El 2 de abril último, como parte de la Federación Internacional de Horseball (FIHB) tuve que concurrir a reuniones en Palencia, España, y Génova, Italia. Una vez terminadas las obligaciones, y aprovechando una tentadora oferta de Turkish Airlines, me hice una "escapadita" hasta la lejana Hong Kong, lugar donde hace casi un año habita mi hija mayor con su marido.
A pesar de la gran cantidad de horas de vuelo, resulta imposible abstraerse de la extraña sensación que provoca poner pie en la región, con su puerto urbano, sus edificios, su organización, su prolijidad y orden.
El aeropuerto, imponente y futurista, es la primera pauta que tenemos de cómo serán nuestros próximos días en Hong Kong. Saliendo del allí uno puede elegir trasladarse al centro de la ciudad en tren, autobús o taxi, todos puntuales, modernos y confortables, además de económicamente accesibles.
Al llegar al centro nos topamos con el edificio del HSBC y el IFC, este último con una terraza de acceso público y una vista formidable del puerto, con la posibilidad de usar las instalaciones (sillones y mesas) libremente. Desde el Kennedy Town hasta el centro se puede caminar por la calle "de la comida de mar seca" y los negocios de médicos tradicionales.
Son destacables los paseos por el barrio Sheung Wan, Western Market y la estación del tranvía, que antiguamente trasladaba a los ingleses hasta sus residencias en las "alturas". Allí se puede conocer el Peak, con sus enormes paseos de compras.
Resulta increíble transitar por una callecita donde casi exclusivamente hay negocios de disfraces y pelucas, no muy alejada de otra con venta de pescados, carnes y verduras.
Son lindísimas las playas Stanley, Abeerden y South Bay, tranquilas y espaciosas, circundadas por morros que le dan una atmósfera especial al paisaje.
Un día viajamos en metro hasta Tung Chung y de allí en teleférico hasta Ngong Ping, para conocer la estatua gigante de Buda y el monasterio de Po Lin. También viajamos en ese medio de transporte hasta la isla de Lamma, lugar de hippies y gente sin apuros, totalmente distinta a la ciudad en sus costumbres y arquitectura, y con una gastronomía especializada en mariscos.
Son imposibles de obviar los manjares chinos, malayos, tailandeses, vietnamitas, turcos y japoneses en restaurantes típicos y económicamente accesibles.
El "escalator", una suerte de escalera mecánica, traslada cuesta arriba al transeúnte, que tiene la posibilidad de abandonar la cinta cada cien o ciento cincuenta metros y acceder a la calle que desea.
El cansancio del viaje de vuelta no pudo con el placer de haber conocido un lugar increíble y deslumbrante.