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Con el lujo de los años 30

Se bautizó el Queen Elizabeth, el nuevo barco de Cunard, con pompa real




SOUTHAMPTON.- Setenta y dos años después de haber asistido a la ceremonia de bautismo del primer transatlántico llamado Queen Elizabeth -que presidio su madre, Elizabeth Bowes-Lyon-, la reina Isabel II de Inglaterra impuso ese mismo nombre a la nueva incorporación de la línea Cunard. Lo había hecho también como soberana en 1967 cuando comenzó su servicio el Queen Elizabeth 2. Es decir, son tres barcos con el mismo nombre que en siete décadas contaron con el protagonismo de quien tiene 84 años y es la cabeza del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte desde hace 58.
El lunes último, en el muelle del puerto de Southampton -al que el Queen Elizabeth llegó proveniente de Monfalcone, Italia, donde fue construido por la empresa Fincantieri- un gran palco de larguísimas gradas que abarcaban prácticamente el largo del buque fue ocupado por 1600 invitados, entre autoridades y celebridades del mundo económico y social del Reino Unido, además de agentes de turismo y periodistas.
La ceremonia contó con la participación de las bandas de las guardias escocesa e irlandesa, con sus tradicionales morriones de oso, además de con la Orquesta Sinfónica y el Coro de Bournemouth. Las voces del niño Alexander Howard-Williams y de la soprano Lesley Garret acompañaron el fastuoso acto, que cobró voltaje cuando ingresó Isabel II, mientras músicos y presentes entonaron God save the Queen.
Se había dicho que la soberana no lo haría, pero finalmente lo hizo. Al parecer, cuando le comunicaron la invitación a presidir la ceremonia la reina habría preguntado dónde se había construido el Queen Elizabeth. El hecho de que no haya sido en Inglaterra (los astilleros de Southampton y de Liverpool se encuentran prácticamente inactivos), sumado al hecho de que los capitales propietarios de la Cunard son americanos, no habría entusiasmado mucho a quien debe velar por los intereses de su reino.
Con todo, el hecho de que Cunard se apoya en la tradición y el carácter deliberadamente inglés de sus barcos, seguramente promovió la visita real.
El momento culminante se produjo cuando Isabel II, tras decir que bautizaba al nuevo barco con su propio nombre, Queen Elizabeth, accionó el dispositivo que hizo estrellar la botella de champagne en el flamante casco negro. El anterior barco de la Cunard, el Queen Victoria, había sido bautizado en 2007 por la esposa del príncipe Carlos, Camilla Parker, duquesa de Cornualles, pero la botella no se rompió, lo que en la superstición náutica es un mal presagio. Su suegra, esta vez, tuvo mejor suerte.

Sigue la tradición

La última incorporación de Cunard costo casi 600 millones de dólares y está previsto que con sus 92.000 toneladas y 292 metros de eslora pueda transportar 2092 pasajeros atendidos por uno 1100 tripulantes. Similar al Queen Victoria es el segundo barco en tamaño de esta naviera, cuyo transatlántico más grande sigue siendo el Queen Mary 2. Con la intención de mantener viva la memoria de los años dorados en los que los transatlánticos fueron escenario de excentricidades, lujo y placer, la empresa no quiso poner el sufijo 3 a este nuevo Queen Elizabeth. Cuenta con un teatro estilo W est end, con palcos privados, un paseo de compras, cubiertas en las que se puede jugar croquet o bowling, y un spa de mil metros cuadrados. El 80% de lo camarotes tiene vista al mar y el 70 posee balcones.
Las opciones son variadas. Si usted se conforma con una cabina interna, eso sí con baño privado, televisión, refrigerador y demás amenities deberá pagar 1000 dólares por cinco días o 21.000 si el viaje dura 105 días. La grand suite cuesta por los mismos plazos entre 7500 y 182.500 dólares. Eso sí, lo atenderá un mayordomo, dispondrá de un amplio living, terraza, comedor, baños amplios de mármol con hidromasaje, flores y champagne. Tal vez valga la aclaración de que esos precios son por persona.
La ambientación se acerca en muchos casos al art déco. Prevalecen materiales como el roble o la caoba, vitraux y mármoles. Pero no es sólo en su materialidad con la que Cunard quiere recuperar la atmósfera de los años 30. Fiestas estilo campo en el salón jardín de techo vidriado, veladas de baile, maratones de danza y películas de época pretenden hacer creer que el tiempo se estanco hace 70 años. Los señores de smoking se encontrarán para fumar en un espacio en el que reinan los puros y que, obviamente, se llama Winston Churchill. Proliferan los rincones con pianos y música intimista, y también los enormes salones de baile en los que predominan las big bands.
Podríamos decir que el teatro tiene adelantos técnicos que no vemos en los espacios mejor dotados de Buenos Aires. Luces robotizadas, pisos hidráulicos, escenografías impactantes y un vestuario extraordinario merecerían, eso sí, tener artistas más talentosos. Nuestros elencos del off, que saben de luchar contra los elementos, dejarían con la boca abierta a los pasajeros que suelen ser indulgentes a la hora de aprobar los espectáculos.
Hace más de un año que el viaje inaugural del Queen Elizabeth está totalmente vendido. Tardaron exactamente 29 minutos en agotar los pasajes. El primer destino es un itinerario por las Islas Canarias.

Los antecesores

El nuevo barco está destinado a proseguir una historia que su empresa propietaria, la Cunard, fue forjando durante décadas. Ahora bien, nadie puede vaticinar su futuro. El primer Queen Elizabeth fue transformado en buque de guerra en 1940. Luego de recuperarlo como barco de pasajeros fue vendido en 1968, para operar como hotel y atracción turística en Florida. Más tarde, al intentar reconvertirlo en un barco para el World Campus Afloat Program, un incendio lo destruyó en 1972 y se hundió en aguas poco profundas de Hong Kong. Fue desmantelado pocos años después. Por su parte, el Queen Elizabeth 2 fue convertido en buque de transporte de tropas durante la Guerra de Malvinas. Acaso su sucesor pueda aspirar a destinos menos dramáticos.
Por Nino Ramella
Para LA NACION

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