Cuando viajar era un placer desconectado
18 de mayo de 2014
Érase una vez un tiempo en que viajar era un privilegio que nos sucedía, con mucha suerte, una vez cada varios años. Entonces íbamos a una agencia de viaje, un señor de traje nos mostraba la foto de tal o cual hotel en un folleto, y nosotros le creíamos a pie juntillas. Y nos entregaban un boleto repleto de hojas y papel carbón, y confirmábamos el pasaje con 48 horas de anticipación, y en el momento del check-in no sólo elegíamos el asiento, sino si lo queríamos en fila de fumadores o no fumadores.
Entonces no nos sacábamos los zapatos ni los cinturones ni nada, y subíamos alegremente al avión, con un libro de tapa dura y papel como principal entretenimiento de a bordo, porque la pantalla de cine estaba lejos y tal vez no nos interesaba la única película que se proyectaba.
Una vez en destino nos manejábamos con un mapa de proporciones gigantes, y si nos perdíamos le preguntábamos a algún hombre tomando grapa en la plaza principal, y el señor nos preguntaba de dónde éramos, hacía comentarios sobre el clima, nos recomendaba dónde comer el mejor cochinillo del pueblo y nos enviaba saludos para los primos que habían emigrado a la Argentina, hace 40 años.
Enviábamos postales que no importaba si llegaban un mes después que nosotros, y en las que apenas entraba el saludo y la despedida en el cartoncito rectangular ya acorralado por sellos, estampillas y dirección.
Nos cuidábamos al sacar fotos, porque los rollos y el revelado eran un presupuesto. Y también hablábamos a toda velocidad y a los gritos por teléfono, presumiblemente desde una cabina telefónica, porque las llamadas de larga distancia valían una pequeña fortuna y sonaban como si la conversación tuviera lugar bajo una ducha.
Ya mostraríamos el álbum de fotos -¡ni hablar de las diapositivas!- con detalle y parsimonia a nuestro regreso, aun si a nuestro pobre interlocutor le importara un bledo nuestro viaje.
Eran tiempos, sí, adivinaron, cuando no existían los smartphones, ni TripAdvisor, ni Google Maps, ni GPS, ni Web check-in, ni Instagram, ni Pinterest, ni Facebook, ni WhatsApp, ni Skype, ni Twitter, ni -en síntesis- Internet. Tiempos mejores o peores, según quien lo mire y cómo lo mire. Aclaro que todavía no cumplí los 40 años, pero recordar esta forma de viajar me hace sentir de la prehistoria. Y a veces, cuando veo a un turista disparando fotos al tuntún con su teléfono, subiéndolas al instante a su Facebook y chequeando cada dos segundos para ver cuántos me gusta recibió, me sobreviene una irrefrenable dosis de saudade.
ENTRETENIMIENTODE A BORDO
Gente que busca gente. South African Airways ofrece un servicio social de check-in, gracias al cual el pasajero, antes de elegir su asiento online, accede a ciertos datos de Facebook de sus potenciales vecinos.
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