M OSCU.- Ver el Kremlin no es haber visto todo Moscú, de la misma manera que ver Moscú no es haber conocido todo Rusia. Sin embargo, como primer acercamiento a las realidades rusas, a sus fascinaciones y frustraciones, una visita a esa vieja fortaleza constituye un aprendizaje sin par, que comienza en el mismo momento de querer sacar las entradas.
La palabra kremlin significa, genéricamente, ciudadela. Cuando se habla del Kremlin, por antonomasia y con mayúscula, la referencia es al de Moscú, pero también hay kremlins en otras ciudades de Rusia.
El extranjero que acude posiblemente sepa que el Kremlin moscovita es un amplio complejo amurallado que comprende una diversidad de edificios, algunos de ellos utilizados por el gobierno actual del país, que no pueden ser visitados, y otros, históricos y abiertos al público. De lo que tal vez no tenga noticias el turista es de que estos últimos tienen diferentes días de atención y disímiles horarios de cierre.
Si es avispado o está sobre aviso, antes de subir la escalinata a las boleterías colocará sus bolsos en el guardarropas, semiescondido abajo y a la izquierda. Pero no los abrigos, porque los necesitará, si no es verano, para ir de un edificio a otro, y deberá dejarlos en consigna en el guardarropas de cada uno de ellos.
Regla de oro
En Rusia no se tolera que alguien ingrese en un edificio público, incluso en algunos restaurantes, con el abrigo en la mano o aun manteniéndolo puesto si tiene frío, a pesar de la calefacción. Debe irremisiblemente dejarlo a la entrada o exponerse a un serio altercado, no menor que si hubiese querido entrar desnudo.
Al llegar a las boleterías y habiéndose cerciorado de estar en la cola correcta (suele haber varias, algunas para colegios, grupos especiales, etcétera), deberá decidir cuál entrada sacar, puesto que hay para sólo algunos edificios del Kremlin o diversas combinaciones.
Los vendedores de boletos suelen hablar ruso, pero al lado de las ventanillas hay carteles en otros idiomas que enumeran las opciones. Hay que tomar la decisión antes de llegar a la ventanilla, ya que la gente que hace cola detrás se impacienta.
No es una solución completa al problema el comprar simplemente el boleto que da acceso a todo, porque su mera posesión no aclara cuáles atracciones están abiertas ese día (¿convendrá venir en otra oportunidad?), o a qué hora cerrará cada una (¿cuál será el mejor orden para visitarlas?) Mientras se aguarda en la cola, sin duda se acercarán algunos particulares ofreciendo actuar de guías dentro del Kremlin, lo cual incluye aconsejar sobre la entrada por comprar.
Suelen ser rusos políglotas y cultos, de trato agradable y, ocasionalmente, aspecto de tener considerable necesidad de los dólares que piden a cambio del servicio. Esto agrega una dimensión moral al dilema. Si se ha elegido venir a Rusia sin formar parte de un grupo turístico, con lo que esa elección implica (en cuanto a obtener por su cuenta la invitación que todavía hoy se requiere para recibir una visa rusa, pasar sólo por la Aduana haciendo la exigida declaración detallada del dinero y de todo otro valor ingresado, buscar hotel y comprar pasajes internos sin saber nada o casi nada de ruso, etcétera), no se necesitan esos guías.
Libertad sobra
En la actualidad, uno puede moverse libremente por Rusia. No sólo es legal, sino factible en términos prácticos. Esto vale también, en particular, para el interior del Kremlin. En cambio, sí se puede contratar un guía si hay tiempo para las explicaciones más completas y, sin duda, más extensas que querrá dar.
De lo contrario, se siguen las flechas, las explicaciones de alguno que otro cartel que hay en inglés y el recorrido de otros visitantes, o se les pregunta a ellos. Si uno camina con paso decidido, seguramente que algún otro turista se le acercará para preguntarle algo.
¡Qué festín se ofrece allí entre esos muros rojos! No menos de tres catedrales, cada una es una belleza al estilo de las ilustraciones de cuentos de hadas rusos, amén de otras iglesias adicionales. Un antiguo cañón de 40 toneladas y una campana de 200, ninguno de los cuales se llegó a usar jamás, pero que siguen cumpliendo el propósito para el cual se los fabricó, o sea, causar impresión.
Y nunca deja de impactar tampoco, al vagar por alguna catedral, saber que se están hollando los pasos de Iván el Terrible y otros de esa laya.
Casi al completar el recorrido y aproximarse a la salida se llega a uno de los sitios impactantes, la Armería, que es un cuartel, pero guarda un gran museo de tesoros rusos, coronas, carruajes, etcétera.
Por la cantidad de visitantes, se han impuesto horarios fijos para ingresar en la Armería. A pesar de que tiene una amplia recepción interior, hay que esperar afuera el turno, aunque azote la nieve y tajee el viento.
Cuidado con salirse de la vereda y tratar de cortar camino por la desierta calle curva que conduce a la Armería, porque para impedirlo surgen guardianes coléricos con silbatos y que caminan revoleando sus bastones, como lo hacía la policía de Nueva York, sólo que los bastones aquí están pintados de blanco.
Aunque el Kremlin está contiguo a la Plaza Roja, la entrada y la salida para el público no dan a la plaza, sino que están en otro costado.
La Plaza Roja y el Kremlin
Si uno no va a estar muchas jornadas en Moscú, conviene visitar cuanto antes la Plaza Roja, porque hay días en los cuales está cerrada por acontecimientos cívicos u otras circunstancias. Para ir, preguntar por Krasnaya Ploschad , que así se dice en ruso.
La plaza es un gran espacio despejado, rectangular. De un lado, el muro del Kremlin y ante él, todavía, el mausoleo de Lenin. En una punta, la arquetípica catedral de San Basilio, como una fantasía de mazapán o caramelo, pero construida en honor de un hecho de sangre: la conquista por Iván el Terrible de la sede de los tártaros, Kazán.
En la otra punta, el Museo de Historia, que muy bien vale unas horas de visita. Del costado de la plaza que enfrenta al Kremlin, la pequeña y apuesta catedral de Nuestra Señora de Kazán (demolida por Stalin en los años treinta, fielmente reconstruida en los años noventa), y la enorme ex tienda estatal GUM, un bello edificio también del siglo pasado, pero recientemente reciclado.
Ahora es una galería comercial con negocios individuales: las mismas marcas de zapatillas deportivas, ropa y artefactos que se repiten en shoppings alrededor del mundo, si bien bajo un techo, en este caso de vidrio, más lindo que el de muchos de ellos.
¿Los mejores momentos para la Plaza Roja? De noche, cuando los edificios a su alrededor están iluminados y especialmente de día, cuando algún rayo de sol da sobre las cúpulas de oro de Nuestra Señora de Kazán. La transformación es espectacular.
Sin embargo, con todo lo antedicho apenas se ha conocido el centro de Moscú.
Nicolás Meyer
Consejos y datos prácticos
MOSCU.- Conviene saber, por ejemplo, que en Moscú hay varios sistemas de teléfonos públicos y sus tarjetas son incompatibles entre sí.
Hay pocos taxis circulando por las calles, aunque se los halla fácilmente en aeropuertos, terminales ferroviarias, etcétera. Pero se estira el brazo en cualquier cordón de la vereda y pronto se detienen automovilistas particulares encantados de ganarse unos rublos.
Por razones de seguridad, no conviene ingresar en ningún vehículo, sea taxi formal o improvisado, que tenga otra persona adentro, además del chofer. Y sea taxi o cuentapropista hay que concertar el precio por adelantado, antes de subir al coche. Con esas dos precauciones, generalmente se puede viajar confiado, más que con taxis perfectamente acreditados en otras ciudades del mundo.
En algunas intersecciones de avenidas anchas está prohibido cruzar por la superficie; la señal suele ser que no se ve a nadie cruzando. Hay que hacerlo por pasadizos bajo tierra (perejód, nombre también dado a los pasillos por los que se hace el transbordo de una línea a otra en el subterráneo).
Aunque dichos pasadizos se vean algo oscuros, se puede ingresar con tranquilidad. Además, no sólo son una comodidad cuando afuera hace muchos grados bajo cero, sino que pueden contener útiles puestos de venta, entretenidos músicos callejeros, etcétera.
Para aquellos visitantes que tienen conocimientos de alemán (guiermánskii), éste puede resultarle más aprovechable que el inglés, al buscar interlocutores. En parte, se debe a que en siglos pasados hubo bastante inmigración alemana a Rusia, y luego Stalin desplazó a los germanohablantes de un lado del mapa a otro, por dudar de su lealtad cuando invadieron el país.
En parte se debe, también, a que gran cantidad de rusos cumplieron años de servicio militar en la ex Alemania Oriental y aprendieron algo del idioma.
En Rusia se desarrolló un modelo propio de rascacielos distinto del occidental, más parecido a un castillo gótico. Es útil la recomendación de no emplearlos como puntos de referencia, porque los hay en diversas partes de la ciudad y son casi indistinguibles entre sí. Pueden ser un importante ministerio o una casa de anónimos departamentos, con cine incluido.
Si se toman aviones de algunas de las líneas aéreas en las que se subdividió el servicio de cabotaje de Aeroflot (las así llamadas Baby Flots), hay que preguntar bien el total de gastos y lo que involucran.