Publicado por Silvio.
Más allá de que, como supongo al resto de ustedes les pasa, cada vez que me entero de la existencia de un fin de semana largo fantaseo con escapar de la ciudad y hacer un poco de turismo, lo que nos suele pasar con Silvia es que nos colgamos con cualquier tipo de gestión para reservar nada y nos da tanto terror la ruta llena que nos quedamos en Buenos Aires.
Y como tenemos la ridícula sensación de que el fin de semana no terminará jamás (esa omnipotencia que uno siente el viernes a la tarde), empezamos a hacer planes sociales que terminan por llenar (y desbordar) nuestra agenda.
Este fin de semana fuimos juntos a lo de mis viejos, a lo de sus viejos, al cine, a conocer a la primera bebé de una amiga de Silvia de esas que ve dos veces por año, yo, a jugar al tenis y al fútbol, juntos a un asado de "parejas amigas", a una inauguración de una casa de un amigo del trabajo de ella, al supermercado a hacer la compra del mes (quién me manda!) y a comprar varios regalos de cumpleaños que adeudamos. Silvia tiene una rara patología con respecto a los regalos y es que, a pesar de que casi nunca regala en tiempo, siempre recuerda y tiene presente a quién no le regaló y, eventualmente, salda la deuda. Es admirable.
No sé por qué hacemos esta locura de empezar a llenar la agenda como si nos estuviéramos por ir del país por mucho tiempo o algo así, y está tan llena que empezamos a comportarnos como los doctores: vamos atrasando los turnos y haciendo esperar a la gente, lo cual nos apura y nos hace estar corriendo de un lado al otro. Debo decir que la pasamos muy bien en (casi) todos los eventos, pero les aseguro que cuando venís de un rally social por la ciudad y te morís de ganas de una siesta y una persona que apenas conocés te cuenta que "la nena está haciendo caca líquida", te empezás a cuestionar cosas elementales de tu propia conducta.
En fin, hacia el domingo a la medianoche y por más que aun quedaba un día entero por delante, yo ya tenía un cansancio total y Silvia hizo un cambio que me maravilló: me dijo "suspendí lo que teníamos mañana, quedémonos en casa". Y fue muy bueno: me despertó (al mediodía) con un desayuno en la cama, había comprado el diario y alquilado una peli que queríamos ver hace un buen tiempo, y estuvimos en la casa (y en la cama!) casi todo el día. Fue la forma perfecta de parar la manía social y dedicarnos a nosotros. Bien, Silvita!