TRES ARROYOS.- La ubicación del mapa no engaña. Claramente, es el sur de Buenos Aires. Ni siquiera el límite provincial con la región más austral de la Argentina está a pocos kilómetros y mucho menos al alcance de la vista, pero el paisaje confunde. Hay que volver a mirar la cartografía.
Ríos con quebradas y barrancas, extensiones infinitas con terrenos ondulados, casi colinas. Pastizales que corcovean influidos por un viento que parece patagónico, constante y fijo del austro. Es el sur de Buenos Aires. Sin embargo, el aire es propio del que uno imaginaría para la estepa santacruceña. En medio de esa comarca asoma Arual, una estancia de mediados de siglo rodeada de un pintoresco parque inglés.
Incluso, en algunas temporadas la ballena franca austral llegó a pasearse por la costa que está justo a la altura de Oriente. Y si se sigue la línea latitudinaria donde se sitúa la estancia (38° 50´) hacia el Oeste, se revela que el río Colorado (divisoria norte de la Patagonia) está, en muchos tramos, muy por encima de la latitud de Arual, lo mismo que otros parajes nordpatagónicos cordilleranos del Neuquén occidental.
Es el sur de Buenos Aires y amén de las sensaciones que provoca estar en Arual, la estancia es única en su especie por varias decenas de kilómetros a la redonda. El río Quequén Salado franquea el costado oriental del casco y varias cascadas que cubren por entero su encajonado cauce revuelven el agua amarronada de una forma como ningún otro río bonaerense es capaz de hacerlo. Cada mañana Arual está revestida por una atmósfera de mutismo. Hay que mirar por el ventanal de alguna de las singulares habitaciones del primer piso de la casa de la estancia para saber que el día empezó.
El sonido de los loros barranqueros que construyen sus cuevas en los despeñaderos del Quequén Salado se lo lleva el viento hacia el otro lado del río. El tañido de las copas de los árboles movidas por las ventiscas de la corriente malvinense, proveniente del Atlántico Sur, está lejos de asumir el papel de despertador matinal.
Quizás, el olor del café servido en la mesa del comedor junto a la leche recién entibiada de las Jersey de Arual y el aroma de un par de tostadas (a poco de haber sido doradas por dos saludables jóvenes tresarroyenses), hacen que los huéspedes asomen a la luz. Y también, por supuesto, toda la vida en naturaleza que los anfitriones, el joven Arsenio Martínez Campos y su esposa, María, tienen pensada para que los días en Arual sean completos y que el descanso sea el justo para cada convidado. Ni más ni menos.
Luego del desayuno, enseguida se sale al jardín. El parque de estilo británico se caracteriza por tener amplias abras. Sin que se note, parece que fue difícil diseñarlo porque el suelo tenía mucha tosca. Coníferas, cedros, robles, araucarias, brunus y ejemplares de liquidambar socorrieron el trabajo artístico de Ezcurra, Botrich y Thays, los tres responsables del armado del parque. La zona de Arual tiene una historia de corta existencia que no va más allá de fines del siglo XIX. Y en todo ese transcurrir de tiempo, las personas vinculadas con la estancia tuvieron algo que ver con la epopeya del pueblo de Oriente y las localidades aledañas, desde que Ramón Santamarina, un inmigrante europeo, obtuviera los terrenos. Y especialmente después, cuando la nieta de Ramón, Laura Pacheco Santamarina, se casara con Carlos del Solar Dorrego, el responsable de la construcción del actual casco de Arual. "Dicen que mi abuelo Carlos se parecía mucho a mí", manifiesta, orgulloso, Arsenio. "Era medio artista".
Con estilo inglés
El aire inglés también envuelve la casa y todo el mobiliario interior, con excepción de una robusta biblioteca que fue traída directamente desde Portugal.
Los libros en francés o la colección del Sportivo de 1902 o el periódico El Sudamericano de 1888 al 90, en el que por ejemplo se ve un informe especial a raíz del fallecimiento de Sarmiento, fueron agregados posteriores que le otorgan a la sala de estar el ambiente de un pequeño museo.
A pesar del estilo cottage de la casa, la decoración foránea y la arquitectura británica con maderas en el frente, "nosotros somos bien criollos, gente de a caballo", dice el patrón de Arual.
Antes de que se poblase la tierra cercana a la costa atlántica, el mar del sur de Buenos Aires fue muy bien conocido por navegantes europeos.
Marinos franceses conocían ese litoral como El País del Diablo, por la bravura del mar, por los temporales; la orilla incluso fue azotada, más de una vez, por olas gigantes que arrasaron la ribera. No obstante, las jornadas diáfanas se hacen un buen espacio.
Debajo de los médanos de Marisol, una villa de pescadores próxima a Arual que es visitada por los nativos de Oriente ("un pueblo que no tiene un pobre", según se dice), descansan esqueletos de viejos vapores y de barcos de los cuales se desconoce la antigüedad del deceso.
Vestigios de otros tiempos
Hasta Arual llegaron algunos restos que la costa de El País del Diablo aspiró para sí. Sogas, caracoles gigantes, huesos de ballena, boyas flotantes y, más adentro de la ribera, el Quequén-Salado dejó a la vista vestigios de cliptodón, megaterios, milodones (un oso americano) y estructuras óseas del llamado caballo americano; también los hallazgos en algún picadero indio, que recuerdan las andanzas del cacique Calfucurá, tierras éstas que estuvieron bajo su dominio.
En Marisol, las casitas se pierden entre árboles, pero las cachilas o los areneros, un poco atados con alambre e insólitos en su diseño, desafían la flaccidez de la superficie en la arena a riesgo de refundar un paraje de la costa conocido como El Auto Hundido, donde un 504 yace semienterrado cuando una sudestada le cortó el paso. "La idea es elegir el mejor pesquero. Además, probamos con el viento norte, una especie de catamarán en miniatura con vela que lleva un pequeño espinel a la rastra", dice un pescador de Coronel Pringles que pasó la noche en la playa junto a sus fieles compañeros de pesca.
"Buscamos la variada de mar desde la costa -dice Martínez Campos-. Si es necesario venimos a hacer un fogón a la playa y probamos una buena captura hasta que salga el sol. En la desembocadura del Quequén sale mucho lenguado, un pez delicioso."
Carruaje antiguo
De vuelta en Arual, el aperitivo es infaltable. Vino de calidad, cerveza fría o un simple refresco gaseoso, acompañados de saladitos, esperan para la pausa antes de almorzar y continuar, luego, las actividades de la tarde.
De adentro de un galpón, tan elegante como la casa principal, sale un antiguo carruaje capaz de generar alguna pequeña polémica. "Se lo conoce como volanta", comenta Arsenio. "En realidad, yo creería que es una americana", advierte María. Lo cierto es que el carruaje es similar al primer automóvil. Es un Petit Duc, es francés. "Lo engraso y le cuido el cuero de la silla",aclara el anfitrión.
También hay caballos para andar por la costa del Quequén hasta un sitio llamado La Cascadita, donde bajo los cálidos rayos de sol se prepara un asado, a la vez que uno puede bañarse bajo el salto de agua de la misma forma que lo hace Gal, una labradora que se lanza de cabeza a los piletones del río.
Uno de los equinos se llama Molina Campos y otro tiene un paso criollo tan elegante que parece que estuviera desfilando cuando avanza entre el pasto llorón del sur bonaerense (de público, un puñado de Jerseys). Las flores ocupan también su espacio en Arual. En las barrancas del río, el violeta claro de la uña de gato magnifica la panorámica costera.
Frente al casco, cada estación climatológica tiene su propio colorido. "En febrero, después de las lluvias salen las flores coloradas que brillan con el sol; en otoño, están las amarillas. La primavera se pinta de rosa y blanco", dice María, que como Arsenio cuida al máximo cada detalle para que los invitados se sientan bien, tan bien para que de verdad crean que se encuentran mucho más lejos que en el sur de Buenos Aires.
Andrés Pérez Moreno
El Tigre del Quequén
La tierras de Oriente y Arual estaban hacia la mitad del XIX bajo los designios del cacique Calfucurá (abuelo de Ceferino Namuncurá), un araucano que emprendió un fuerte malón contra la localidad de Tres Arroyos. El río Quequén Salado, no muy lejos de donde está la estancia Arual, tuvo, además, un fortín que se emplazó en la orilla con anterioridad a la campaña roquista contra el indio del Sur.
La zona de Bahía Blanca y Carmen de Patagones fue vigilada por el general Rosas por 1833, pero el sector específico de Oriente no había sido del todo conquistado. Los encontronazos con el indio eran moneda corriente en el sur de Buenos Aires en aquella época.
Sin embargo, lo más llamativo de la zona son las andanzas del denominado Tigre del Quequén, un malevo pampeano que muchos emparientan con Robin Hood, de apellido Pacheco y querido por los habitantes de Oriente. Al parecer era muy buscado por la Justicia y policía de Buenos Aires y lo curioso es que aún hoy sigue suscitando rivalidad entre los habitantes de la cuenca del Quequén Salado y los del Quequén Grande (cuya desembocadura se halla en Necochea) quienes se disputan la ubicación exacta por donde habría actuado el Tigre del Quequén.
Cabalgatas y canotaje
La estancia Arual se encuentra a 560 kilómetros de Buenos Aires, entre la localidad de Oriente (55 kilómetros al sudoeste de Tres Arroyos) y la costa atlántica.
El alojamiento de la estancia tiene capacidad para 12 personas, repartidas en las habitaciones del casco principal. Las cabalgatas o el canotaje por el río Quequén Salado están incluidas dentro del precio de la estada, lo mismo que el asesoramiento o la compañía de los anfitriones para quienes desconozcan cada una de las prácticas.
Todo previsto
Las comidas y bebidas están también contempladas en la tarifa básica, incluso si una excursión prevé la necesidad de comer lejos de la casa (se prepara una vianda o un asado en el lugar por visitar). El menú es variado y de muy buena calidad.
Es posible hacer excursiones en jeep a la costa y hacer pesca de mar o de laguna. El costo de la estada en Arual es de $ 130 por jornada y se establece un mínino de dos días para visitar el lugar. Los menores de 10 años pagan la mitad del valor de un adulto. Las reservas deben hacerse con cinco días de anticipación por el 826-1130 u 821-1876.