta terapia, aunque ayuda. La terapia permite entender lo que repetimos y construir nuevas maneras de amar. Pero la experta insiste: “El primer paso siempre es mirar de frente lo que duele, porque solo lo que se reconoce puede transformarse.”

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