Ayer Silvia tocó un tema central en la pareja, que por lo que vi trajo mucha discusión. Yo, para no elevar demasiado la vara, porque me gusta teorizar sobre pavadas y porque no se puede hablar de cosas trascendentales todos los días, volveré a un tema de la cotidianeidad (no se trata de heladeras, no se alarmen) pero con el que seguramente se identificarán varios.
Irse de la casa de los padres es una experiencia única en la vida, en gran parte por las libertades que uno adquiere, la independencia.
Uno de los lugares donde rápidamente se experimenta esa sensación de libertad, de que se ha conquistado mucho espacio (y más allá del tamaño de la casa), es en la cama. Apenas mudado, lo único que tenía en mi casa era la cama "matrimonial", la heladera (otra vez!) y algo de vajilla. Pero qué lindo era llegar y tirarme en mi cama y a la noche dormir con todo ese espacio por primera vez, en diagonal, en ángulo recto, de un lado, del otro, como yo quisiera.
Cuando empecé a salir con Silvia, como contamos, mi casa fue lenta y extraoficialmente sitiada por ella, de a poco y con mucho respeto, y sin nunca siquiera amenazar con querer mudarse definitivamente. Pero hubo camisón, hubo cepillo de pelo, de dientes también, hubo toallitas, pantuflas, corpiños y demás. Luego ella se mudó sola también, y la cosa se empezó a descomprimir.
El tema es que, si bien en mi casa yo no tenía un lado de la cama por excelencia (dormía en toda su "humanidad"), la única mesita de luz (o banquito que hacía las veces de mesita) estaba a mi derecha, lo cual me hacía tender a dormir de ese lado cuando éramos 2. Algunas noches llegaba a la cama después que ella y la encontraba de "mi lado". Y la secuencia era algo como sigue. Siento desesperación total. Respiro hondo. Busco la forma de decirlo. Lo digo. Ella piensa que soy un loco. Mantengo mi posición, la endurezco. Discutimos. Dormimos enojados, casi sin rozarnos, de mal humor. Pero por suerte, yo a la derecha.
Para complicar la situación, y hacer más difícil la generación de una costumbre, ella en su casa tenía una mesita de luz a la derecha de la cama también, con todas sus cosas (incontables cremas, aros, libros y esmaltes). Entonces, cuando dormíamos ahí, nos tocaba dormir invertidos: ella a la derecha, yo a la izquierda. No les explico lo difícil que me resultaba conciliar el sueño. Tenía miedo de caerme, no sé. La realidad es que no lograba dormir tan bien con ella en su casa como en la mía.
Cuando hace unas semanas nos mudamos, y llegamos al momento de establecer los muebles en la habitación, hubo un momento de duda. Nos miramos a los ojos, cada uno con su mesita de luz en mano, y yo sin decirlo le espeté una mirada que decía "si querés paz, dejame la derecha", tras lo cual directamente me ubiqué ahí. Y ella dijo la frase que me enloqueció: "... igual, para mí no deberíamos tener cada uno su lado, durmamos como ‘nos pinte’ cada noche".
No encuentro palabras para expresar lo en contra que estoy de ese tipo de posturas. Para mí, las cosas claras, en su lugar y con rutina. Hay espacios para dejar las cosas libradas al azar, pero la cama no. Al menos, conmigo no. Conmigo no, Silvita, conmigo no.
Publicado por Silvio.