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El llamado de Estambul

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El año último visité Estambul. Visitar es una forma turística de decir, ya que como me gusta calificarme de viajera por mi cuenta suelo vivir las ciudades que recorro.
Estambul está en dos continentes, Europa y Asia, y por su historia floreció y se desarrolló en la diversidad de etnias, culturas y religiones. Desde la dominación otomana, la religión musulmana es la que profesa el 90% de la población.
Bañada por las aguas del mar Bósforo, surcada por innumerables barcos, barcazas y cruceros, desde la Torre de Gálata se ofrece una vista panorámica de la ciudad. Infaltable un paseo en barco por el Cuerno de Oro observando desde popa el Palacio de Dolmabahçe, la fortaleza medieval y las mansiones a orillas del mar.
Desde sus mezquitas, esplendorosas en su estética, pero simples en su ornamentación, el muecín llama a la oración a los fieles cinco veces al día, haciéndome recordar los cuentos de Las mil y una noches. Participar como observadora en una ceremonia de oración oyendo al mulá recitar versículos del Corán produjo en una pseudoagnóstica como yo una sensación de paz indescriptible.
Los estambulitas son comerciantes y viven su profesión en profundidad. El comercio es el sistema nervioso de la ciudad. Es toda una experiencia recorrer El Gran Bazar, perderse en sus calles y gozar la alegría que brindan los colores, las formas y el intercambio entre vendedor y cliente. Conocen las palabras necesarias en el idioma de cada turista para intentar venderle su mercancía. Regatear es un imperativo y sumamente divertido. Si tiran su dinero al suelo y lo pisan, no se enoje, agradecen que han hecho la primera venta del día. La simpatía de estos señores hace más placentera la estada y las jóvenes difícilmente regresen a su casa sin haber recibido una propuesta de matrimonio. No es que sólo les interese vender, también son enamoradizos.
Un tranvía moderno que atraviesa la ciudad lo deja en las paradas que le señalan los monumentos históricos: la iglesia de Santa Sofía (primero iglesia, luego mezquita y finalmente museo), las mezquitas Azul y de Suleiman, y el Palacio Topkapi, sede de los sultanes otomanos. Se sorprenderá con la exposición de piedras preciosas, principalmente esmeraldas.
Al lado del palacio podrá visitar el Museo Arqueológico de Estambul, que es una maravilla de piezas griegas, romanas, egipcias y otomanas. Enfrente, la Cisterna de Yerebatan nos llama a introducirnos en un palacio subterráneo que abastecía de agua a la ciudad.
No se olvide de comprar especias en el Mercado Egipcio. Cada vez que las utilizo vuelvo a viajar.
Para hospedarse recomiendo los alrededores de la plaza Taksim, en la parte europea de Estambul, pero cruzando el Puente de Gálata y no la zona histórica. Desde la plaza Taksim parte la avenida Istiklal, una Florida por dos, con miles de personas caminando y con coloridos restaurantes en las calles transversales que ofrecen sus productos a la vista, el olfato y el deseo de los futuros comensales.
Ciudad desordenada, ruidosa, cambiante, con gaviotas y cuervos volando por sobre nuestras cabezas, distinta y parecida, antigua y moderna? ¡Fascinante!
Envíe sus relatos, fotos, consultas, sugerencias y compañeros de ruta a la Redacción de Turismo del diario LA NACION, por carta a Bouchard 557, 5º piso (1106), Capital Federal, o vía e-mail a turismo@lanacion.com.ar
Adela Jordá

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