LISBOA.- Portugal concentra este año la atención de muchos viajeros que se sienten atraídos por el megaevento que se está realizando en Lisboa: la Expo 98, última exposición internacional del siglo, en este caso dedicada a los mares con el lema Ven a zambullirte en el futuro.
La ocasión es excelente para recorrer este país que ofrece un pequeño territorio, pero con una multiplicidad increíble de rostros diferentes.
Oporto -la segunda ciudad del país, a unos 300 kilómetros al norte de Lisboa, cuyo centro histórico forma parte del patrimonio de la humanidad- es un excelente punto de partida para recorrer la Costa Verde, donde se gestó a partir del siglo XII la unidad del Estado portugués.
Situada en la margen derecha del río Duero, Porto (su nombre en portugués) domina una región extraordinaria por su belleza, que se multiplica en infinitas tonalidades de verdes. Verdes son los valles, las colinas y las montañas. Verde es el nombre de su famoso vino. De las mismas tonalidades se cubren el Parque Nacional de Peneda y los bosques adyacentes. Verdosas y claras son las aguas de las numerosas albuferas -lagunas formadas por agua de mar en las playas bajas- que se distribuyen por la costa.
Oporto es una de las ciudades más antiguas de la Península Ibérica. Abandonada en el siglo VIII por el rey Alfonso I de Asturias durante la campaña que expulsó a los moros de Galicia, y restaurada en 868 por Vimara Peres (cuya estatua se encuentra en el atrio de la catedral), Oporto nació de una pequeña población prerromana llamada Cale, que puede haber dado origen al nombre del país: Portucale y finalmente Portugal.
Ciudad de granito y de grandes monumentos, el antiguo burgo medieval se presenta en todo su esplendor cuando se lo contempla desde los puentes que unen las márgenes del Duero: el Puente de Don Luis (1886), una obra monumental de la escuela de Eiffel; el Puente de Doña María Pía, para las vías del ferrocarril, y el moderno puente de Arrábida, que data de l963.
La empinada calle de los Clérigos es el acceso natural al burgo histórico, donde el Ayuntamiento eleva su espectacular campanario. Más adelante se observa la fachada de la iglesia de la Misericordia (1750), una de las obras más conocidas del arquitecto barroco italiano Nasoni. Entre fastuosos palacios se llega al de la Bolsa de Comercio, edificio del siglo pasado, que nos da una efímera idea de las riquezas que el comercio, sobre todo la exportación del vino oporto, generó a principios de 1800. En el edificio de la Bolsa se destaca la sala árabe, con su arquitectura exuberante y la profusión de arañas. Animadas callejuelas serpentean en la ciudad, y al paso surgen: la iglesia de San Francisco y algo más arriba el Terreiro de Se, donde están la catedral (siglo XII), el Palacio Episcopal y la iglesia de los Grilos, máximo exponente del barroco tardío del siglo XVII. Desde el Terreiro se domina toda la ciudad, el río y las colinas cercanas, en las que se cultivan las uvas que van a dar origen a dos bebidas que simbolizan a la ciudad: el oporto y el vino verde.
De un sorbo
El vino de Oporto procede de las extensas viñas dispuestas en graderías que son cultivadas en el alto Duero, desde donde se transporta el vino hacia Vila Nova de Gaia, en la margen opuesta. Antiguamente, el transporte se realizaba en unos típicos barcos de madera llamados rabelos, que todavía pueden admirarse en los muelles.
Los orígenes de la bebida se pierden en los meandros del tiempo. Ya los esforzados legionarios romanos mitigaban las saudades de su patria con su sabor rico y fuerte cuando es joven, suave y sedoso cuando envejece.
La historia internacional del vino comienza en el siglo XVII con el desarrollo del comercio marítimo y el crecimiento vertiginoso del puerto de Oporto.
En 1703 se firma entre Portugal e Inglaterra el Tratado de Methwen, que da un tratamiento aduanero preferencial a este producto, incrementándose la exportación en forma exponencial. El oporto es de Denominación de Origen Controlado (DOC), que tiene que tener un añejamiento en toneles especiales, no debe ser menor de siete años y que puede llegar a un máximo de treinta o cuarenta años.
Entre estos vinos se destaca el vintage, que proviene de una cosecha de excepcional calidad, puesto en botella para su añejamiento al tercer año. La mayoría de estas cavas pueden ser visitadas y al final del recorrido siempre se ofrece una degustación de los diferentes tipos de oporto que se producen.
Toda la ciudad es un gran museo al aire libre, que se expresa en uno de los artes más conocidos de Portugal, el azulejo (de color azul como lo indica su nombre), que adorna fachadas de edificios religiosos, jardines, mercados y fuentes.
Marcos Joly