El recuerdo del dictador Idi Amin, o el film Rescate en Entebbe poco nos ayudan hoy para conocer Uganda, ya que el reciente proceso de estabilización política aportó calma. Esta ex colonia inglesa, tan grande como la provincia de Río Negro, tiene una población negra de casi 30 millones, mayoritariamente cristiana, que habla algunas de las 40 lenguas locales además de inglés.
Abunda el agua dulce y lo elevado del terreno suaviza el clima ecuatorial. No hay ruinas monumentales, ni construcciones vanguardistas, ni demasiados resorts de lujo. Pero la madre Natura y la calidez de su gente hacen de este exótico paraíso un lugar para conocer, desde las suaves nacientes del Nilo hasta el sudoeste montañoso y húmedo con sus cultivos intensivos, llamado la Suiza de Africa; desde las sabanas secas con sus típicas acacias solitarias y su rica fauna hasta las frondosas selvas, únicas por sus chimpancés y gorilas, que tanto le agradaron a Dian Fossey. Y también en los lagos, los más grandes del continente, donde estalla la vida en múltiples formas.
Tanto en las tribus sudanesas del Norte, con la gente más alta y de piel más oscura, como en las mayoritarias bantúes del sur rural se puede observar una pobreza digna, con espíritu de trabajo.
Y hasta en las pequeñas aldeas de pigmeos, próximas al Congo, se ve un pueblo que, más allá de sus carencias y sus conflictos, celebra la vida cada día y no necesita hablar el mismo idioma para darnos la bienvenida.
La banana es omnipresente en Uganda. Los cachos son transportados de manera variada y pintoresca hacia y desde el mercado. Hasta su plato típico lo incluye: el matoke, una especie de puré hecho con plátano verde cocido.
Los niños de cada escuela tienen una indumentaria de colores vivos. Se los ve en los caóticos caminos, sin banquinas ni veredas, donde también andan esbeltas mujeres que aun prolongan su figura con los bultos que transportan en equilibrio sobre la cabeza. Llevan agua, alimentos, maderas…
Es imposible olvidar la gracia con que caminan, como tampoco ese particular olor a leña quemada de sus braseros que impregnan el ambiente y la franca sonrisa que, con sólo mirarlas, desnuda blancos dientes entre la piel oscura.
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