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Del jardinero fiel a los comedores de hombres

Kenya, antes de la crisis de sus últimas elecciones, resultó el país ideal para observar a varios de los Cinco Grandes del reino animal




Fue la frontera más remota. De todo el viaje por Africa en auto, cruzar a Kenya por el lago Turkana exigió transitar por lugares casi inaccesibles, ya que la ruta es una huella por la que se deben atravesar ríos. Aquellos días serían los más solitarios de toda la travesía.
El primer pueblo que merece esa definición es Loyangalani, a unos 270 kilómetros por barro y piedras. El trayecto llevó tres días y poco tuvo que ver con las historias de bandidos armados que se escuchan sobre el norte de Kenya. De camino queda Sibiloi, una de las cunas de la humanidad. Allí, el equipo del conocido paleontólogo Richard Leakey encontró al Homo habilis, predecesor del Homo sapiens. El lago es de una belleza inexplicable. Marrón rojizo en el Norte, donde recibe las barrosas aguas del río Omo, y turquesa esmeralda al Sur.
La huella atraviesa zonas repletas de rocas volcánicas, pero más al Sur se ve ganado y lugareños con ropas tribales. Una mañana, un grupo desarmaba sus viviendas de paja y las cargaba sobre camellos. Eran gavras. Al menos eso dijo uno de ellos, que explicó que se mudaban. El día anterior los turkanas habían matado a cinco gavras y robado su ganado. Luego escucharíamos que pocos días antes habían sido los gavras los que atacaron a los turkanas, matando a quince. Así parece discurrir la vida en la región. Cuanto más ganado tiene un hombre, mejor su posición, y el camino más fácil parece robar a los vecinos de otra tribu. Sin embargo, nada de eso afecta a los turistas. Al carecer éstos de ganado no representan amenaza o tentación alguna para los locales.
En Loyangalani se imponía visitar el Oasis Lodge. Quien haya visto la película El jardinero fiel sabrá que desde allí partió su protagonista rumbo a la muerte y que el gerente del lodge, el austríaco Wolfgang, reportó su asesinato. Wolfgang es el único personaje real del libro de John Le Carré y fue interesante conocerlo.
Hacia el Sur, la geografía se torna más verde. Rutas sin asfaltar llevan hasta Maralal. Allí veríamos la primera estación de servicio en 750 km. La Reserva Nacional Samburu sería la próxima escala, con su paisaje surrealista, de árboles quebrados por los elefantes. Animales se ven a montones, pero la mejor apuesta es permanecer junto al río Ewaso Ngiro. Allí, durante el desayuno, dentro del auto, un grupo de elefantes se detuvo a refrescarse durante una hora. También se ven las especies endémicas de Samburu: gerenucks, gacelas con largos cuellos; jirafas reticuladas; oryx beisa; avestruces de Somalia, y las cebras Grevy, con muchas más rayas que las comunes, además de orejas grandes y redondeadas. La parte del león, en realidad leona, quedó para la tarde. Al bordear el río, allí estaba durmiendo como un gato inofensivo. Samburu quedará en el recuerdo como el parque más escénico del viaje.
En el Parque Nacional del Lago Nakuru, la foto obligada fueron los flamencos, hay unos 800 mil, con el lago de fondo y dos hienas que intentaban cazar alguno para el almuerzo.
En Nairobi, a los diez días de haber entrado en el país, hicimos los trámites de migraciones, que resultaron sencillos y breves. Por lo demás, la capital es un lujo culinario. No sólo por sus bien abastecidos supermercados, sino también por los restaurantes. Ya sean de comida china, europea o africana, en el elegante y colonial Norfolk Hotel o el rústico Carnivore, el servicio es siempre excelente.

Playas y leones en la ruta

Luego vendría Tiwi Beach, al sur de Mombasa, adonde la rutina diaria incluiría disfrutar de la playa, leer y comer exquisiteces traídas a domicilio. Es que en Kenya todo resulta fácil: encontrar un buen camping en la playa bajo las palmeras o comprar mangos, langostinos y castañas de cajú de los vendedores ambulantes. Estos son sumamente emprendedores y hasta toman pedidos. El único peligro allí era dejar las ventanas abiertas y así tentar a los furtivos ladrones del lugar: los monos.
Las playas al norte de Mombasa tampoco decepcionan, sobre todo Watamu, que es un parque marino con gran variedad de peces y corales.
De vuelta hacia el Oeste, rumbo a Amboseli, la vía más directa era un camino que divide el Parque Nacional Tsavo West, donde ya habíamos estado en ruta hacia la costa. Tsavo es famoso a partir de una historia verídica. A principios del siglo pasado, muchos de los trabajadores que construían el ferrocarril fueron atacados por leones. El coronel Patterson, a cargo de la obra férrea, se abocó entonces a cazar a los felinos. Los causantes de las 140 muertes resultaron ser dos enormes machos con problemas en los dientes, hecho que los llevó a cazar gente en lugar de sus presas habituales. Patterson escribió luego un libro que llegó a ser best seller: Los comedores de hombres de Tsavo. Los leones aquí tienen como característica una melena muy corta, que les permite moverse mejor entre la frondosa maleza de la zona.
De repente, ahí estaban: una pareja acostada en plena ruta. Ni se movieron. Permanecieron así un rato, fotografiados por inoportunos paparazzi. Lástima que se hacía de noche; la luz era casi nula y el riesgo de sacar un trípode a metros de los tataranietos de tan célebres antropófagos era algo mayor que el de una foto movida…
Kenya tiene una clara política de conservación: desde 1977 prohibe la caza de animales salvajes, a diferencia de otros países donde los cotos de caza son incluso fuente de divisas para el Estado. El Kenya Wildlife Service (KWS) se ocupa de los parques nacionales y de los animales en las reservas, cogestionadas por KWS y las comunidades indígenas. Pero muchos parques no están cercados y es difícil controlar la caza de subsistencia o que los lugareños no entren en busca de pasturas para su ganado. KWS educa a la población sobre el valor que los animales traen a la región y ayudando en la organización de proyectos comunitarios.
El Parque Nacional Amboseli es conocido, sobre todo, por su imagen de postal: alguno de los Cinco Grandes –elefante, búfalo, rinoceronte, león y leopardo– con el Kilimanjaro de fondo. Pero el Kili, que con sus 5895 m es la montaña más alta de Africa, se escondió entre las nubes y sólo se dejó ver minutos antes del atardecer. Quienes no faltaron a la cita fueron elefantes, hienas, hipopótamos, jirafas y gacelas. Lo mejor llegó la última mañana: dos leonas que habían cazado una cebra permanecían a metros de su cuerpo manteniendo a raya a unas ocho o nueve hienas hambrientas. Una de éstas, a su vez, llamaba a otras compañeras con un aullido imposible de olvidar. Ahí uno se da cuenta por qué el león es el rey de la selva. Su sola presencia inspira respeto, incluso en un grupo grande de hienas.
El plato fuerte de Kenya quedaría para el final, en la Reserva Nacional de Masai Mara. Esta es la región de los masai y el parque está unido al Serengeti, en Tanzania. Allí la vedette serían las cheetahs, el mamífero más rápido sobre la tierra. Es común verlas en grupos; como les gusta sentarse sobre las lomas de las termitas, parecen posar para las fotos.
Por aquellos días comenzaba una migración anual desde Serengeti y miles de ñúes, una clase de antílope, se amontonaban al sur del río Sand. Todavía no estaban listos para cruzar y, sin embargo, fue impresionante verlos avanzar en fila y escuchar sus ñuuuuu.
Más al Norte, las que sí estaban cruzando, pero el río Mara, eran las cebras. La tarea no es fácil. Lo hacen en grupo y por donde hay piedras, por lo que suelen tropezar. A la otra orilla llegan agotadas, pero lo más difícil de sortear son sus predadores. Fue llegar y ser testigos de uno de los espectáculos naturales más espeluznantes. Una cebra parece irse con la corriente. Está echada de lado y mira hacia atrás adonde hay sangre en el agua. Sólo cuando se atasca en las piedras, se advierte que un enorme cocodrilo la tiene sujeta por el muslo. Con su masivo cuerpo la empuja hacia la parte profunda del río. La cebra intenta en vano defenderse. Una vez en la zona profunda sólo atinará a mantener la cabeza a flote mientras su predador –ahora invisible– tira de ella para ahogarla. Luego de varios minutos sólo la nariz se ve salir a la superficie. Fue una muerte horrible.
Era hora de irse y el Masai Mara había exhibido de todo... menos leones. Cuando el guardia a la salida lo supo, respondió que no podía ser, que no debíamos irnos sin verlos. Y luego de informarse por radio, nos indicó dónde encontrarlos. Allí estaban. Dos hembras, un macho joven y uno adulto que insistió en oler nuestro guardabarros.
Por María Victoria Repetto
Para LA NACION

Elecciones

Nuestro paso por Kenya fue antes de las recientes elecciones, pero ya se hacía proselitismo político y los ciudadanos se registraban en los padrones electorales. Más allá de que en Nairobi siempre hay que ser precavido, el proceso democrático parecía entonces ordenado, por lo que los sucesos de fin de año no dejan de sorprender.
Si bien rumores de corrupción siempre han rodeado a sus gobiernos, los kenyatas son uno de los pueblos con mayor educación formal de Africa, son emprendedores y expresan sus opiniones libremente, por lo que se espera que encuentren una solución pacífica a corto plazo.

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