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Ciudad de México

Tres ejes para desentrañar la enorme capital mexicana: el centro histórico en un año más patrio que nunca; colonia Roma, barrio de moda, y la popular lucha libre




CIUDAD DE MEXICO.- Sin duda que en la primera impresión el D.F. intimida: es grande, caótico, inabarcable. Pero después de unos días, las distancias parecieran acortarse y moverse por esas intrincadas calles donde a diario circulan 24 millones de personas resulta más sencillo.
Los turistas suelen quedarse en la ciudad apenas un par de días antes de huir hacia la playa, pero vale la pena estirar un poco más la estada para desentrañar una ciudad cargada de historia, museos, cultura popular, fiestas y tradiciones.
A continuación, la nueva colonia Roma, remozada y de moda; el Zócalo histórico, centro de los festejos del bicentenario, y una noche típica de lucha libre, tres ejes para sumergirse de lleno en la vida auténticamente mexicana.

LO NUEVO Colonia Roma

La colonia Roma está cambiada. Lo advierte cualquiera y a simple vista, incluso el que visita por primera vez la ciudad. Esos bares modernos, el reluciente hotel boutique, las tiendas con ropa de diseño, las galerías de arte y el ambiente joven que revolotea en el aire se nota que son nuevos, de hace unos pocos años.
La colonia Roma está de moda. "Sigue a los anticuarios y a los gays y encontrarás los lugares de moda", me dijeron alguna vez. Y parece que la fórmula no falla, porque la Roma es el nuevo lugar del inmenso D.F. elegido también por gays para caminar lejos de los prejuicios, en una ciudad que acepta el matrimonio homosexual.
La colonia Roma, como llaman aquí a los barrios, fue uno de los primeros en desarrollarse, más allá del centro, a principios del siglo XX, en los tiempos de Porfirio Díaz. Se construyeron grandes mansiones donde vivían familias de clase alta que paseaban su elegancia por las amplias calles. Con los años cayó en decadencia y muchas de las casas fueron abandonadas.
El gran terremoto de 1985 averió muchas construcciones y mucha más gente dejó el lugar. Incluso todavía se ven casas con fachadas resquebrajadas. Así como unos se fueron, otros llegaron: en los últimos 10 años artistas y escritores desembarcaron atraídos por el lugar, con mucho verde, plazas, casas bajas, vecinos de siempre y alquileres muy baratos.
Y resurgió para convertirse en una de las zonas más placenteras de la ciudad para pasear, sin el glamour de Polanco y un poco menos cool que La Condesa. Aquí se mezcla la bohemia con el zapatero remendón de años.
Es sábado a la tarde, los bares y restaurantes están llenos, la gente caminaba sin prisa, y el mercado de pulgas sobre Alvaro Obregón, la avenida principal, con gran bulevar en el centro, sigue ofreciendo de todo un poco.
Una tarde ideal para caminar sin prisa y descubrir lo mejor de Roma.
Se puede empezar por Colima (entre Tonalá y Cuauhtémoc), la calle por excelencia del barrio, con muchos negocios de diseño de ropa y accesorios, como Sicario, y galerías como Vértigo, especializada en diseño gráfico.
Uno de los nuevos vecinos de la colonia es el Brick Hotel, que abrió hace apenas cuatro meses. Es un hotel boutique, también de moda en México, con 17 habitaciones y decoración moderna ciento por ciento mexicana.
"Antes fue una casa de citas, después una cerrajería, también estuvo años abandonado hasta que se restauró como hotel, siempre conservando la estructura original", cuenta Carlos, uno de los conserjes del hotel que está en la esquina de Orizaba y Tabasco. La pizzería, muy concurrida, que da a la calle, se llama Olivia, por la madama de la casa de citas. Parece que todo quedó en familia.
A la vuelta, en la esquina de Orizaba y Alvaro Obregón, casa LAMM, construida en 1911, cuenta con un centro cultural, galería de arte y restaurante, pero lo que realmente impacta es la construcción, con una enorme escalera.
A pocas cuadras, la plaza Río de Janeiro, la más linda del barrio, con una enorme fuente en el centro, está colonizada por un grupo de niños boy scouts que juegan, gritan y se divierten.
En la esquina, el Café Toscano, uno de los estrella, invita a relajarse en una de las mesitas de la vereda. En la Roma, el frenético D.F. pasa a un costado.

LO TIPICO Lucha libre

Para desentrañar el D.F. desde un costado más popular una buena elección es ver lucha libre. Una suerte de deporte nacional (después del fútbol, por supuesto) y espectáculo. Para un extranjero será claramente un show, muy bien montado para la ocasión, pero los mexicanos se apasionan y por momentos la frontera entre deporte, combate y espectáculo se confunde bastante.
Muchos son realmente fanáticos. Hay programas de televisión; revistas especializadas; un vasto merchandising de máscaras, trajes y muñecos, y desde hace apenas unos días, hasta un videojuego, Héroes del ring , que pone en las consolas la lucha libre mexicana.
Desde fuera del Arena México, uno de los estadios cubiertos donde se realizan los combates, los martes y viernes por la noche, ya se siente el clima de fiesta, como en los alrededores de una cancha de fútbol.
Los luchadores ya están sobre el ring; la gente grita y alienta a unos y otros. Los vendedores ofrecen cerveza, golosinas, snacks. Un espectáculo para toda la familia, aunque son muchos más los adultos que los chicos.
Empieza uno de los combates de tríos con tomas extrañas (todas tienen nombre), mucha actuación y un gran despliegue de acrobacia dentro y fuera del ring.
"Eso no se vale, eso no se vale", dice gritando un nene, muy enojado con uno de los enmascarados.
Rolando Flores, un buen compañero de asiento y espectador frecuente, se encarga de aclarar un poco las cosas: "Hay dos bandos de luchadores, rudos y técnicos. Los técnicos son los que respetan las reglas y juegan limpio, serían los buenos; los rudos, los que juegan sucio, los malos".
El público en general está a favor de los técnicos, pero hay muchos que siguen a los rudos, como a quien le gustaba el Diábolo o la Momia Negra en nuestro Titanes en el ring , y por supuesto también existe la versión del árbitro William Boo mexicano.
"Tuviste suerte, hoy se presentan buenos luchadores", comenta Rolando, que conoce peso, altura y técnicas de cada uno.
En la pelea estelar de tres contra tres compiten Místico, Strongman y La Sombra contra Volador, Ultimo Guerrero y Lyger, estrellas mediáticas, aunque no tan famosas como el histórico Santo, el Enmascarado de Plata.
"Qué bueno sería que apuesten las máscaras Místico y Volador", se ilusiona Rolando.
La mayoría de los luchadores son enmascarados y mantienen su identidad oculta como un secreto que perpetúa la leyenda, pero cuando hay rivalidades personales (ficticias o reales vaya uno a saber) se pactan luchas de apuestas, donde ponen su propia máscara en juego. Perder es un deshonor, para muchos el final de la carrera; otros siguen, pero a cara descubierta.
Los días de apuesta de máscara o de cabellera, el Arena explota de gente, hay que conseguir las entradas por adelantado.
Y quizá se dé, porque la rivalidad entre Volador y Místico está en su punto justo. Volador, ganador de la Copa Bicentenario, está dispuesto a apostar su máscara para demostrar que esto no es ningún juego.
Más allá del resultado final, todos salen contentos, en busca de la máscara o el muñeco favorito que venden de a cientos en la puerta.

LO HISTORICO El Zócalo

Es una noche más en el D.F., sin aparentemente nada para festejar, pero la Plaza de la Constitución, más conocida como el Zócalo, una gran explanada con sólo un mástil en el centro (de día flamearía una inmensa bandera mexicana), está muy concurrido.
Los chicos juegan con unos juguetes luminosos que vuelan por el aire, los grandes charlan y comen unos tacos, que se venden por todas partes. Una catrina (una calavera muy elegante y distinguida) se saca fotos con los pocos turistas que quedan en la plaza. Porque la muerte siempre está presente en las tradiciones mexicanas.
Frente a la catedral se alborotan los puesteros ambulantes. "Vienen, vienen", se corrió la voz entre unos y otros. Los ratoncitos de peluche que movían la cola en el piso terminan en la bolsa de la vendedora, que desaparece en cuestión de segundos.
Los que vienen son policías, que se ven permanentemente por las calles, sobre todo de noche.
Una campaña de la Secretaría de Turismo intenta deshacerse del estigma de ciudad insegura y hasta garantizan que hay menor delincuencia que en algunas ciudades norteamericanas.
Más allá de la presencia policial, las calles están poco iluminadas e intimidan a los que no están acostumbrados, pero en la Zona Rosa, La Condesa o Polanco, se puede andar sin preocupaciones a toda hora, e incluso viajar en metro, que funciona hasta casi la medianoche.
Hace un mes, en el Zócalo se realizó el estridente Grito, la celebración del bicentenario de la Independencia. Porque éste es un año patrio también en México, mucho más patrio que lo habitual.
El 15 de septiembre se cumplieron 200 años de aquella lucha del padre Hidalgo. Todavía los edificios de alrededor de la plaza lucen carteles con los colores mexicanos, que se encienden de noche. Se acuñaron monedas del bicentenario, hay circuitos históricos específicos y menús alegóricos en los restaurantes, como la patria manda.
Pero como en México todo es a lo grande, este año también festejarán los 100 años del inicio de la Revolución comandada por Emiliano Zapata y Pancho Villa contra Porfirio Díaz.
En el Zócalo hay un cartel electrónico con la cuenta regresiva de los días que faltan para la celebración del 20 de noviembre. Ya se preparan los festejos, de 14 días, que se iniciarán el 7 de noviembre, con 300 artistas en la escena del Zócalo, luces y proyecciones sobre los edificios.
Alrededor de la plaza están los sitios históricos más importantes. Hay que volver de día.
Entre los imperdibles, se destaca la catedral, con cinco siglos de historia, que cada año se hunde unos siete centímetros.
Atrás, donde están las ruinas del Templo Mayor azteca, un museo cuenta la historia de la antigua Tenochtitlan.
A otro costado, en el Palacio Nacional, a donde se ingresa en forma gratuita, hay que subir para ver los impresionantes murales de Diego Rivera, que retratan el pasado de México.
Una de las mejores formas de terminar la noche es en el Café de Tacuba (Tacuba 28), uno de los más emblemáticos, fundado en 1912, a unas pocas cuadras del Zócalo, y pedir un enchilado Tacuba con una cerveza. Los mariachis, con su repertorio tradicional, le ponen la cuota musical a la comida. A no entusiasmarse con los pedidos porque cada tema cuesta cerca de 10 dólares.

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