Cuando salía de gira, la compañía de radioteatros en vivo de Juan Carlos Chiappe actuaba en el Club Recreativo Apolo, de Azcuénaga. Para verla llegaban desde el campo las charretas, los sulkies y los caballos. Eran tan famosos los personajes que algunos actores que interpretaban a los malos debían salir escondidos para evitar los abucheos.
En los años 60 apareció la televisión. El primer aparato Franklin se colocó en el club para que todos vieran Bonanza , los programas de Pepe Biondi y los musicales de El Club del Clan . Se colocaban sillas en el salón de baile, que hoy mantiene su pequeño escenario, aunque ya no tocan grandes bandas de tango o folklore.
Pero el club sigue centralizando la actividad social de este pueblo del partido de San Andrés de Giles. Por eso, los fines de semana, cuando algunos viajeros llegan a descubrir un nuevo pueblito , muchos lugareños de esta localidad con 130 años de historia están dentro del Apolo, alrededor de las mesas redondas del bar, en la cancha de bochas con piso sintético, junto a las parrillas del fondo o en la extravagante piscina de 25 x 10 metros, demasiado grande para la cantidad de socios.
No disminuyó mucho la población local -siempre entre 300 y 400 personas-, pero sí la del campo, que era de unos 1500 habitantes y ahora de sólo algunas decenas. "La gente de los alrededores nutría al pueblo y le daba vida a las fondas", cuenta el historiador local Héctor Terrén. Había muchos comercios, grandes fiestas, bailes y romerías. Hasta que pasó el último convoy.
Cien años exactos vivió la estación de tren. Cuando los vecinos fueron a pedir permiso para festejar ahí, junto a las vías, el centenario del pueblo se enteraron de las malas nuevas : ya estaba firmado el decreto de cierre. Justo ese año. Los festejos se hicieron igual, con alegría, pero también con nostalgia.
La estación es lo más buscado por los visitantes. Ya no cuenta con el telégrafo ni los relojes, pero el edificio es encantador. Frente a él se ubican los dos restaurantes de Azcuénaga, con ambientes muy distintos. El más sofisticado es La Porteña, con un salón pequeño y aire acondicionado, atendido por la familia Capecci. Se especializa en pastas, que se pueden disfrutar después de los salamines caseros de La Nueva Greca.
El restó era una sastrería, cuenta Miguel Capecci, que ayudaba a su padre con los trajes del pueblo, hasta que cerraron a mediados de los años 40. Fueron precursores locales en cuanto a marketing: ofrecían cuotas y el cliente que ganaba un sorteo mensual se llevaba el traje sin saldar los pagos restantes. Miguel conserva el registro de los sorteos, además de tijeras, reglas y otras reliquias de aquellos tiempos más elegantes.
La Casona de Toto ofrece carne asada, pastas y dulces caseros, y sus paredes exhiben antiguas fotos familiares. Un mural de Miguelángel Gasparini potencia el ambiente de campo. Ambos restaurantes están en la avenida Pablo Terrén, principal vía de un pueblo que tiene apenas 16 manzanas y 39 números en su guía telefónica.
Señor cliente: mantenga su cuenta al día, así mantiene su crédito. En el almacén de Jorge Adami se fía, aunque con ciertas precauciones desde que una mujer dejó su cuenta impaga al mudarse de Azcuénaga. La despensa está junto a la histórica panadería, que no se llama más La Moderna, pero aún produce galletas de campo, pan y tortas negras en su horno de antaño.
En las calles hay unos pocos autos polarizados con tierra. Frente a la escuela y el jardín se encuentra la iglesia, que tiene como guardia a un búho que sobrevuela el interior. Pasa por encima del confesionario, donde la gente puede confesarse una vez por mes, cuando viene un cura desde Mercedes.
A 6 km de Azcuénaga se encuentra la Posta de Figueroa, por donde pasaron Juan Manuel de Rosas, Facundo Quiroga y José María Paz, entre otros. Es uno de los mayores atractivos de la zona y mantiene parte de la construcción del siglo XVIII. Se puede visitar con el permiso de Julio Figueroa Castex, que espera apoyo para mantener el lugar mientras narra las geniales historias del rodaje, allí a mediados de los años 90, de la película Facundo, la sombra del tigre .
Por Martín Wain
De la Redacción de LA NACION
De la Redacción de LA NACION
Villa Ruiz, Cucullú, Tuyutí...
Hace diez años empezaron a trabajar en San Andrés de Giles con una propuesta de turismo rural que incluye la visita a parajes y localidades. Es, para sus promotores, una herramienta para alcanzar el desarrollo local y sustentable, que avanza a medida que nuevos pueblos se suman a la iniciativa.
"Algunos te dicen que no tienen nada para mostrar, pero los que vienen de afuera valoran, más que nada, lo que para ellos es de todos los días -dice José María Yanes, asesor en turismo y pueblos rurales de la Municipalidad de Giles, que trabaja con 13 localidades muy diferentes entre sí-. Empezamos a generar ejes temáticos. En cada pueblito se buceó en la historia, pero también en sus características bien propias."
Hay propuestas más establecidas, como la de Villa Ruiz, que apunta a convertirse en un pequeño polo gastronómico con seis o siete restaurantes para mediados de año, y otras más puntuales, como Cucullú, pueblo alfarero con un horno de ladrillos como principal atractivo.
También un poblado llamado Heavy, donde un amante de la astronomía formó un pequeño observatorio turístico, y Tuyutí, con 28 habitantes y dos emprendimientos productivos de mozzarella, quizás idóneos para un circuito gastronómico, a futuro basado en la pizza.
Datos útiles
Cómo llegar
- Azcuenaga se encuentra en el partido de San Andrés de Giles. Se puede acceder desde Buenos Aires por Acceso Oeste hasta el final de la autopista, continuando por la ruta nacional N° 7 hasta la ciudad cabecera. Desde ahí son unos 12 kilómetros de tierra. Otra opción es la ruta 8, hasta el kilómetro 98, a la altura de Solís.
Dónde comer
- La Porteña: (02325) 440449 / 491019. la.portena@gmail.com
- La Casona de Toto: (02325) 491032 / (02324) 428283. lacasonadetoto@hotmail.com