Newsletter
Newsletter

Cerrá el año celebrándote: por qué reconocer tus logros también es autocuidado emocional

En diciembre, hacer balance no tiene por qué ser un examen de lo pendiente. Celebrar lo recorrido, incluso los logros invisibles, fortalece la autoestima, activa la gratitud y ayuda a cerrar el año con más conciencia y abundancia emocional.


Cerrá el año celebrándote: por qué reconocer tus logros también es autocuidado emocional

Cerrá el año celebrándote: por qué reconocer tus logros también es autocuidado emocional - Créditos: Getty



Diciembre siempre llega con una mezcla de emociones. Las luces, los brindis, los reencuentros... Y también esa vocecita interna que repasa todo lo que no hicimos. Los proyectos que quedaron en pausa, las metas que no se cumplieron, las rutinas que se desarmaron. Pero ¿y si este año cambiamos la pregunta? ¿Y si, en lugar de mirar lo pendiente, elegimos mirar lo recorrido?

Festejar los logros no tiene que ver con la perfección ni con los resultados “grandes”, sino con detenerte un momento y reconocer que hiciste lo mejor que pudiste con lo que tenías. Celebrar también es agradecer: por lo que salió bien y por lo que te enseñó algo nuevo. Es volver a conectarte con la ternura hacia vos misma. Alcanza con decirte: “Lo lograste”. Este mes, animate a practicar el autorreconocimiento y celebrate a vos misma.

¿Por qué cuesta celebrarse?

Vivimos en modo “hacer”. Corremos detrás de listas de pendientes, proyectos, metas, mails, reuniones. Y en esa carrera por llegar, pocas veces nos detenemos a decirnos “bien hecho”. La cultura de la productividad nos enseñó a medirnos por resultados, no por procesos; por lo que falta, no por lo que ya conseguimos. Pero celebrar los logros (incluso los más pequeños) es una forma de cuidado emocional: activa la gratitud, refuerza la autoestima y nos recuerda que somos más que nuestro rendimiento.

Muchas veces, el problema no es que no tengamos logros, sino que no los registramos. Nuestro foco está puesto en lo próximo: el desafío que sigue, lo que aún cuesta, lo que todavía no se dio. Así, pasamos por alto los pequeños pasos que sí dimos, esos que con el tiempo se convierten en los grandes hitos que recordamos con orgullo. 

También hay algo más profundo: nos da miedo celebrar. Porque cuando nos permitimos sentir alegría o plenitud, aparece enseguida el temor de perder eso. Ese reflejo emocional nos frena. Por eso, muchas veces preferimos no decir en voz alta cuando algo salió bien. 

Celebrarnos no es soberbia: es autocompasión, es gratitud hacia una misma. Festejar lo que sí fue no implica negar lo que falta; es, más bien, una forma de descanso, de pausa, de afirmación. De recordarnos que no todo se mide en resultados, sino también en presencia, en coraje y en la delicada valentía de seguir intentando.

El arte del autorreconocimiento

En una cultura que nos impulsa a exigirnos siempre un poco más, la autocompasión se vuelve un acto revolucionario. Es el antídoto frente a esa voz interna que pide resultados sin descanso. Al momento de hacer balance, vale la pena traerla a la mesa: porque si siempre estamos buscando más, también significa que seguimos elevando nuestra propia vara. Y muchas veces, sin darnos cuenta, ya estamos hoy en ese lugar que hace un año soñábamos alcanzar o, incluso, que ni siquiera imaginábamos.

El autorreconocimiento es eso: frenar para mirar con gratitud todo lo que aprendiste, lo que soltaste, lo que te animaste a intentar. No solo lo que salió “bien”, sino también lo que te enseñó algo. Porque los procesos —aun los incómodos— también son logros. Es mirar hacia adentro y reconocer que el camino recorrido también cuenta, incluso cuando no fue perfecto.

Cuando no somos conscientes del terreno conquistado, nada de lo que logremos después alcanza a llenarnos. Por eso, celebrar el proceso no es un gesto menor: es una forma de volver a casa. De reconocer que cada paso, por pequeño que parezca, fue un escalón hacia una versión más auténtica de vos. Porque ahí, en ese espacio suave donde te mirás con ternura, empieza el verdadero arte del autorreconocimiento.

Logros ¿medibles?

La vara del éxito no es universal: depende de cómo se mueve tu energía, de qué te motiva y de qué necesitás en cada etapa. Por ejemplo, como explica Nicole Marcuzzi, desde el diseño humano se postula que cada tipo áurico tiene su propia firma de alineación (paz, satisfacción, éxito o sorpresa), y eso ya cambia la conversación.

Para algunos el éxito será responder a cosas que realmente los entusiasmen, mientras que para otros pasará por habitar espacios donde su mirada sea reconocida. El balance no pasa por cuánto hicimos, sino por cuánto estuvimos alineadas con nuestra energía.

Además, no todos los años son de expansión visible: hay años más internos, de maduración, de prueba y error, de pausa y de soltar. Entenderlo nos permite dejar de juzgarnos por no “producir” al mismo ritmo todo el tiempo. A veces, el verdadero logro es haberse permitido parar. Claro que hay hitos visibles —mudarse, cambiar de trabajo, cumplir un objetivo—, pero la mayoría de los logros son invisibles: están en los procesos, en las herramientas que adquirimos mientras intentábamos alcanzar algo.

 

El logro no es un punto de llegada: es el camino mismo. Y si algo nos deja claro el cierre de año, es que siempre que hacemos, también aprendemos. No hay logros mayores o menores. Todos suman, todos construyen, todos importan. Y la única manera de disfrutar de verdad ese recorrido, con sus avances, tropiezos y aprendizajes, es hacerlo desde la mirada de la abundancia y la gratitud. 

Festejar tus logros no es mirar atrás, es honrar el camino. Es reconocerte como protagonista de tu historia, con todas tus luces y tus pausas. Que este diciembre se convierta en un brindis con vos misma.

Cerrá el año con conciencia

Una guía para hacer tu propio balance emocional.

Primero preguntate: 

  • ¿Qué cosas nuevas aprendí sobre mí?
     
  • ¿Qué me costó, pero hoy agradezco haber transitado?
     
  • ¿Qué logros me gustaría reconocer aunque nadie más lo sepa? Pensá en esos pequeños pasos que diste. 
     
  • ¿Qué cosas que hoy doy por sentadas eran un deseo enorme hace uno o dos años?
     
  • ¿En qué aspectos crecí sin darme cuenta: en la forma de hablar, de pedir, de poner límites, de trabajar, de descansar?
     
  • ¿Qué decisiones tomé que fueron un acto de autocuidado, aunque a otros no les hayan gustado?
     
  • ¿A quién quiero agradecer o con quién quiero brindar?
     
  • ¿Qué deseo sembrar para el año que viene?

Después, antes de que termine el año, tomá cinco minutos para escribir una carta de agradecimiento a vos misma.

Podés empezar así: “Querida yo, este año te vi intentando. Te vi cansada, pero también te vi valiente. Gracias por no rendirte”.

Guardala como recordatorio de todo lo que ya sos.

“El verdadero brillo”, por Den Muchnik, coach ontológica

Mudarse, cambiar de un trabajo que no nos gusta a otro mejor, son logros que se pueden ver, pero después hay un montón de cosas que son invisibles.

La abundancia se encuentra cuando podemos identificar lo que sí pasó. Porque cuando nuestra narrativa se enfoca en todo lo que no fue —en lo que todavía no logramos o en lo que no salió como esperábamos—, perdemos de vista lo esencial: todo lo que sí hicimos, lo que sí nos animamos a intentar, y en quiénes nos fuimos convirtiendo mientras tanto.

A mí la sensación de abundancia me llega cuando me escucho. Cuando me hago caso. Cuando me permito descansar si estoy cansada, cuando priorizo una cena con amigas aunque el calendario esté lleno o cuando pongo un límite que necesito. Cuando me respeto los tiempos. Esa, para mí, es la verdadera prosperidad: poder darnos respuesta a lo que necesitamos, sin pedir permiso.

Por eso creo que el fin de año no debería ser un examen de lo que alcanzamos, sino un ejercicio de gratitud por todas las veces que nos atendimos a nosotras mismas. Por los “no” que nos costó decir, por las decisiones que nos devolvieron coherencia, por haber elegido algo que nos hacía bien aunque pareciera menor. 

 

La abundancia no está en la cantidad de cosas logradas, sino en la calidad de la atención que nos damos. Y el logro no es un punto de llegada, sino un proceso. No hay hacer sin error, y eso también es parte del aprendizaje. Quizás el verdadero balance no sea mirar el año entero, sino aprender a mirar el día. Preguntarnos: ¿qué sí pasó hoy? ¿Dónde sí pude poner mi energía, mi cariño, mi foco?

Porque cuanto más chiquita es la mirada, más grande se vuelve la comprensión. Y tal vez el mayor logro al que podamos aspirar para 2026 sea ese: animarnos a ser quienes somos, en lo cotidiano, en lo simple, en lo que de verdad importa. Ahí, creo, está nuestro brillo más honesto. 

@denmuchnik

¡Compartilo!

En esta nota:

SEGUIR LEYENDO

Festejar sin contar calorías: cómo disfrutar las fiestas sin culpa ni control

Festejar sin contar calorías: cómo disfrutar las fiestas sin culpa ni control


por Agustina Murcho

5 claves para una cena navideña más saludable y deliciosa

5 claves para una cena navideña más saludable y deliciosa


por Emanuel Juárez

Lista de recetas para preparar en Navidad y sorprender a la familia

Lista de recetas para preparar en Navidad y sorprender a la familia


por Redacción OHLALÁ!

Looks navideños: 10 ideas para inspirarte y armar tu outfit ideal para Nochebuena

Looks navideños: 10 ideas para inspirarte y armar tu outfit ideal para Nochebuena


por Redacción OHLALÁ!

Regalos de Navidad para chicos 2025: las mejores ideas por edad y presupuesto

Regalos de Navidad para chicos 2025: las mejores ideas por edad y presupuesto


por Redacción OHLALÁ!

Tapa de OHLALÁ! de diciembre con Mora Bianchi

 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2025 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.

QR de AFIP