Historias de terror en el ciberespacio
Mi amiga me cuenta del tipo con el que terminó teniendo una relación virtual de 2 meses sin saber más que su Nick y después de encontrarse y vivir un apasionado affaire que no salió de las 4 paredes de su cuarto, nunca supo su nombre real. Sólo con el tiempo se enteró de que el tipo era casado y padre de 3 niños en un evento social en el que de casualidad se lo topó (no sin antes pasar por un estado de shock total y el autocastigo por haber sido tan imbécil).
La otra me relata la historia del amigo que después de semanas de una relación virtual que incluyó varias sesiones acaloradas de cibersexo terminó recibiendo en su casilla de mail fotos (incontables, indescriptibles) de la pantalla durante esas sesiones. Terrible.
Otra me cuenta que las fotos hot que se sacó esta chica fueron reenviadas masivamente (a su ex novio entre otros).
Es decir, si mis fotos en bolas andan dando vueltas por el ciberespacio, mi ex novio es la menor de mis preocupaciones. Tengo una lista extensa antes y me vería obligada a retirarme a un temprana jubilación a Bangladesh, por ejemplo.
Pedro describe al vecino con una P mayúscula, sostiene que tiene alguna patología que se debate entre una disfunción eréctil y un cosito microscópico (Pedro es lapidario) y más que nada me advierte de los peligros de digitalizar tu imagen en la Web. Es la regla del amante responsable en esta era. Dice que cualquiera que se precie de tal debe saberlo.
No a la camarita, dice, y si te sacás una foto y la mandás, que sea sin cabeza.
Me considero notificada y adecuadamente advertida.