Tenía que pasar. Yo ya lo sé, siempre lo supe, pero igual me agarró desprevenida.
Los chicos llegaron bárbaro, la pasaron genial. El fin de semana estuvo bueno, tranquilo.
Hasta que que a a la mañana Nicolás me dijo que se iba por cuatro días a Pinamar.
No le pedí explicaciones pero amplió: que se iba con Mongo y Zutano, a la casa que tiene Perengano.
OK, OK.
A la tarde lo llevé a Marcos al cumple de un compañero del club. No me iba a quedar, pero la madre, que es un amor, me insistió, que dale, están las otras madres, que Lucas juega con los otros hermanitos, dale.
Bueno, accedí, un poco a mi pesar, y me intalé en la mesa de señoras chusmas.
De casualidad, en medio de la conversación, me entero de que una de ellas es la dueña de la casa de la casa de Pinamar. La mujer de Perengano, bah.
No me pude resistir y le pregunté cosas sobre la casa. De por qué no la usan en vacaciones de invierno, por ejemplo. Pero no, la casa está alquilada durante el año.
Sentí calor en la cara (lo deben haber visto, me imagino colorada como un tomate).
No hablé mucho más. Me dediqué a mirar a los niños y a sentir cosas raras.
Si eso es mentira, qué más puede serlo, no?
Qué horrible.
Y no es que no tenga derecho, eh? (tiene derecho, no? Estamos separados).
Pero igual, no sé, pensé y sentí cosas extrañas. No me gusta. Quiero acostumbrarme a que Nicolás ya no es mi marido.