En julio último viajé a Barcelona porque bajaba de cartel la última obra que estrené allá, La felicidad . Y antes de volver me ofrecieron asumir la dirección artística de un teatro. De regreso en Buenos Aires, lo pensé mucho y contesté que sí. Entonces me llamaron para decirme que tenía que regresar para dar una conferencia de prensa.
Viajé por 72 horas. Di la conferencia un jueves y tenía pasaje para volver el sábado. Sin embargo, había un paro del personal terrestre de Iberia que, para peor, coincidía con el comienzo de las vacaciones europeas. Así que el viernes no salió ningún vuelo -del aeropuerto de Barcelona salen unos 400 por día-, y yo debía embarcarme el día siguiente, primero de Barcelona a Madrid, para allí conectar a Buenos Aires. Mi vuelo a Madrid salía a las 17 y yo llegué al mediodía. El de Madrid a Buenos Aires salía a las 9 de la noche.
Pero el aeropuerto era un caos. Había familias enteras de turistas con nenes, con cochecitos, repletos de equipaje. Parecía el subte B a las 6 de la tarde. Había gente allí desde el día anterior. Otros habían pasado tres días en ese aeropuerto. Yo, por supuesto, estaba preocupado porque tenía cosas que hacer en Buenos Aires.
Tardé cuatro horas en llegar al chek-in. Mientras la policía repartía agua y sándwiches como en un centro de refugiados. Por supuesto, la empleada del mostrador me advirtió que no existía garantía de que mi vuelo saliera en horario.
Pasé el control de migraciones y me dirigí a la sala de embarque. Finalmente, a las 18, mi vuelo fue anunciado, aunque para las 21.30. Así perdería mi vuelo en Madrid. Tampoco había trenes ni autos para alquilar. Todo había colapsado con cien mil personas varadas en Barcelona. Mis amigos me llamaban para avisarme que los que perdían el vuelo a Buenos Aires estaban complicados porque no había pasajes hasta dentro de un mes.
Entonces vi que en una puerta de embarque anunciaban la salida de otro vuelo a Madrid. Me acerqué, hablé con la empleada y le pedí que me dejara pasar igual. Para mi sorpresa, me dijo: Bueno . ¡Era tal la confusión! No podía creer que fuera el único pasajero allí, deslizándose casi inadvertido en un vuelo a Madrid que no era el suyo. Esperé hasta que me dio paso y subí. A pesar de las siete horas de incertidumbre, me sentía el hombre más feliz del mundo.
El autor es dramaturgo y director teatral. En enero último reestrenó ¿Estás ahí? , con Gloria Carrá, en el Teatro Broadway 2.
Por Javier Daulte
Para LA NACION
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