La casona, al 500 de la ribereña calle Lavalle, en el Tigre, frente al lugar de partida de embarcaciones a Carmelo (Uruguay), Martín García y excursiones en catamaranes y lanchas de paseo, luce sus dos imponentes plantas de estilo chalet normando frente a las aguas del río homónimo, portal del Delta. Con destacadas características de confort y servicio, resulta base de una estrategia para quienes quieren conocer el Delta, pero prefieren no hacer noche en las islas.
Fue construida, entre 1897 y 1903, para la familia de Francisco Tomatis y cambió su destino hace un año: desde entonces brinda acogedor hospedaje con desayuno y comidas a pedido.
Buena parte de los turistas alejados de la hotelería tradicional resultan allí extranjeros gozadores del estilo hogareño de los Bred & Breakfast europeos, nombre y fórmula hogareña que adoptaron los anfitriones, Jorge Escauriza; su esposa, Dora, y Alejandra, una de las tres hijas del matrimonio, ocupados en los detalles de atención y servicio reconocido en un libro de visitas atestado de elogios en todos lo idiomas.
Impecable, con sus paredes tapizadas de enredadera viña virgen y coronado de tejas francesas, el imponente chalet tiene un siglo de mudo testimonio del movimiento náutico, el sacrificado entrenamiento nocturno de remeros y de épocas de oro del turismo delteño. Como una atalaya a trescientos metros de la flamante estación terminal del ex ferrocarril Mitre sobre el río Tigre y a cincuenta del puente que une ambas orillas a la altura de la Estación Fluvial, ahora es una posta elegante y diferente.
Terrazas al Tigre
Señorial, el Bed & Breakfast Familia Escauriza ofrece frescas salas bien decoradas con muebles sólidos de época en la planta baja, desde donde una tallada escalera de roble trepa a la planta de los dormitorios con acceso a floridas terrazas.
Las frontales son ideales para acaparar el fresco del atardecer a la vista del movimiento fluvial, calle de por medio.
Las terrazas de las habitaciones traseras tienen como vista el verde parque, donde se impone un vieja palmera y un más anciano nogal sumado a la lujuria verde y tropical que hace de marco frondoso a la piscina frente al lujoso quincho. El hospedaje cuesta 35 pesos por día en base doble (reservas por el 744-2499) e incluye el desayuno, en el que el pan y los dulces caseros conviven junto al jamón y los quesos, la variedad de frutas y el legítimo jugo de naranjas.
Es posible, con pedido anticipado, disponer de almuerzos y cenas que agregan entre 10 y 12 pesos a la cuenta, con platos gourmet que prepara el dueño de casa: "Prefiero que no me pidan milanesas con papas fritas", se excusa para que gane ponderaciones su salmón al verdeo o su pollo con miel y almendra (también al champagne).
Lo que atrae del lugar, además de la tranquilidad y la elegancia interior, es el estilo de convivencia entre los pocos hospedados -nunca más de doce-, que tienen a disposición un barcito con buenas bebidas y saben que tras cruzar el umbral están en su casa . El quincho permanece liberado para quienes quieran asar por su cuenta y, excepcionalmente, se puede visitar por el día para aprovechar la piscina sin hospedarse por 15 pesos y disponer de un servicio de té por la tarde.
Después del kiwi
Salvador Russo fue un artesano frentista en las viejas construcciones del Tigre, incluida la B & B Escauriza, abuelo por vía materna del actual dueño de la finca. Nacido y criado en la zona, Escauriza navegó durante diez años por todo el Delta en el que fue su barco -el Kiwi- sin llegar a conocer toda esa inmensidad, pero lo suficiente como para ser un buen consejero.
A los hospedados les recomienda y reserva excursiones -sin desdeñar la isla Martín García ni los museos lugareños-, según las preferencias.
El casi nuevo hospedaje albergó casamientos, uno que se valió de una vaquillona asada con cuero, y en algún caso fue sede de una primera noche de casados, con pedido especial de la novia que remitió seis ramos de rosas para inundar de pétalos el lecho nupcial.
Francisco N. Juárez