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Cuando viajar era un placer desconectado




Érase una vez un tiempo en que viajar era un privilegio que nos sucedía, con mucha suerte, una vez cada varios años. Entonces íbamos a una agencia de viaje, un señor de traje nos mostraba la foto de tal o cual hotel en un folleto, y nosotros le creíamos a pie juntillas. Y nos entregaban un boleto repleto de hojas y papel carbón, y confirmábamos el pasaje con 48 horas de anticipación, y en el momento del check-in no sólo elegíamos el asiento, sino si lo queríamos en fila de fumadores o no fumadores.
Entonces no nos sacábamos los zapatos ni los cinturones ni nada, y subíamos alegremente al avión, con un libro de tapa dura y papel como principal entretenimiento de a bordo, porque la pantalla de cine estaba lejos y tal vez no nos interesaba la única película que se proyectaba.
Una vez en destino nos manejábamos con un mapa de proporciones gigantes, y si nos perdíamos le preguntábamos a algún hombre tomando grapa en la plaza principal, y el señor nos preguntaba de dónde éramos, hacía comentarios sobre el clima, nos recomendaba dónde comer el mejor cochinillo del pueblo y nos enviaba saludos para los primos que habían emigrado a la Argentina, hace 40 años.
Enviábamos postales que no importaba si llegaban un mes después que nosotros, y en las que apenas entraba el saludo y la despedida en el cartoncito rectangular ya acorralado por sellos, estampillas y dirección.
Nos cuidábamos al sacar fotos, porque los rollos y el revelado eran un presupuesto. Y también hablábamos a toda velocidad y a los gritos por teléfono, presumiblemente desde una cabina telefónica, porque las llamadas de larga distancia valían una pequeña fortuna y sonaban como si la conversación tuviera lugar bajo una ducha.
Ya mostraríamos el álbum de fotos -¡ni hablar de las diapositivas!- con detalle y parsimonia a nuestro regreso, aun si a nuestro pobre interlocutor le importara un bledo nuestro viaje.
Eran tiempos, sí, adivinaron, cuando no existían los smartphones, ni TripAdvisor, ni Google Maps, ni GPS, ni Web check-in, ni Instagram, ni Pinterest, ni Facebook, ni WhatsApp, ni Skype, ni Twitter, ni -en síntesis- Internet. Tiempos mejores o peores, según quien lo mire y cómo lo mire. Aclaro que todavía no cumplí los 40 años, pero recordar esta forma de viajar me hace sentir de la prehistoria. Y a veces, cuando veo a un turista disparando fotos al tuntún con su teléfono, subiéndolas al instante a su Facebook y chequeando cada dos segundos para ver cuántos me gusta recibió, me sobreviene una irrefrenable dosis de saudade.

ENTRETENIMIENTODE A BORDO

Gente que busca gente. South African Airways ofrece un servicio social de check-in, gracias al cual el pasajero, antes de elegir su asiento online, accede a ciertos datos de Facebook de sus potenciales vecinos.
La vuelta al mundo en 80 tragos. Con escalas en Londres, Melbourne, Lyon, Singapur, Dubai y Mónaco, entre otras, una agencia británica ofrece un tour de 40 días para probar las mejores espirituosas y cócteles del mundo por... ¡1.270.000 dólares!
Un avión cinco estrellas. Los hoteles Four Seasons tendrán su propio avión. En 2015, su Boeing 757, con sólo 52 asientos, comenzará a llevar clientes súper VIP en giras de 24 días por las propiedades más espectaculares de la cadena en el mundo.

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por Redacción OHLALÁ!


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