En un rato me voy al consultorio. Tengo que recibir al visitador médico, cosa que me rompe bastante por un lado, pero me divierte por el otro porque me regala mil pavadas que me encanta traerle a los chicos. Pobres hijos míos! Marcos, en su cartuchera, tiene una birome de Dorixina y una especie de regla que se dobla, que Clarityne.
Esta tarde Nicolás y yo vamos a nuestra primer sesión de terapia vincular.
Déjenme decirles que tengo pánico. Empecé a pensar (teniendo en cuenta lo horrible que es el trato en las últimas semanas, y lo muchísimo que se borra de casa), que lo único que quiere decirme es que está todo mal, pero que no le da el cuero para hacerlo así, face to face, en casa. Que quiere que haya un árbitro, un alguien que lo haga sentir más avalado.
Eso pienso. Que el pibe no me ama más, o que no me ama como lo hacía.
Que se muere de la cosa y no me lo puede decir. Supongo que lo que más querría es que se lo dijero yo a él, pero como eso no sucede, entonces OK, alguien que lo ayude a decírmelo.
No lo odio por eso. No. Cómo voy a odiarlo por sentir algo, no?
Pero me da mucho miedo. Y sinceramente, no sólo miedo porque yo sí estoy enamorada de él, sino porque me da pánico quedarme sola. Porque no sé cómo haría para vivir en esta casa con los chicos, sola.
Y me imagino instancias, por ejemplo, que se lleve a los chicos algún día a la semana, y encojo de angustia. De miedo porque los cuide bien, y de tristeza por no tenerlos acá.
A la noche me voy con mis hermanas y todos los niños (que son como mil) a Cariló.
Me llevo tarea para el hogar: no seguir maquinando.
Les mando un beso enorme, muy buen fin de semana, y gracias por el aguante.